DIARIO DE CAMPO | La sombra que ennegrece a los pueblos del Hondo | Por Gilberto Avilez Tax

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Le pregunto a Jesús Pérez Balcázar si me puede decir la toponimia exacta de Cocoyol. Jesús, un hombre como de 50 años, de larga barba de chivo, rojizo por el sol calcinante del trópico, y con 26 años viviendo en este pueblo del Hondo, me dice: “antes aquí existían muchos cocoyoles. Abajo, a 200 metros, en el Hondo, había puro cocoyol por el muelle de madera, los cocoyoles claveteaban el pueblo. Cuando venía un temporal con fuertes vientos, el pueblo parecía un nidal de cascabeles porque los cocoyoles zumbaban como esos reptiles de la chingada”.

Cocoyol está encaramado en una zona alta y colinda con el Hondo, esta es “la Montaña” que me han contado los viejos chicleros de Yucatán y Quintana Roo, por los altozanos y cerros de las estribaciones de la Sierra yucateca que se extiende hacia el sur y llega hasta el Petén guatemalteco. El Hondo, de 200 km, es hijo de dos ríos beliceños, el río azul y el río Chanchich, y ambos tienen sus orígenes en las tierras lejanas de Guatemala. A su paso crea “xuches” o pozas de agua viva, riachuelos que reptan por sus bordes, y las hojarascas, el humus y la pudrición de la selva agónica le da al Hondo una coloración negruzca y un verde intenso. Visto desde la punta de los cerros que bordean el río, el Hondo se asemeja a un lagarto dormitando, que en tiempos de las torrenciales lluvias de verano, sacude su pesado cuerpo de saurio milenario y se desborda, inundando a los pueblitos que crecen a pocos metros de sus matusalénicas escamas. Cuando el benque (así se le conocía a la explotación de maderas preciosas de la selva quintanarroense), hace como 60 años atrás, los benqueros arriaban en cayucos las trozas de madera que habían sacado de la selva en recuas de mulas y después en camiones, y las desembocan hasta la bahía de Chetumal, en el antiguo Payo Obispo. Aún todavía, si uno es curioso y recorre en lancha el río infestado de lagartos y otras podreduras, puede ver de vez en vez un “cementerio marino” de trozas que, por “chupar mucha agua”, fueron comidas por el Hondo.

El Hondo, como bien ha dicho una extinta antropóloga, más que frontera, es un puente de agua, una frontera porosa entre los pueblos mexicanos y beliceños que crecen a ambos lados del río: beliceños de orígenes yucatecos y mexicanos que vinieron a poblar en tiempos de Echeverría y López Portillo, pasan casi a diario este río para surtirse de despensas. Los beliceños compran harina, arroz, y la cerveza mexicana les resulta más barata. Difícil de vigilar, igual el Hondo es camino de la droga centroamericana y sudamericana, y muchos pueblos mexicanos del Hondo, para nadie es un secreto que son pueblos donde abundan los jefes y jefecillos de esta empresa trasnacional.

Jesús me comenta otras cosas de su pueblo de 1,500 habitantes. Con calles hechas con sascab, los pobladores, que están comenzando a dedicarse a la siembra de chigua, ansían tener un mercadito y un lugar donde vender seguro y sin coyotes su producción. Don Jesús me dice que “ya ve cómo está este pueblo, falta alumbrado público, y a pesar de que tenemos al río a doscientos metros, el agua a veces llega y otras no”.

Lilia Brito, una mujer de la misma comunidad, me cuenta su historia. A Lilia le faltaban 6 meses para terminar su licenciatura en biología en el Tecnológico de Chetumal. Lilia tuvo problemas con un maestro autoritario (de esos hombres grises que con poco poder se vuelven tiranuelos tropicales), el hombre, literalmente, la sacó del tecnológico utilizando su infantil terrorismo en las aulas. Lilia comenzó a trabajar en Chetumal como secretaria, la paga era miserable, y mejor decidió volver a Cocoyol, y ahora se dedica a vender pollos y le da empleo a una señora. Ella dice que el sistema educativo es una farsa, estudias y ganas menos que una vendedora de pollos, y aquí, en el pueblo, el priísmo ha hecho flojos a los campesinos con el programa Oportunidades y el Procampo: algunos cobran por no trabajar, y a veces ni siembran.

Estas dos historias de Jesús y Lilia, son unas de tantas que podemos recoger caminando por Cocoyol y por otros pueblos del Hondo. Pero la sombra que ennegrece a los hombres y mujeres de estos parajes, tiene que ver no con el río ni con la falta de trabajo y las peripecias de la chigua, sino con un sistema explotador, una especie de neo hacienda cuasi esclavista que todo lo devora y todo lo ennegrece: “El Ingenio”.

“El Ingenio no nos da de comer más que puras migajas”, me dice un señor de Sabidos. En una tortillería de Cocoyol, un fuerte olor penetrante me hizo preguntar qué lo expelía: “es el malatión, nos lo da El Ingenio para fumigar la caña”. No sé si sea cancerígeno, la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC) ha determinado que no lo es, pero su fuerte olor, y desde luego, su contacto con el medio ambiente, tienen consecuencias que tal vez todavía no se disciernen o no desean discernir los organismos internacionales por lo que implica para el negocio de estos químicos.[1] “El Ingenio”, les otorga a la fuerza a los productores de caña los sacos necesarios para sus hectáreas sembradas de caña. Ellos no están para decir que no, pues “es para la mosca pinta, no nos lo regala El Ingenio, nos lo cobra después de la cosecha y la venta de nuestra caña que le hacemos. Es un polvo que se aplica con motobomba”. Por una hectárea de “cañal”, El Ingenio les da a los productores dos bultos de 20 kilos. Casi como 300 pesos por bulto que, con intereses, porque El Ingenio es agiotista, llega a 400 pesos que tienen que pagar los productores de caña. En total, en Cocoyol existen como 180 productores de caña empotrados a los requerimientos de El Ingenio.

Ingenio

Otra de las comunidades del Hondo que tienen muy de cerca la sombra oscura de El Ingenio, es Cacao. Cacao está asentado entre lomitas tropicales de la misma Sierra que avanza hacia Guatemala. Es un pueblo que se inunda en temporadas de lluvias por el río crecido. Santiago Terrones, un tabasqueño que ha vivido la mitad de su vida en Quintana Roo (llegó hace 37 años), es uno de los productores de caña del lugar: “Las 22 hectáreas de caña que tengo se los vendo a El Ingenio, pero esto es un raterío, pues siempre le salimos a deber en la pre-liquidación (al momento de la siembra de caña), y en cuanto termine la zafra nos liquidan, no sin antes habernos macheteado el precio de la caña”. Santiago me cuenta que, antes, en algunas comunidades del Hondo, como Cocoyol o Sabidos, había trapiches familiares donde se hacían panela, piloncillo, que ayudaban al sustento familiar, independiente de El Ingenio: “pero esto no funcionó porque no tenían buenos paileros que le daban buen punto a la miel, siempre se les quedaba cruda o se les quemaba la panela. Los mejores paileros vienen de Tabasco o de Veracruz, pero aquí no llegaron y el gobierno no apoyó en nada para que vinieran”. Con hijos y algunos peones (en su mayoría, indocumentados), a Santiago lo ayudan a chapear, a sembrar, fertilizar, fumigar y “foliar” el cañal.

¿Pero quién es el dueño de El Ingenio? Don Santiago me dice que pertenece al Grupo Beta San Miguel. En su página de internet, el grupo Beta San Miguel asegura ser el segundo productor de azúcar en el país, y como empresa, se jacta de generar “toda su energía eléctrica para su operación, y los excedentes los vende a la Comisión Federal de Electricidad” y a otras empresas. Tiene otros ingenios a lo largo de la república.[2] En años recientes, la zafra en El Ingenio cayó al último lugar de los 54 ingenios que existen en el país.[3]

Las condiciones sociales de los trabajadores de El Ingenio son desastrosas, tal parece que en estas empresas privatizadas a fines del siglo XX, se regresó a tiempos del Porfiriato. Arriba, en la escala de esta gran pirámide feudal, se encuentran los dueños, los accionistas del Grupo Beta, los grandes capitalistas que no sabemos quiénes son. Abajo existe una serie de escalas de mando. Los trabajadores, tanto los productores (pequeños agricultores con tierras de ejido que siembran caña para El Ingenio) como los “cortadores”, sólo ven al “cabo” o al “boletero”, igual a los ingenieros y otros técnicos. Existe un “Comité de Producción” “que hace cosas malas”, “a los pobres cortadores les ponen pretextos para rebajarles el precio de la tonelada de caña: de 35 pesos, generalmente se les paga 12 por tonelada a las cuadrillas de cortadores”.

De lunes a domingo, mientras dure los trabajos de la caña (de noviembre a junio o julio), que van del chapeo, la siembra, el cuidado de los cañaverales y hasta la zafra o recolección de la caña, los temporeros, los cortadores y productores están ahí, devorados por el sol incremente y las altas temperaturas asfixiantes dentro del cañaveral. La jornada comienza a las 5 de la mañana, y casi siempre acaba a las siete de la noche. Toda la rivera del Hondo, sus 14 ejidos, son pueblos cañeros maniatados por El Ingenio. Momentos antes de que comience esos largos ocho meses del trabajo de la caña, los cabos (especies de capataces), como “comisionados de la zafra”, van a Oaxaca, a Chiapas, a Colima y a Guerrero en busca de gente que trabaje para El Ingenio. Les dicen que tendrán buena paga y comodidades. Desde luego que esto es un perfecto “enganche”, muy similar a lo que sucedía en tiempos de las haciendas porfirianas, en Valle Nacional y las haciendas de los reyezuelos del henequén. Estos connacionales generalmente llegan a El Ingenio con sus familias, donde se apilan en barracones seccionados en cuartos pequeños que ellos llaman “galeras”. A la vera del camino que va de Ucum a La Unión, uno puede observar alguna de estas galeras, donde las lenguas de fuego del calor tropical se acrecientan.

Y como la frontera está cerca, por el Hondo llegan, como avanzada de desarrapados, los parias de la tierra, los indocumentados centroamericanos: gente de Belice, de Honduras, de Guatemala, de El Salvador, vienen a sobrevivir en El Infierno de El Ingenio por una paga miserable. Ellos no tienen derechos, no reclaman nada, les pagan lo que quiera el cabo. Los enganchados nacionales, tienen seguro social, pero si se cortan la mano u otro miembro, y quedan inválidos, el seguro se les deja de pagar, y la mayor parte de las veces, El Ingenio no les da su “retiro” para volver con sus familias a sus lugares de origen. Tal vez es una forma de obligarlos a que se queden: mano cautiva, la reserva lumpen-proletaria de El Ingenio.

¿El Sindicato? Sí hay un sindicato, pero “son la misma porquería”. Resulta que cuando hay un líder que quiere modificar la insultante orfandad de los cortadores y productores, “el ingenio avienta el dinero”.

Sin zapatos aptos para andar por los cañaverales, sin pantalones y camisas de manga larga resistentes para cubrirse del sol, unas sandalias de hule, un machete desportillado y una ánfora con agua caliente, son las herramientas de esos cortadores que se internan en el cañaveral, y que al salir de esa boca del diablo, salen completamente teñidos de negro, apenas y se les ve sus ojos y sus dientes, si es que recuerdan cómo reír. El peligro de cortarse una mano, una oreja o la pierna, siempre es latente, como latente es toparse con una cascabel. La tensión de estos hombres devorados por el cañaveral se materializa en riñas feroces donde la muerte es una alternativa deseada.[4]

Pero siempre lo que se siembra se termina por cosechar. Recientemente, El Ingenio ya no produce como antes: “Los cañales están a la baja, no rinde la tierra, el mismo Ingenio se está cayendo a pedazos”. No sé si por tantos químicos que han envenenado la tierra de los cañaverales, o tal vez por un castigo divino, lo cierto es que las condiciones laborales de los trabajadores de la caña deben ser modificadas. No se puede vivir en tiempos porfiriarnos, donde una neo hacienda devora y devora no sólo la caña sino al hombre.

[1] http://www.atsdr.cdc.gov/es/phs/es_phs154.html

[2] Sobre algunas de sus actividades en El Ingenio, puede consultarse la siguiente página: http://www.zafranet.com/tag/ingenio-san-rafael-de-pucte/

[3] “Se desploma ingenio local. El Ingenio San Rafael de Pucté, ocupante de los primeros 10 puestos en producción, ahora es el último de los 54 que operan en el país”. Novedades Quintana Roo, 1 de noviembre de 2014.

[4] “Asesinan a puñaladas a un campesino en el ingenio San Rafael de Pucté en el sur de QR”. Noticaribe, 25 de julio de 2015.

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