La enseñanza de la historia en Yucatán | Por Gilberto Avilez Tax

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Aprendí historia escuchando emocionado el Himno nacional mexicano todos los lunes, durante doce años, de primaria hasta preparatoria. Desde tercero de primaria hasta todo el bachiller, estuve en la banda de Guerra, era corneta y llegué a ser sargento y me jacto de saber todo el repertorio y hasta tengo un libro de la historia de las bandas de guerra en México que me compré en una de las tantas librerías de viejo de la calle Donceles del centro histórico de México.

¿Cómo no recordar las enseñanzas del maestro Nelly? Él fue el que nos enseñó, a tantos de sus alumnos, a tocar en la banda de guerra de la escuela primaria Francisco I. Madero, de mi pueblo. Además, el maestro Nelly fue mi profesor de historia en la primaria y la secundaria.

El profe Nelly nos contaba, con fruición, las gestas de independencia (yo calculaba que el Pípila era descendiente directo de Sansón); la traición de Iturbide y sus sueños reales; la mala leche del “guerrero inmortal de Zempoala” y su terrible adicción a los gallos y a las hembras de amplio caderamen; los ejércitos populares surianos de Juan Álvarez sacando del poder a Santa Anna; la hierática fuerza de Juárez llevando a toda la república y al archivo desde tiempos de los virreyes, a cuestas en su negra carroza por los pelados desiertos del norte; la frase inmortal de don Guillermo Prieto –“los valientes no asesinan”-; o la bravura de los indios zacapoaxtlas despedazando con sus fieros machetes de labranza al “mejor ejército del mundo, el de los zuavos”.

En otro aparte, el profesor Nelly ponderaba las contradicciones del Porfiriato (a la mucha administración y a la construcción de los 20,000 km del ferrocarril, Nelly nos leía los pasajes más cruentos del México bárbaro, de Turner), se detenía al detalle hablando de la Revolución mexicana, y era un convencido zapatista, aunque yo pienso que era más socialista yucateco que cualquier otra cosa.

Estos profesores de historia, que ya no se destilan, nos enseñaron, además de fechas, nombres, gestas o pasajes; nos enseñaron a ser patriotas, nos enseñaron una idea de nación que muchos cientificistas criticarían sus maneras broncíneas de enseñar la historia, pero que para mí fue elemento necesario para decantarme, años después, por la ciencia de Clío. Si me preguntaran para qué sirve la historia, diré que para eso: la historia sirve para hacernos más patriotas, para que nos duela México y para ser ciudadanos mejores.

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