Apuntes sobre la escena musical 2016 IV | Por Rodrigo De la Serna

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MÚSICA Y VIDA

Hacer música es un acto bastante más antiguo, y con más implicaciones, que el negocio musical.

Como arte, como instinto perfeccionado, sus orígenes se datan probablemente en medio millón de años –según A. Carpentier, J. Cage, Schaeffner et alli.

Inclusive si son más o menos milenios, sólo ello muestra el camino que llevamos ligados al hecho musical, de inicios muy distintos a lo que hoy se considera una interpretación artísticamente sonora.

El acto creativo en música iniciaría al reconocerse como elementos rítmico/sonoros a la voz, el cuerpo, las extremidades; y el empleo que podía dárseles. Se hizo costumbre humana por numerosas razones que aquí no se exponen por falta de espacio. Esta actividad se hizo (y aún se hace) con restos óseos, piedras, palos, cuero y huesos de todo tipo, luego con útiles de trabajo.

Entrechocar conchas o piedras por casualidad o con toda intención… o descubrirse la capacidad de silbar, chiflar, aullar, percutir con más posibilidades que como hacen los animales… mugir o dolerse sin dejar de rasgar cuerdas, nombrar, renombrar, resentir el efecto de un ritmo frenesí alrededor del fuego… actos que hoy llamamos primitivos o cavernícolas, fueron el inicio de la música y también del lenguaje.

Milenio más tarde el sonido se sofisticó con técnicas y miles de instrumentos, algunos como fetiches o símbolos de poder.

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Soy incapaz para establecer con precisión cuántas razones tiene la población actual para oír, hacer, bailar, interpretar o escuchar música. En cambio, supongo que para aquellos parientes prehistóricos cualquier hecho musical en principio implicaba Asombro, Búsqueda, Desconcierto, placer desconocido, una repulsión incomprensible; o el concierto: un acto que atraía y ejercía influencia.
¿Tal vez así comenzamos a conocer otras realidades? Por otra parte es muy difícil que hoy algo nos provoque asombro o motive a la búsqueda, si no contiene elementos patológicos.

La evolución de nuestras cualidades ha sido sin precedentes en el planeta; en menos de 50’000 años llegamos al clímax de la diferencia con los demás reinos (mineral, animal, vegetal), destacándose entre los símbolos del poder humano nuestra música y lenguaje, de una sofisticación rayana en lo decadente.

En consecuencia, el hecho musical, creativo o interpretativo, representa bastantes elementos antes de que en el siglo XIX fuera convertido en variante de la empresa que aún llamamos capitalismo. En otro extremo, cuando la cosa ha sido mal llamada “comunista” o “sagrada”, casi toda vida musical está muy próxima a la desgracia. Y ni hablar de lo que hacen con el lenguaje… en pro de lo políticamente correcto.

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El motivo de quien hace música (porque con Ella vino a este mundo), es hacerla en cualquier momento, lugar, situación o tiempo; es su concepto de vida, de movimiento y equilibrio continuos, un conocimiento organizado, cultivado a solas o en grupo.

Vía la música hay quien ingresa a una realidad aparte, sea de vez en vez o como asiduo a la experiencia.

Sólo quien compone e interpreta música, experimenta lo que para los demás es incomprensible, desconcertante, imposible: el manejo de otro lenguaje y otro Tiempo, otro movimiento donde el sonido y el silencio se hermanan, se palpa la nota o palabra de una belleza siempre efímera, abstracta como escuchar y ser, ergo vivir.
De ahí que para audiencias y oyentes la música sea traducible sólo en emociones, en baile, en actitudes, como el mejor fondo para adorar, conmemorar, trabajar, recordar u olvidar…

Ante la música sí vale expresar lo más humano: me gusta, no me gusta.

¿Cuál es música buena y cuál es mala? Lo ignoro. Pero hay millones que opinan al respecto; a algunos hasta se les paga (y muy bien) por hablar o escribir de ella.

Si hay un tiempo distinto al del “mundo real”, es el lapso donde compositores y músicos viven de otra manera los 3’ 37” que dure X interpretación; un ejemplo: cuando te place resulta cortísima, muy justa, éxtasis semejante a un beso robado, aviso de orgasmo. Y si no te gusta, el tiempo se hace eterno: tragas lumbre.
Hay quien es feliz en la medida que su música pone a bailar a la gente. Habría que preguntarle a tanta audiencia cómo se les hace el tiempo cuando oyen una rola que aman u odian.

Hay quienes tocan/cantan/son DJs… porque así le hallan otro sentido a la vida que llevan, de tal modo entienden eso de vivir por algo. Es diferente a vivir de algo. De tal modo hay quien cultiva su arte a solas, en círculos íntimos, con amigos y aficionados con el único fin de disfrutar el acto musical.

Y uno confiesa: ¿qué expresar objetivamente sobre ese extraño objeto del deseo llamado karaoke? ¿Es la variante tecno para el instrumento humano per sé: la voz… o es la parte actoral del negocio que torna real el sueño de millones por cantar (fuerte, en público y como sea) los hits de sus heroínas y héroes…? Qué le hace que la pista esté desafinada o fuera de tiempo…

Hay grupos, intérpretes y compositores más que millonarios y célebres, simbolizan el éxito por expresar sus dones; si todavía tocan en público será tal vez porque en ello encuentran la razón de su existencia. Rolling Stones, Plácido Domingo, Madonna, Peter Gabriel, Serrat, U2, Bob Dylan, Willie Colón, Maná, Juan Gabriel… ¿necesitan dinero, inversiones urgentes, más trabajo?

Lo dudo. Quizá siguen tocando porque además de ser su camino, su misión, es lo que les gusta hacer en este mundo; ¿o ya sólo así se divierten? A lo mejor en la ineludible rutina de ensamblar sonidos y letras con ensayos, giras, tocadas, grabaciones y sus ramales socio-mediáticos, encuentran emociones distintas a sólo “sex & drugs & rock’n roll”, millones en cuentas suizas y poder comprar lo que sea.

Playa Sur
abril – mayo 2016

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