RENDIJA DE LUZ | Punto muerto, la legislación ambiental | Por Graciela Saldaña Fraire

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Cuando celebramos el Día Mundial de los Humedales, el día 2 de febrero, el tema de los manglares estaba en boca de una gran parte de la población de Cancún, e incluso de todo México, y —por supuesto— el tema continúa comentándose en muchos lugares, independientemente de si el territorio mexicano se encuentre en el Listado de Humedales de Importancia Internacional de la Convención Ramsar; por supuesto está en esa lista, y significa —en pocas palabras— que México suscribe un objetivo de alcance mundial: «la conservación y el uso racional de los humedales mediante acciones locales, regionales y nacionales y en conjunto con la cooperación internacional, como contribución al logro de un desarrollo sostenible en todo el mundo». Entonces, nunca estará de más hablar de nuestro hábitat, especialmente ahora que los quintanarroenses han manifestado de manera muy enérgica su preocupación por los proyectos que con y sin permiso se desarrollan o pretenden realizare, justamente, en el Manglar Tajamar, un sitio de enorme importancia por ser un pulmón natural donde anidan y crecen varias especies.

¿Por qué son importantes los manglares? El manglar es un hábitat considerado a menudo un tipo de ecosistema, formado por los árboles (mangles) tolerantes a la sal, y que ocupan la zona intermareal cercana a las desembocaduras de cursos de agua dulce de las costas de latitudes tropicales. Así, entre las zonas de manglares se incluyen estuarios y zonas costeras. Tienen una enorme diversidad biológica con alta productividad, encontrándose en ellos un gran número de especies de aves, peces, crustáceos, moluscos, entre otros.

El vocablo manglar (que se usa igual en alemán, francés e inglés) es originalmente guaraní y significa árbol retorcido. Las especies de mangle que lo componen son de hoja perenne, algo suculenta y borde entero (CONABIO-INE-CONAFOR-CONAGUA-INEGI). En México predominan cuatros especies de mangle (Rhizofora mangle, Laguncularia racemosa, Avicennia germinans y Conocarpus erectus).

Los manglares desempeñan una función clave en la protección de las costas contra la erosión eólica y por oleaje. Poseen una alta productividad, alojan gran cantidad de organismos acuáticos, anfibios, y terrestres; son hábitat de los estados juveniles de cientos de especies de peces, moluscos y crustáceos y, por ende, desempeñan un papel fundamental en las pesquerías litorales y de plataforma continental. Son hábitat temporal de muchas especies de aves migratorias septentrionales y meridionales. Representan un recurso insustituible en la industria de la madera (maderas pesadas, de gran longitud, de fibra larga y resistentes a la humedad) y de los taninos empleados en curtimbres y tintorería.

Los humedales costeros, en particular los manglares, brindan una gran variedad de servicios ambientales: son zonas de alimentación, refugio y crecimiento de crustáceos alevine, por lo que sostienen gran parte de la producción pesquera; son utilizados como combustible (leña), poseen un alto valor estético y recreativo, actúan como sistemas naturales de control de inundaciones y como barreras contra los huracanes y ante la intrusión salina; controlan la erosión y protegen las costas, mejoran la calidad del agua al funcionar como un filtro biológico, contribuyen en el mantenimiento de procesos naturales, específicamente frente a los cambios en el nivel del mar.

Sin embargo, el desarrollo de actividades humanas en las zonas costeras, así como los mismos procesos naturales (tormentas, huracanes y alteraciones de flujos, entre otros) también los han afectado, motivo por el cual la legislación ambiental ha endureciendo las restricciones respecto de su aprovechamiento (directo e indirecto), llegando a aplicar condicionantes a cualquier actividad de restauración, haciendo costosos estudios ambientales cuyo resultado se desconoce, y limitando la posibilidad de realizar actividades compensatorias. Pero los términos legales, sin embargo, son muy claros. Preciso: la ley y sus normas existen, pero no sabemos, los mexicanos, con qué fines se crearon.

Por lo tanto, vale analizar —una y otra vez— la importancia biológica de la enorme biodiversidad que tenemos en Quintana Roo, pero sobre todo entender y hacer entender que en esas zona las especies pasan gran parte de su vida; se desarrollan y reproducen. Este es un punto crucial: dan “vida a otra vida”. La naturaleza es sabia. Los humanos, destructores, bueno, ¡no todos! Muchos se dedican a crear estrategias para destruir el hábitat a cambio de hacer que sus inversiones rindan fruto. Por otro lado, como en el caso de Dragón Mart, a los quintanarroense no nos queda claro qué hace el Estado con las multas que recoge, pues los sitios destruidos están abandonados.

Sugiero, por lo tanto, darle un valor agregado a los predios abandonados o aparentemente abandonados, ponerles atención para vislumbrarlos como sitios de importancia, atención y beneficio ecológico y, por supuesto, darle mayor visibilidad a su valor biológico por encima del valor económico. Propongo, en síntesis, evitar el deterioro de nuestro ecosistema como tal.

 

 

 

 

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