Teoría de la batucada | Por Gilberto Avilez Tax

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El 17 de abril de 2010, hace justo ocho años, escribí una aproximación primera donde intentaba comprender el fenómeno acústico-político de la batucada, que se presentaba y presenta en las campañas políticas que ocurren en la soporífera y caliginosa laja peninsular: “La palabra batucada no está en el Diccionario de la RAE, pero, en Yucatán, este vocablo brasileño alude a un grupo de ruidosos que tocan el tamborón, la tambora y otros instrumentos de percusión, en sitios cerrados o ventilados como las calles repletas de baches, momentos antes de cualquier acto de masas aldeanas, de mítines de idiotas, en donde un orador de opereta discursea fantasías a un pueblo hambriento y crédulo”.

Muchachos “de matraca, batucada y confeti” a punto de envejecerse, o si no es que ya envejecidos y aborregados por el corporativismo y el pensamiento colectivo de jaez priísta, la batucada define, con ritmos pegajosos que nos retrotraen a periodos pasados de la evolución humana, nuestra indigencia (indecencia) y falta de ciudadanía política, nuestra poca madurez como individuos alejados de la tutela estúpida del ídolo de la tribu convertido en cacique de albarradas que labró su futuro a costa de corruptelas a granel bajo las siglas partidistas. La batucada, el infierno del ruido que espanta la razón construida a bajos decibelios, arguyo que tiene como objetivo alejar el silencio de la plebe ante los estropicios de un discurso vacío del aprendiz de demagogo. La consigna de la batacuda, arguyo, es el de desviar la mirada del público mitinero ante la orfandad intelectual y axiológica del demagogo. El simple ruido, la algazara, el escándalo de las percusiones, el griterío de los papaxqueros vuelto plan de trabajo sexenal. El silencio, desde luego, no es buen juez para el griterío del demagogo.

Si bien es cierto que las batucadas no son propias del festín carnívoro de la polaca, hay que decir que tampoco es característica exclusiva de los usos y costumbres que se destilan en la grilla de Yucatán. Pero tal pareciera que este “subestilo de samba” con raíces en lo profundo del África(1), sea el sello distintivo de la política peninsular. Hasta ahora, no he escuchado esos tambores cacofónicos de guerra política, en las campañas actuales de Quintana Roo, aunque es de uso tan común el utilizarlas desde tiempos en que estuvo en campaña por la gubernatura, Félix González Canto. Un analista de los procesos políticos en José María Morelos, me dice: “se empezaron a usar en la campaña a gobernador de Félix González Canto. Ahora es muy común verlas. Félix traía su lujosa batucada en José María Morelos, y las muchachitas hasta bien que bailaban”(2). En Bacalar, las batucadas hasta se rentan; o bien, algunos que son parte del equipo del candidato, se comprometen a formar una. Generalmente, en Bacalar son jóvenes los miembros (rara la vez, mujeres), quienes interesados en iniciar en la política, se ofrecen a ser parte de una batucada(3).

Esta forma de ensordecimiento voluntario de la razón política que precede a los mítines de los peces gordos y charales de la polaca yucateca, no cuenta con muchos años de vida. Es posterior a la matusalénica quema de voladores (o cohetones) en los pueblos pintorescos y apacibles de la península hechizada, y vino al mundo muchas décadas después del famoso “papax k’ab,”(4) es muy lejano a la matraca hierática, y posterior al reparto de “friolines” y “tortas de cochinita” (la ración mitinesca, canallesca, para ahuyentar el hambre de injusticia del pobre), y es muy anterior a la ambientación melódica de la charanga folklórica.

Traído desde los caudalosos brazos amazónicos del Sambódromo de Janeiro y de otras ciudades y pueblos perdidos del Brasil, tuvo su origen fiestero en los carnavales de Mérida a finales de la década de 1980 y principios de 1990. Comenzando la década del 2000, ya era popularísima. Pasó a la feria de Xmatkuil y se encaramó en el malecón de Progreso, siempre en espacios no políticos. Faltaba poco para prostituirse en términos políticos (5).

Si fuera monárquico, diría que todo vocablo que no aparezca en los lexicones de la RAE sería digno de sospecharse como barbarismo, vulgarismo, extranjerismo u otro vicio del lenguaje como los neologismos barrocos creados por el constante trajinar histórico de la lengua popular, ahíta de demonios semánticos. Sin embargo, consultando el reciente Diccionario del español yucateco de Miguel Güémez Pineda, apuntemos que el ilustre tzucacabense no registra ese vocablo, por lo cual inferimos su novedad lingüística entre el pueblo llano, aunque puedo decir que la palabra batida es muy similar en su pronunciación a la de la antedicha palabra, y ambas guardan un parecido distante: batida es el “rastreo”, el “cerco que realiza un grupo de cazadores, especialmente para la casa de venado y jabalíes”(6). ¿Y no se asemeja una batucada, del partido que sea, del cacique de albarrada o suite imperial que sea, una especie ruidosa de monteros (7) persiguiendo y arrinconando a la liebre y presidiendo al sudoroso –y, generalmente, adiposo- candidato que va en busca de la cacería de los votos? O más bien, la batucada, cuyos miembros son chavos que por lo general son entusiastas a lo bestia y desconocedores de los procesos políticos más elementales, tocan al son de la paga diaria, y son, no todos, genuinos mercenarios que van abriendo, con un “estilo repetitivo y ritmo acelerado”, el camino del candidato.

Podría decirse que se asemejan a perros de batida. Y como el campesino, el hombre de la batucada trabaja para otros, suda para que otros obtengan un poder que no se concretizará en sus mesas diarias. No me interesa citar las tantas y tantas definiciones del campesinado (las de Warman, las de Wolf, el clásico estudio histórico-antropológico de Cyinthia Hewit de Alcántara). Me basta con utilizar una metáfora campesina para conceptualizarlo y tratar de imaginar al joven de la batucada. El campesinado mexicano (o los restos avejentados del campesinado, en un país cada vez más desruralizado), puede definirse en una analogía rural dicha por un campesino del pueblo de Xoy, en Yucatán, cuyos elementos discursivos con el que teje su universo interpretativo están netamente impregnados de “su monte” y todo aquello que implica una ruralidad en crisis (cacería del venado que no hay más que en las UMAS, ritualidades agrarias de las que no se creen, brutalidad manifiesta de la eclosión de la modernidad o desmodernidad en las zonas rurales marginales, crisis agrícola recurrente traducido en Quintana Roo en el programa Siniestro, pobreza y exclusión estructural manifestado en la superestructura política y cultural). La definición es esta:

“Ya parecemos perros de batida que buscan al venado y lo llevan al cazador, y luego éste sólo le tira los huesos”.(8)

Esta podría ser una perfecta definición de los muchachos de la batucada. Y en estos días me ha rondado estas preguntas, ¿cómo será la mente de un muchacho que toca la batucada?, ¿qué piensa y, acaso, piensa?, ¿cómo salvarle de su triste destino de ser el que toca ruidosa, desafinada y presurosamente un tambor?, ¿cómo salvarles a ojos vistas de su absoluta estupidez?, ¿qué novelista, qué científico, qué líder honrado de pueblo perdemos cuando un muchacho toca por vez pri-mera en la batucada?(9)

Pero no hemos respondido la pregunta, ¿cuándo saltó la batucada hacia los espacios malsanos de la grilla de albarradas? René Duperón, al que seguimos para buscar sus orígenes, no logra precisar si fueron los priístas o los panistas los que comenzaron a hacer uso de ella para amenizar los actos políticos. Lo cierto es que podemos inferir que, en esa década del 2000, se dio un salto de la batucada carnavalesca a la batucada política. Hoy, macho o hembra alfa política que sea digno de ese nombre, no puede dejar de tener, a su disposición completa, una batucada, y su fuerza política es diametralmente proporcionar al número de miembros de que consta su batucada. El candidato, del partido que sea, llega precedido de una batucada, y esta arreciará el pandemónium, mientras que el discurso del candidato será lo de menos: lo importante es el ruidero, la bullaranga chafa, los decibelios restallando. Los políticos, que nos han robado todo, nos han robado también la inocencia de la batucada.(10)

Y si no sabemos a ciencia cierta si fue entre los panistas o los priístas donde inició este desmadre, lo cierto es que los candidatos a la presidencia del país, Ricardo Anaya y José Antonio Meade, no son ajenos a este estruendo de tamboras, cuicas, malacaxetas, agogos, silbatos y tamborines (la izquierda, por lo general, está peleada con la música (11) ). Para enero de 2017, una pasarela de presidenciables del panismo fue amenizada por una contaminante batucada (12), y esto mismo se repitió en el registro de Anaya como candidato de su partido un año después (13). El domingo uno de abril de 2018, José Antonio Meade inició su campaña política precisamente en la tierra del faisán y del venado (y de las batucadas y las tortas de cochinita y el friolín). Dice la nota de prensa: “Al ritmo de las batucadas, Meade Kuribreña inició formalmente su trabajo para convencer a los mexicanos de darle su voto en las urnas el primer día de julio próximo, con el respaldo de los priistas yucatecos […].”(14)

De ser un elemento dinamizador de los carnavales en la península, a casi tres décadas las batucadas se han convertido en un recurso cacofónico indispensable para los usos y costumbres de la política regional, repleta de folklorismos y bajas pasiones. Ahí comienzan, entre la tambora y el tamborín, a hacer sus migas, a arrejuntar escombro para su capital político, los futuros demagogos de aldea, los trúhanes con ínfulas de caciques de albarradas. Y así tendremos políticos del montón forjados al calor de las batucadas que no están dados a recurrir al silencio civilizatorio de las ideas. Estamos en el tiempo de las “guerras de las batucadas”, de la primacía del ruido, del disparate estridente donde se acuden a los mítines o a las caminatas con los infaltables acarreados de colonias populares con sus cartulinas repletas de escupitajos a la gramática y gritos tribales a su candidato. “Como si así, con la batucada más chingona, se ganaran las candidaturas” (15) y las elecciones.

 

Citas

  1. Referencias, obviamente, en Wikipedia.
  2. Conversación personal con VS. José María Morelos, 18 de abril de 2018.
  3. Conversación personal con VP. Vía Whatsap, 18 de abril de 2018.
  4. Y aquí, tengo que decir, que muchos políticos de condición lingüística monolingüe-español, pueden olvidar mentadas de madre en maya, pero no les es permitido conocer el significado de papax k’ab cuando el aplauso al término de su mitin sin sustancia los hace recobrar el sentido histórico de la realidad étnica de la península.
  5. Yucatán ahora. Diario local independiente. “Los políticos nos han robado todo, hasta las batucadas”. Por René Duperón. 28 de enero de 2018.
  6. Miguel Güémez Pineda. Diccionario del español yucateco. México. UADY-Plaza y Valdés, 2011, p. 74.
  7. En su segunda acepción, los monteros son las personas “que buscan y persiguen la caza en el monte, o la ojea hacia el sitio en que la esperan los cazadores”. Diccionario de la Lengua Española. España. RAE. P. 1533.
  8. Casimiro Pinzón Kauil. Campesino del pueblo maya de Xoy.
  9. El maestro Rodrigo Mendoza, apunta que hay que ser precavidos a la hora de demonologizar a “los muchachos de la batucada”. Dice: “Me parece que depden del muchacho y sus circunstancias. [La batucada] podría ser un ingreso momentáneo; la necesidad de socializar; alternativa del uso del tiempo libre o mecanismo de búsqueda de un trabajo a futuro”. Conversación personal con Rodrigo Mendoza. 18 de abril de 2018.
  10. Yucatán ahora. Diario local independiente. “Los políticos nos han robado todo, hasta las batucadas”. Por René Duperón. 28 de enero de 2018.
  11. Aunque no se trate absolutamente de movimientos de izquierda en sí, en los movimientos sociales de un cariz incuestionablemente democrático como los movimientos juveniles mexicanos de 2012 que se desprendieron del movimiento Yosoy132, la protesta se efectuaba entre una especie callejera de “batucada, aquelarre, carnaval contestario”. Armando Bartra. “Rejuvenecer la protesta. Los movimientos sociales van a la escuela”. Argumentos. UAM-Xochimilco, México, año 27, núm. 74, enero-abril, 2014, p. 34. O en las protestas sociales que se dieron en Guatemala en el 2015 para pedir un cambio al sistema putrefacto político. En su sitio en internet, así es descrito el movimiento “La batucada del pueblo”: “La batucada del pueblo” surgió de la protesta juvenil. Jóvenes, hombres y mujeres, provenientes de diversos espacios coincidieron en 2015 en la Plaza de la Constitución para manifestarse en contra de la corrupción y la impunidad. Sin querer nada más que darle sabor a las protestas que crecían con la denuncia de nuevos casos, fueron apareciendo los tambores, los redoblantes y las trompetas; y de ahí surgieron las tonadas, las consignas, los coros, la batucada. Hasta convertirse en la banda sonora de un movimiento ciudadano que clama por un cambio de sistema”. https://www.plazapublica.com.gt/content/la-batucada-del-pueblo-o-el-ruido-de-los-corruptos-al-caer
  12. El Universal. Crónica. “La batucada azul dio pie a la pasarela de presidenciables”. 23 de enero de 2017.
  13. La Jornada en línea. “Con batucada, militantes esperan registro de Anaya”. 18 de febrero de 2018.
  14. Diario de Querétaro. Política. “Arranca Meade su campaña en Yucatán”. Domingo 1 de abril de 2018.
  15. Entorno político. “Las batucadas más ruidosas”. Por Mario Lozano Carbonell. Domingo 26 de noviembre de 2017.

 

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