Apuntes sobre la escena musical 2016 VI | Por Rodrigo De la Serna

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DE INSPIRACIONES Y PAISAJES

Vivimos en una sociedad aún fundamentada en la cultura de masas organizadas.

Entre sus múltiples efectos está el mainstream, o el resultado de la interacción de diversas áreas de la industria musical y el entretenimiento: ventas, inversiones, marketing, publicidad, producción, etc.

En esa gran corriente van las apuestas y productos al escaparate global, medios de comunicación y comercio tradicionales a cada instante los ofrecen como figurones (¿figurines?) del mercado.

Todo ello genera otras derivaciones del negocio: festivales, turismo, comercio on-line, ropa, accesorios, discos como curiosidades y una singular idea de artesanía.
A la fiesta se apunta desde hace décadas una invitada non-grata y cada vez más fuerte: la piratería.

En el buen negocio los números deben ser de millones, si no, pues no son buenos.

De tal modo la meta de miles de festivales hace lustros que dejó de ser la propuesta musical; importa que asistan cientos de miles, las marcas y edecanes que se vean, las macro pantallas y mega audios que se usen, 27 súper escenarios con una iluminación intimidante, ejércitos de técnicos y gente de medios.

Da la impresión que para los futuros músicos en potencia, el sueño y la meta es llegar al precio que sea a ese tipo de producciones. ¿Habrá quienes aspiren primero a sonar y cantar como alguno de sus héroes?; ¿habrá quienes al día siguiente se pongan a buscarle para hallar un estilo propio?

Qué importa si “no me hallo” (quizá la frase más recordada de J. Haro el Personal); si lo expresas con música y letra, qué importa si no le gusta a los dioses pero te oye una diosa, india o negra o tutifruti…

El mainstream promueve exitosos programas de concurso; ahí sólo se reciclan “hits” del pasado, el objetivo no es musical sino de producción, promoción, otra canción-cantante que venderá en el verano.

A excepción del reggae latino, los ritmos marginales hasta hace una o dos décadas, en 2016 ya “compiten” en ventas con el pop más sofisticado, el rock R&B para soldadescas de gira en Irak o Panamá, cuyos “éxitos” (en inglés y spanish) los determina la industria en países del hemisferio norte, Hollywood un consorcio típico.

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Un distintivo per sé del gran negocio musical (y de toda academia) es fomentar la Competencia. Antes que tocar Competir… antes que evolución civil o artística mejor Competir… primero Competir entre nosotros… algún día alguien (tú no, ¿quién te crees que eres?) hará algo sinceramente grupal en vez de cada quien su santo. Pero antes, aquí y ahora y después de todo, Competir.

Traducción: antes que alguien me chingue, te chingo… en buena onda. Y así se va por “la vida”.

Créase o no, esta mística tiene que ver con un resultado comprobable: de 2007 a 2016 México se desangra con más de 200’000 muert@s y desaparecid@s.
Y a pesar de que esa violencia y la represión cunden por todas partes, aún creemos que ese es el principio básico de vida: competir, “como el tiburón, la hiena, el chacal”… la economía neo darwinista.

Pues vaya instantes para inspirarse.

Y con semejante escenario muchos ciudadanos decentes y productivos le reclaman su falta de creatividad a voces y letras del reggaetón, gruperos, chunchaqueros y aquello que satisfaga (distraiga), al menos una noche a las desesperadas tribus urbanas, al agónico campo mexicano.

Encima de hombros y espalda de artes, música y poesía, la economía-política también dicta las preferencias masivas para sectores de tal o cual mercado. Su gran hit de los últimos 27 años se llama: ¡Viva la competencia abierta y total si se quiere sobrevivir!… luego alguien tararea jocosamente: “yo sólo quiero triunfar en la radio…”
Éste es otro instante cuando muchos músicos afrontan una encrucijada:

O irse donde competir es el punto de partida…

O ir por el camino original: música como re-creación del mundo.
Us & them…

Playa Sur
febrero – mayo 2016

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