Pulsera de Rubén para Lucía – Por Rodrigo De la Serna

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    Hace poco se fue un grande. Rubén Poeta se llamaba, el hombre: Rubén Bonifaz Nuño. El breve consuelo que hallo es volver a JEP, la cauda viva de artistas como Eduardo Lizalde y José Luis Rivas. Mucha gente está de pésame por la muerte de Rubén, se re-citan palabras suyas. Hoy bebo su poesía.

    1-luciaBonifaz Nuño herró hondo en el alma todavía juvenil. Fue al conocerlo poco antes de irse a un reventón, y al llegar, y estar ahí por años, nota a nota descubrir la vida tal como suena su poema, esa canción de cruda Para los que llegan a las fiestas… En otra estación supe de Esta noche de trenes, después, cuando sonó otra hora de partir. Ya en el Caribe vine a enterarme de la Pulsera para Lucía (Méndez), que con tanto amor imposible en oro le labró su esclavo, Rubén Bonifaz Nuño, poeta.

    En su momento consideré el hecho como una excentricidad, una suerte menor que el elegido podía permitirse ya desde ‘89. Pero confieso que juzgué sin haber leído el poema. En esos días pegaba fuerte una telenovela donde la actriz brillaba como Diana Salazar, su personaje en boga. Y uno aún desdeñaba de origen, no podía ver méritos en historias así; recelaba que Rubén bajara de sus alturas a concederle una palabra… a una como la Méndez. ¿Por qué no a Pita Amor, o a Helenita?

    El prejuicio terminó cuando un día vi de cerca a Lucía en Cancún; se me paró el corazón, dejé de pensar y me convertí en su esclavo –de eso nunca se enteró Rubén. Mi mujer sí. Fueron noches en vela hasta que un día me hallé con el poema, venía en la revista de una amiga de mi mujer, que ni sabía del bardo; se espantó un poco cuando se la pedí prestada: ¡un par de días! He de haberlo dicho con ¿ansiedad obsesiva? porque ella, despojándose un segundo de su notorio aburrimiento, dijo sin más: “Quédatela, no sé porqué esa les gusta tanto”. Y las dos intercambiaron la mirada que dice Pinche vieja, ¿qué le ven que los pone birriondos?

    Tenía el alma partida por la abrumadora belleza de Lucía Méndez, pero ahora tenía la obra hecha por el gran jefe de Letras Clásicas de la facultad, el griego Bonifaz Nuño (también esclavo de ella). Los endecasílabos me pusieron en paz, aclarándome qué hace un talentoso quevediano al sortear ácidos caminos con sutileza. En eso que creí de arte menor, latía un verso amoroso cuasi desesperado, es decir, casi perfecto, como la carta del capitán, que por la urgencia, lo que nadie más que el prendado puede comprender, hace a un lado el Canon… y zas: retoma el lenguaje de la onda. Bajaba, pues, el poeta de sus alturas, hablaba en lengua patente a los simples mortales.

    Divinizando tu disfraz de Diana

    Salazar, amotinas tu figura;

    mueves un hombro o quiebras la cintura,

    y agarro mi patín. Tú, soberana.

     Eso en 1989 se le toleraba a José Agustín y seguidores (Monsiváis o J. Refugio De la Torre). ¿Pero agarrar el patín en versificaciones de Bonifaz Nuño? Con los días me sentí más libre aún. Rubén nunca sería la vaca sagrada que pontifica sobre purezas del lenguaje, nunca mugiría desde un pedestal solemne. Era hombre, y por amor (qué le hace que sea imposible) hace lo que sea, hasta escribir públicamente una excitada declaración de joven. Amor de Rubén viejo poeta mexicano, el Enamorado Bonifaz Nuño a los pies de su dueña hace casi un cuarto de siglo, como Pulsera para Lucía Méndez:

    “Cuando adiós me dijiste, te he encontrado;

    te dije adiós, y me quedé contigo.

    Me es —porque te recuerdo— el tiempo, amigo;

    pueblas lo que vendrá de ese pasado.

    Adiós te dije: en sombras me has dejado;

    dijiste adiós: sin porvenir te sigo.

    Ya soy —te fuiste, el tiempo es mi enemigo—

    el sin remedio, el nunca recordado.

    Afila sin objeto una esperanza

    —de noche estoy, te columbré de día—

    alegre, el corazón de la tristeza.

    Cambia todo, tú quedas sin mudanza.

    Y el tiempo es nada, y luce —ya lucía—

    lo que pone de lujo mi pobreza.

    Surge a compás, gozante ligereza;

    tú, no solemne danza ni onda triste;

    si pasión que se enfiesta y se desviste,

    ángel felino que se despereza.

    Lucía de los pies a la cabeza

    tu gloria, y eras todo cuanto existe.

    Ya levantas los brazos, ya la hiciste,

    ya das un paso: tu canción empieza.

    Cerca de tan lejana, de ti misma

    te vas colmando; esplendes y construyes

    tu risa, y cantas, y te da la gana.

    Andas, aplaudes, dices; ya se abisma

    en ti el deleite, ya lo restituyes;

    ya el ánima suspira y se aliviana.

    Plenitud juvenil de la manzana

    pulida por el sol cuando madura;

    el cielo, en ti, encandila y se adulzura;

    ayer con hoy alegras, y es mañana.

    Divinizando tu disfraz de Diana

    Salazar, amotinas tu figura;

    mueves un hombro o quiebras la cintura,

    y agarro mi patín. Tú, soberana.

    Cielo trigal, candil en lo profundo,

    presente del futuro, sol esbelto

    multiplicado en cortes de diamante.

    Yo la miraba, y era de otro mundo:

    la estrecha falda y el cabello suelto.

    Y lucía magnética y radiante.”

    Playa Sur

    marzo 2013

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