La caída de la clase política chetumaleña | Por Primitivo Alonso Alcocer

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De tiempo en tiempo, la ciudadanía quintanarroense ha estado inmersa en la zozobra producida por acontecimientos inéditos que rasgan las vestiduras de la tranquilidad, prenda que otrora caracterizaba a la sociedad local, tranquilidad que tuvo su primer desajuste serio, como Estado Libre y soberano, con el caso del Ing. y Lic. Mario Villanueva, carismático gobernador chetumaleño y su enfrentamiento con el gobierno central, lo que produjo un ambiente electrizado por los incidentes aparejados a este hecho insólito en que se vio envuelto el Jefe del Ejecutivo Estatal; Villanueva, político con un gran aprecio popular, se rodeó de la clase política para gobernar mientras preparaba a una generación de relevo para entrar al quite en el momento oportuno cuando estuviera debidamente equipada.

Inteligente, osado y de carácter fuerte, quiso jugar más allá de los límites permitidos por el andamiaje central y el peso del águila lo derribó sin miramientos. Fueron tiempos difíciles que provocaron la desmoralización tanto del pueblo como de los políticos que participamos en la construcción de las instituciones donde se sostiene el gran edificio quintanarroense; fue el peor golpe asestado a un miembro del grupo embrionario que por extensión afectó en gran medida a los tuvimos la oportunidad de trabajar con el dinámico personaje cuyo nombre todavía es bien recordado en amplios segmentos populares como símbolo de la hombría, la dignidad y la pasión por Quintana Roo.

No se sabe si el sucesor en el gobierno, recibió algún tipo de recomendación o si actuó de motus propio como después se pensó; lo cierto es que la clase política tradicional no embonó con el nuevo gobernante que al verse libre de la influencia de su antecesor, marco su distancia de los políticos forjados en el duro yunque del trabajo partidista y arquitectos coadyuvantes en la construcción de las primera instituciones del Estado, a quienes señalaba por no apoyarlo en su oportunidad en sus aspiraciones políticas a la gubernatura del Estado, actitud que fue contestada a cabalidad lo que propició no solo brotes de pirotecnia verbal sino un enfrentamiento en donde en alguna ocasión se planteó la exigencia de la renuncia del gobernador mismo que no perdía ocasión en sus discursos para descalificar a la clase política histórica.

La erosión interna fue el rasgo distintivo en una etapa en que el fuego amigo debilitaba al partido dominante envuelto en una reyerta que involucraban a una gran mayoría del priismo actuante lo que provocó a la larga un desprendimiento de algunos que optaron por tender la camiseta en la soga y buscar cobijo en otras expresiones partidistas, aunque en forma temporal, al no lograr ningún entendimiento saludable con el gobernador que también se desgastó en el enfrentamiento.

Sin embargo, el mandatario conservó la fuerza suficiente para operar la sucesión gubernamental, siendo factor determinante por las condiciones imperantes en el medio político tanto local como nacional, para elegir a su sucesor.

Joaquín Hendricks se inclinaría por el cozumeleño, Félix Arturo González Canto, diputado federal en funciones al considerar probablemente que, al que mostró por largo tiempo como su delfín, Eduardo Ovando Martínez, un chetumaleño, además de mostrarse demasiado independiente aquilató que no hubiera podido vencer, ni con toda la fuerza del aparato, al fenómeno político que en esos momentos era un cuadro de Cancún, Juan Ignacio García Zalvidea, apodado El Chacho, postulado por una coalición partidista, por lo que la elección del diputado federal cozumeleño, se desprende, obedecía a su conexión sobre todo con el norte del Estado y al perfil aparente de ductilidad política que proyectaba acorde a los intereses particulares de Hendricks Díaz, que quizás pensó en que podría prolongar su influencia más allá de su sexenio, entregando las llaves del paraíso y abriendo las puertas a lo que vendría después… Todo lo anteriormente comentado, produjo un desgaste significativo en las filas de los tradicionales que unido a la falta de un liderazgo confiable, a reyertas estériles y a la falta de acuerdos por la abundancia de “generales”, fueron factores que propiciaron el debilitamiento y la posterior caída de la clase política chetumaleña tradicional.

Esta debilidad estructural fue aprovechado por los últimos gobernantes cozumeleños para terminar de borrarnos del mapa, floreciendo otro tipo de político capitalino más acordes a los intereses de los detentadores circunstanciales del poder, mismos que los inhabilitaron para participar en la toma de las grandes decisiones quedando algunos en calidad de convidados de piedra o como figuras testimoniales, siendo ejercitado el verdadero poder por gente de la extrema confianza de la cúpula del grupo político dominante, cuyo radio de acción era ilimitado; con este accionar, se nulificaba cualquier posibilidad para los chetumaleños para participar en las grandes jugadas de la política y la administración, llegando al ignominioso caso (en un pasado inmediato), que por razones que se pierden en los pasadizos sórdidos de la política, se prefirió “vender” la “franquicia” de la candidatura a la senaduría al impresentable “Niño Verde” o blindar a un ex mandatario antes de concederla a una gente del Sur, como era natural, para tener los justos equilibrios en el tablero de los grandes movimientos políticos en el Estado.

En lo que concierne a la jubilación forzada de los ortodoxos, se argumentó que ya habíamos cumplido con nuestro ciclo político pero habría que señalar que la experiencia no tiene fecha de caducidad aunque el ciclo se vence y no era el caso, y en cuanto al apelativo de dinosaurios, sería por los colmillos porque la mayoría no teníamos cola que pisaran ni los tirios ni los troyanos; en otra tesitura, el remplazo de la experiencia cerró la escuela política a los nuevos cuadros y a los noveles funcionarios que al no contar con maestros que los asesoraran, supusieron que la política es el arte de congraciarse con el jefe, tener un trato déspota con los subordinados y con cualquier gente “menor”, derribar al contrario sin miramientos y hacerse del dinero sin aspavientos.

Por otra parte, y con riesgo de parecer romántico, creo que la falta de unidad en lo fundamental y la falta de acuerdos internos ha venido cancelando la construcción de una posición de fuerza para arropar a alguna figura local como eje imán para insertarla con fuerza en el mapa político de la entidad, lo que hace ratos se hubiera logrado de haber actuado la dispersa clase política chetumaleña con decisión, arrojo, unidad y con un cierre de filas en torno a la figura que señalaran las circunstancias, actor que operaria como dinamo atrayente para consolidar una base política fuerte que sería el bastión político (sin títulos de propiedad para nadie), del reposicionamiento tanto tiempo postergado.

Hay ejemplos en el pasado en las figuras del Dr. Enrique Barocio Barrios(superlativo), Pedro Pérez Garrido, Jesús Martínez Ross, Mario Villanueva Madrid y más actual Eduardo Ovando Martínez que se acercó a este cometido con una base popular fuerte pero sin lograr aglutinar a otras figuras importantes que lo veían con recelo por su sentido patrimonialista del poder. Decía un clásico: “no lloréis como mujer, lo que no supiste defender como hombre”.

Pero también es irremediable hacer un análisis sereno aunque somero de todas las circunstancias que gravitaron alrededor de la caída de la clase política chetumaleña que al no actuar por su empequeñecimiento, por el golpeteo bárbaro golondrino y por reyertas intestinas, fue suplida simbólicamente por la mayoría del pueblo chetumaleño que nos mandó una clara señal el pasado 5 de junio para que “echáramos un ojo” y aprendiéramos como se hacen las “cosas” en los tiempos en que reina la estulticia.

La reducida importancia de los políticos capitalinos prosigue, con algunos matices, en el gobierno del cambio adonde emigraron desde un principio cuadros valiosos del PRI al no encontrar oportunidades políticas en el Partido histórico dominante regenteado por la dupla cozumeleña Félix-Borge; por otro lado, no se advierte un titular local en alguno de los tres poderes del Estado en tanto que en la administración pública hay una representación nimia probablemente derivado de los compromisos contraídos por el gobierno actual.

En lo que concierne a las próximas contiendas electorales, hay suficientes cuadros chetumaleños altamente competitivos para dar la gran sorpresa, sin necesidad que se imponga algún imponderable como sería el debilitamiento de las estructuras actuales en el gobierno lo cual no conviene a nadie además que podría ser un facilitador para la emergencia de alguna “figura inconveniente” en lugar de hombres o mujeres cuyo compromiso este fincado en la Nación, El Estado y el Partido.

No hay que perder de vista que la ciudadanía vigilante ha dado muestras que la emisión de su voto no está etiquetado para ningún organismo político a largo plazo y se tendrá que hacer un esfuerzo adicional para conservarlo o perderlo de acuerdo a la honestidad, la eficacia, la eficiencia y el olor a pueblo que logren demostrar sus protagonistas fundamentales.

No obstante todo lo anterior, este podría ser un buen momento para sanar heridas y levantar la cabeza para mirar hacia adelante con cuadros sanos que no hayan sido contaminados por el estiércol de la corrupción, que tengan mística de servicio y vena humanística, es decir, conciencia social; en estos tiempos tan azarosos, todas las formaciones políticas deberían de tener la obligación moral y política de fortalecer a sus cuadros noveles, junto con la experiencia, preparándolos para que entiendan los delicados intríngulis del quehacer político y fluyan con el pueblo y no gente improvisada que muestre su pequeñez con directrices absurdas y el trato déspota y soberbio con la sociedad. La improvisación fue una de las causantes de la debacle de los últimos gobiernos y lo que pegó de lleno al corazón del Estado.

En otro renglón, apoyar al gobernador sin distanciamientos de nuestras convicciones ideológicas con propuestas constructivas y actuando como organismos vigilantes para señalar desviaciones cuando las haya sin estridencias demagógicas, es vital para sacar a la entidad del atascadero en que lo dejó la sinrazón cleptocrática; sin el apoyo de las fuerzas fundamentales del Estado, la nave quintanarroense navegará a la deriva aun teniendo a un buen timonel dispuesto a suplir a la marinería que no funcione y corregir los errores que se vayan suscitando en el duro trajín de gobernar.

Hay que partir de la sencilla ecuación lógica: si le va mal al gobernador le va mal al Estado y éste no aguanta un sacudimiento más sin que empine la proa lo que significaría el fracaso histórico del autogobierno con todas sus derivaciones políticas, económicas y sociales.

Definitivamente, este no será un buen momento para los logreros que se arropan con las banderas de Quintana Roo, de sus respectivos Partidos o de la propia sociedad y se tiran sobre sus intereses. Es una circunstancia favorable para los hombres y mujeres de buena fe que sientan a la entidad y procuren con sus acciones sembrar con honestidad en tierra productiva para levantar buena cosecha para todos. Quintana Roo no puede seguir siendo La Tierra Disputada por los intereses locales y foráneos; nunca más feudo particular de sumisión sino parcela libre para la esperanza en donde fluya la pluralidad como la fuente germinadora del proceso democrático.

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