ISLA MUJERES, MX.- “Se ve que acaban de llegar”, comenta Isauro “Indio” Martínez Magaña, al Cronista de Isla Mujeres, Fidel Villanueva Madrid, sobre algunas opiniones que se han externado en medios, en torno a los últimos incidentes entre turistas y escualos en las playas de la Zona Hotelera de Cancún.
Isauro “Indio” Martínez, no se refiere a los tiburones, sino a los comentarios que suponen que la presencia de tiburones en las aguas someras del litoral cancunense, se trata de algo extraordinario.
“Los tiburones siempre han estado ahí, y quienes acaban de llegar a esta región deben irse acostumbrando a su presencia, tomando precauciones y respetando el hábitat de esos animales”, sugiere Isauro Martínez.
Para los isleños no tiene nada de extraordinario, por que por más de 100 años los pescaron en las playas de lo que es hoy la zona hotelera.
Relata el Indio Martínez, que habían puntos específicos para capturarlos, dónde más abundaban era frente a lo que llamaban “la Piedra de las Gaviotas”, a unos 800 metros al sur del hotel Camino Real, ahí, llegaba mucho tiburón a parir.
Otros sitios, donde los encontrábamos con seguridad, se ubicaban dentro de la Bahía de Mujeres, bordeándola desde el oriente citaría la llamada Playa del Aliscafo, luego estaba la Punta de Chital, frente al hotel Fiesta Americana, seguiría con lo que llamábamos “La Boca del Río”, hoy Playa Linda; continuaría con la punta del Meko, Chan Arrecife, y El Ancón.
El arribo de tsosín, lisa o liceta atraían centenares de tiburones hasta las playas, y nosotros aprovechábamos para capturarlos. También lo hacíamos con arpón, cuando merodeaban en aguas bajas. Atrás del arrecife de “El Dormitorio” en el abrigo que se forma, en tiempos de calma se les pescaba también, dijo el “Indio”.
Mencionó que desde los ocho años de edad, comenzó a pescar escualos con su padre, Mariano Martínez Sabido, en bote de vela. En el “Júpiter”, navegaban desde Isla Mujeres hasta la Punta de Cancún, a cuyo abrigo, a sotavento, dejaban la embarcación para caminar sobre rocas y arena cargando enormes anzuelos, gruesas líneas de pesca, plomadas, cuerdas, barretas de acero y la necesaria carnada de tsosín o bonito, que son las que más atraen a los tiburones.
“Llegábamos caminando hasta “La Piedra de las Gaviotas” al atardecer y ahí sembrábamos en la playa las barretas de acero, a buena distancia una de otra. Enseguida sujetábamos a dichas barretas las líneas. Luego encarnábamos los anzuelos y los arrojábamos al mar con las plomadas. La noche que nos iba mal sólo pescábamos unos 13 animales; en las noches buenas llegábamos a los 26. Luego, por la mañana, dábamos vuelta a la Punta de Cancún con el barco para izarlos a bordo y llevarlos a la isla.”
Dice el Indio que dos eran las variedades de tiburón que más “enganchaban”: el llamado kanxok y el mantequilla. De esos había todo el año, y al parecer vivían cerca de las playas. El primero es muy atrevido y de carne muy fina; es amarillo en todo el cuerpo. El mantequilla es de lomo amarillo y vientre blanco.
Había en esos tiempos tiburones muy grandes. Añade que hubo uno que no pudieron pesarlo; fue una tintorera…y la vendieron calculándole unos 600 kilos de peso, aproximadamente.
El más chico que pescaron fue de 80 kilos. Siempre agarraban animales que sobrepasaban los 300 kilos.
El tsotsín o el bonito, son la mejor carnada, sin menoscabo de la tortuga, en ese tiempo. Durante la temporada, cuando entraba la noche en “La Piedra de las Gaviotas”, “viraban” y destazaban hasta tres tortugas y las usaban de cebo y carnada; asegura el “Indio”, que todavía hay tiburones en esos lugares; los ha visto, pero ahora no se pescarían más de tres en una jornada.
Recuerda también que por muchos años, la ruda y hasta cruel aventura de luchar contra enormes escualos atrajo a gente de Mérida, especialmente a doctores amigos de su papá. Evocar una escena de esas, es recrear y percibir en la noche oscura, sombras que corren por la ribera arenosa, lanzando maldiciones cuando el quemante sedal circula a velocidad endemoniada por sus manos, abriendo grietas que al otro día no permiten juntar los dedos. Gritos de júbilo, cuando el tiburón ya se varó en la playa.
Golpes de “amansa locos” sobre las puntiagudas cabezas de los escualos.
Terminada la ronda de “estate quietos” ya no hay riesgo de perder una mano o un brazo por una acometida de las filosas hileras de dientes, que se defienden fieramente hasta el último aliento. Y a poner carnada y a lanzar de nuevo la línea al mar, en espera de otro “come-hombres”, que venga a aumentar la carga, a aportar sus hígados para extraerles el aceite, que igual servía para formar una buena “masilla” para carenar barcos, que para lubricar maquinarias, alumbrar las calles, y hasta para curar la tos y fortalecer los pulmones.
En las primeras décadas del siglo XX, de Isla Mujeres se exportaban cada año toneladas de aceite. Servía para obtener vitamina A. Cuando ésta pudo lograrse por medios artificiales la demanda del aceite vino a menos, y la pesca de marrajos dejó de ser intensiva. (Fuente: SIPSE/Novedades de Quintana Roo)