El territorio federal de Quintana Roo, escenario de la última defensa de la soberanía nacional en el siglo XIX: Los claroscuros de su génesis | Por Primitivo Alonso Alcocer

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(En memoria de mi amigo y maestro Francisco Bautista Pérez, quien fuera Historiador de Quintana Roo y hombre venido de otras latitudes que se entregó sin reservas a la causa quintanarroense hasta que la muerte lo sorprendió)

Al cumplirse el 115 aniversario la erección de Quintana Roo como entidad federativa, me propongo hacer un repaso somero de algunas de sus particularidades históricas en su carácter de territorio federal de acuerdo a los modestos instrumentos conque cuento para un trabajo de esta envergadura que dista de ser profesional. La gestación institucional de este enclave fronterizo obedeció a razones de carácter nacional en donde sobresale la necesidad de contar con una entidad federal en la parte Oriental de la Península de Yucatán que por su importancia geopolítica había despertado los apetitos expansionistas de Inglaterra que planeaba avanzar más allá de la vereda limítrofe del Río Hondo y agenciarse gran parte del territorio nacional en el Sureste de México; por otra parte, los mayas insurrectos habían instalado su bastión en la parte central de esta porción geográfica y de alguna manera se buscaba su aislamiento para evitar que se recuperaran y volvieran a la carga con mayor ímpetus todavía.

Desde las postrimerías del siglo XIX se vivían los tiempos del reparto del mundo entre las grandes potencias del orbe y el león ingles no estaba conforme con sus posesiones en América y deseaba expandirse más allá de Belice no obstante haber suscrito un Tratado con el gobierno de México denominado Mariscal Spencer St John, en el cual nuestro país reconocía el protectorado Británico de Belice cuyo territorio históricamente formó parte de México, mientras los ingleses se comprometían a no apoyar ciertos ánimos independentistas yucatecos y a dejar de proporcionar armas y municiones a los mayas en pie de guerra, lo cual no cumplirían a cabalidad pues sus verdadera intenciones estaban fincadas en seguir avanzando hacia territorio nacional.

Al comprobar fehacientemente las intenciones expansionistas de Inglaterra, la respuesta del gobierno de la República fue el envío masivo de efectivos supuestamente para terminar con los últimos fragores de la guerra social iniciada en 1847 en donde el pueblo maya fue protagonistas de una de las gestas más gloriosas de que se tengan memoria en defensa de su dignidad por siglos ultrajada. Pero había que subrayar que el envió de miles de efectivos entre marinos y soldados, además de buques de guerra que comenzaron a navegar por el Rio Hondo, obedecía a la necesidad de enfrentar a un enemigo formidable que no eran precisamente, al menos como objetivo fundamental, lo que quedaba de la insurgencia maya; estos, para entonces, estaban casi diezmados pero sin perder su capacidad combativa y su actividad bélica se reducía a la guerra de guerrillas en donde la emboscada jugaba un papel preponderante.

El enorme aparato militar movilizado por el general Díaz obedecía a una política de disuasión para contener el avance de los ingleses hacia territorio nacional y enfrentarlos si era necesario. Para esas fechas se encontraban peligrosamente activos en las márgenes del Rio Hondo mismo que habían cruzado en variadas ocasiones y, según lo recordaban nuestros mayores, llegaron a instalar campamentos en algún espacio de los que es hoy la avenida 22 de enero enfrente de Palacio de Gobierno, en un acto de provocación a las autoridades nacionales. El hecho de suministrar pertrechos militares a los combatientes mayas era parte del mismo propósito al mantener un clima de permanente hostilidad entre ambos bandos para entrar al “quite” en el momento oportuno y comenzar su política expansionista que contemplaba, según avezados historiadores, toda la Península de Yucatán.

La fundación de Chetumal el 5 de mayo de 1898 independientemente de hacer hincapié en la presencia de México en sus olvidados confines, pudo haber sido un claro mensaje a la mayor potencia del orbe en aquel entonces; don Porfirio, parecía decirles a los ingleses que recordaran que en una fecha similar pero de 1862 los mexicanos habían derrotado al mejor ejercito del mundo y que México estaba dispuesto a repetir esa gesta histórica si la pérfida Albión proseguía en su intentona de agenciarse “en vía de mientras” el territorio correspondiente a la Bahía de Chetumal. Jan de Vos, el historiador belga, asienta que tenían el empeño de trazar rutas trasístmicas de haber logrado su propósito. Los ingleses retrocedieron ante la firmeza del general Porfirio Díaz desistiendo de su propósito de invadir territorio nacional con pocas bajas de por medio. Desde el naciente territorio federal, en términos de disuasión, se libró la última defensa de la soberanía nacional en el siglo diez y nueve rescatándose un vasto territorio olvidado incorporándolo institucionalmente al concierto nacional el día 24 de noviembre de 1902.

La entidad quintanarroense desde antes de su nacimiento institucional fue cuna y albergue de hombres y mujeres acerados por el duro yunque de un ambiente inhóspito en donde la sobrevivencia era cotidiana. Como una Babel contemporánea albergó en sus tierras tropicales a ciudadanos venidos de todos los rincones del mundo que junto a los nacionales encontraron en esta tierra feraz un reto para vencer y una esperanza para vivir. Fueron tiempos aciagos de lucha permanente contra las enfermedades endémicas y la ponzoña tanto de los reptiles como de aquellos malandrines que encontraban el mejor escondite para huir de la justicia o de su propia conciencia. Sus selvas virginales fueron testigos de las inhumanas tareas encomendadas en el Cuerpo de Operarios tanto a periodistas que jamás vendieron su conciencia como a políticos que hicieron del ideal una lámpara votiva de luz resplandeciente; fueron los que se alzaron pluma en ristre y el pensamiento en acción, cuando el viejo caudillo agobiado por los años había abdicado de sus ideas liberales y el perfumado grupo de los científicos hacían lo suyo en toda la geografía nacional. Fue este selecto grupo aristocratizante los que propiciaron la feudalización del nuevo territorio cediendo a sus allegados miles de hectáreas pletóricas del más rico maderamen para su explotación inmisericorde, fueron los tiempos de los grandes concesionarios en permanente puja con los gobernadores enviados por el centro para ampliar sus círculos de poder. La población del territorio federal padeció a auténticos sátrapas que supuestamente gobernaban. También se vio iluminada con hombres excepcionales que llevaron a su máxima expresión la obra social de la Revolución Mexicana. El general Rafael E Melgar y don Javier Rojo Gómez de grato recuerdo para los quintanarroenses, conforman este binomio demostrativo.

Existieron también hombres que respiraban luz como el Dr. Enrique Barocio Barrios, el primer líder social quintanarroense de gran aceptación popular, quien encaminara a la población a defender su integridad ultrajada cuando Quintana fue desmembrado en el año de 1931 y líderes nativos como don Juan Villanueva Rivero. José Marrufo Villanueva, Pedro Pérez Garrido y tantos otros que son recordados en el bronce que brilla con sus nombres en el altar cívico levantado por pueblo y gobierno a los Forjadores de Quintana Roo. En el claro oscuro de nuestra existencia como territorio, vivimos el abandono oficial con las honrosas excepciones de la gestión patriótica del general Lázaro Cárdenas del Rio y posteriormente de los presidentes Adolfo López Mateos y Luis Echeverría.

Una nube gris pareció flotar por nuestros lares que sin embargo fortaleció la unidad interna y un clima de solidaridad acentuó la recia delineación de un perfil idiosincrásico en que la maciza influencia caribeña se unía a otras expresiones culturales para configurar una manera de ser que continua su proceso en la actualidad con la amalgama de recias voluntades. Somos un pueblo expresivo, bullanguero por la influencia caribeña y a veces hasta románticos y desconfiado, en que el núcleo familiar juega un papel muy importante aunque el crisol de la masiva migración, a partir de los años sesenta, delinea el perfil de un nuevo quintanarroense más pragmático y con un espíritu más desafiante pero menos solidario.

Los tradicionales somos espontáneos, amigueros, comunicativos, un tanto reservados o malquerientes con lo que suponemos que no responde al interés superior de Quintana Roo aunque a veces nos equivocamos. Esta manera de ser y de querer a nuestra entidad ha sido confundido con el localismo a ultranza pero es simplemente una manifestación hasta genética de sentir a nuestro terruño sin que esto quiera decir que no hayamos abierto los brazos y ofrecido nuestra hospitalidad y amistad a nuestros hermanos de otras latitudes que han abonado de buena fe la buena tierra y han levantado limpia cosecha.

No hemos estado de acuerdo con los arribistas inescrupulosos y con los logreros que nada más buscan la “veta de plata” sin importarles un comino todo lo que significa objetiva y subjetivamente la entidad quintanarroense. Permítaseme trascribir un párrafo de uno de mis poemas que ha tenido mejor aceptación porque estimo que viene a colación: “¡Quintana Roo ere así, tu cobijas al preclaro ciudadano y también al abyecto aventurero, uno viene con hambre de dinero y otro extiende la mano como hermano!”. Aunque habría que reconocer que algunos nativos no han estado a la altura de las circunstancias y con sus hechos deleznables han manchado la ruta de nuestra propia historia. 

El Territorio Federal de Quintana Roo fue la atalaya en el sureste de un México que oscilaba entre la paz de los sepulcros y un desarrollo espectacular en diversas vertientes pero sin justicia social. El bramido de la Revolución no había de escucharse en tierras territorenses, acaso algunos hechos aislados como el fusilamiento de don Juan Erales y del subteniente López a quienes suponían obregonista algunos personeros De la Huertistas en la lucha por el poder entre las facciones revolucionarias. El tiempo pasaría en aquella comarca que vencía a la selva y asomaba su rostro risueño por los portales nacionales sin llamar la atención siquiera.

Sonrisa que fue apagada por la feroz embestida de la naturaleza que reduce a escombros su capital Chetumal y deja cientos de crespones de luto en el corazón adolorido de las familias fundadoras del viejo Payo Obispo. Pero la capital se reconstruye tabla por tabla y ladrillo por ladrillo y es entonces cuando vuelve a encenderse aquella sonrisa fresca al vencer la adversidad y encontrar la mirada del gobierno federal que por fin vuelve los ojos hacia el olvidado territorio.

El tiempo proseguiría su curso; la retaguardia defensiva llegaría a su mayoría de edad y se integraría al concierto nacional como Estado Libre y soberano el 8 de octubre de 1974. Vendría el milagro quintanarroense con el nacimiento de Cancún y la Riviera maya y la prosperidad de las islas Mujeres y Cozumel. Se insertaría la entidad como una potencia mundial en el universo turístico y nuevas formas de comunión aparecerían como nutrientes idiosincrásicos en el norte del Estado. El viejo territorio de nuestros abuelos por fin florecía esplendorosamente. Solo Chetumal y el centro y sur del Estado quedarían a la zaga de tanto desarrollo esperando que se abra la ventana del porvenir con los vientos de fronda del progreso. Solo la unidad en el esfuerzo, con la voluntad política del gobierno podrá socarnos del atolladero, sembrando en la realidad para cosechar el fruto apetecido largamente esperado. ¡ Felicidades, Quintana Roo!.

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