BUENOS AIRES, MX.- “El primer día en que llegamos a México, a Cancún, nos quitaron los pasaportes. Eramos tres chicas. Martins, su pareja, Estela, y la hermana de Estela, Natalia, nos decían que nos llevaban invitadas y que podíamos trabajar como recepcionistas. Pero esa misma noche nos suben a autos y nos llevan a una casa muy lujosa, del dueño de uno de los hoteles más grandes de Cancún. Había doce hombres y una mujer, armas, cocaína en bolsas sobre las mesas y nos hicieron de todo. Nosotras llorábamos, nos escondíamos en el baño, gritábamos, pero nadie nos ayudó. Yo hasta sangraba. A la mañana, Raúl Martins nos dijo que no sabía que iba a pasar eso, que no iba a volver a ocurrir, pero ese fue el principio del infierno.” La chica, todavía muy joven, solloza mientras cuenta a Página/12 esta historia de la que ya pasaron varios años. En esta nota la llamaremos Carla, pero va a declarar ante la Justicia con su verdadero nombre. Y no es la única chica que va a contar lo ocurrido.
Menos de 18
“Yo no había cumplido todavía los 18 años y buscaba trabajo -cuenta Carla-. Eran épocas de tremenda crisis. Vi un aviso en el que pedían recepcionistas. Llamo por teléfono y me citan en Flores, en un boliche que se llama Top Secret. Me atiende un señor Mario, que es una especie de mano derecha de Raúl Martins. Lo que me pagaban de recepcionista era una miseria, algo así como 25 o 30 pesos por día. Entonces me ofrecen prestarme plata para que me haga las lolas y participe del baile del caño en ese local, que está en Artigas y Juan B. Justo, y en otro que quedaba ahí cerca, Hot Area”, relata Carla.
“Yo era muy chica, pero lo del baile del caño era muy tentador porque una se ganaba propinas. Pero, además, me empezaban a apretar con la plata del préstamo, que eran tres mil dólares. De entrada me habían dicho que iba a poder pagar como quisiera, pero después me empezaron a apretar. Yo, encima, estaba con la angustia de tener que mantener a mi familia. No vengo de un hogar de plata, sino todo lo contrario. El siguiente paso fue que me presionaron para que haga fiestas privadas, bailes de caño. Varias veces me mandaban obligada a fiestas privadas de comisarios o de inspectores. A eso le llamaban ‘hacer VIP’. Ellos, la gente de Martins, era la que pagaba. Los comisarios y funcionarios de la municipalidad no pagaban. Hubo casos en que acepté ir con clientes al hotel de enfrente. Estaba presionada, necesitaba plata. Ellos igual se quedaban con la mitad. También nos llevaban de invitadas a fiestas familiares, como si fuéramos su pareja.”
Vía México
“Muy pocos meses después de la operación en la que me hice las lolas, la gente de Martins me propuso el viaje a México -sigue relatando Carla-. El argumento es que allí el trabajo sería más fácil y sólo de recepcionista. Pero ni siquiera íbamos a trabajar, era una visita. La propuesta era para mí y para otras dos chicas que eran más grandes que yo. Lo increíble es que en esa época yo había perdido todos mis documentos, pero la verdad que Martins me mandó con un comisario y sin que yo tuviera ningún papel, salí con mi pasaporte esa misma mañana. Por supuesto que ellos pagaron el pasaje y no bien llegamos nos dijeron que les debíamos esa plata. Nos habían prometido un lugar donde vivir y enseguida nos empezaron a decir que teníamos que pagar por el departamento en el que vivíamos las tres chicas.
“Con todo eso nos tiraron el mismo día que llegamos. Pero lo tremendo pasó esa noche. Nos llevaron a conocer el boliche de Martins en Cancún, en el que íbamos a trabajar de recepcionistas. No bien entramos nos dijeron que sí o sí teníamos que ir a una fiesta de recepción. Nos subieron en unos autos y nos llevaron a una casa que era del dueño de uno de los hoteles más grandes de Cancún. Cuando entramos, empezamos a temblar. Hombres armados por todos lados, armas en las mesas y en la cintura de los tipos. En las mesas había droga en cantidades increíbles. El que era el dueño tenía un balazo en una pierna y había un enfermero que a cada rato le limpiaba la herida porque supuraba. Enseguida nos agarraron de los pelos y nos hicieron de todo. Yo lloraba, me escondía en el baño. Las otras chicas, que eran más grandes que yo, también temblaban. Eran doce hombres y una mujer, que también era abusadora, y nosotras éramos tres. Yo, además, empecé a sangrar. Y no había forma de irse. ¿Adónde nos íbamos a ir? Cuando los tipos se terminaron quedando dormidos, los choferes de los autos nos llevaron de vuelta. Ahí Martins, la pareja que tiene ahí, una tal Estela, que es la peor de todas, y una hermana de Estela, Natalia, nos empezaron a decir que fue un accidente, que no iba a volver a ocurrir, que nos quedáramos. Yo quería volverme enseguida, no paraba de llorar, pero ellos tenían mi documento y yo por supuesto no tenía plata para sacarme un pasaje. Lloré y lloré, pero no hubo caso.”
“En total, yo creo que en el boliche de Martins en Cancún, The One, había unas cien mujeres. Las argentinas éramos unas 40 o por ahí más. Es que allá les gustan las argentinas. El resto de las chicas eran brasileñas y algunas mexicanas. La mayoría de las argentinas vivíamos en unos departamentos que estaban muy cerca en un edificio que se llamaba algo así como Villa Marly. Todas vivíamos una situación dramática. Ellos nos exigían plata, tenían nuestros pasaportes y nosotros necesitábamos plata para mandarles a nuestras familias. Empezabas por el baile y terminabas en aceptar todo. Encima, uno de los trabajos era hacer tomar a los clientes y los clientes mexicanos toman tequila. Nosotros pedíamos que nos pongan agua en la copa, pero nos ponían también tequila. Era brutal, terminabas en forma horrible. Si no tomabas, te aplicaban una multa, se quedaban con tu plata. Y tengo que decir que ahí me hice medio alcohólica. Por eso del tequila, pero también porque las cosas eran imposibles de soportar sin el alcohol.”
“El miedo estaba siempre presente. Te obligaban a ir con funcionarios, políticos, policías mexicanos. Me quisieron mandar a un barco con unos funcionarios, pero yo tenía miedo y me negué. Entonces me aplicaron una multa, se quedaban con mi plata. Y de golpe veías por la televisión que un tipo que había estado en el boliche ese mismo día, aparecía como prófugo en los noticieros. Recuerdo un tal Sonny, por ejemplo. De golpe se ponían violentos, agresivos y una vivía en el terror, porque nadie te defendía. Cuando nos rebelábamos, venían funcionarios de Migraciones y nos amenazaban con llevarnos presas. Ah, y por supuesto nos hacían trabajar de lunes a lunes.”
-¿Le pegaron? -preguntó este diario.
-Lo principal eran amenazas, pero sí hubo golpes. Era cuando una cometía lo que para ellos era lo peor: darle tu teléfono a algún cliente. Ahí te mandaban a pegar. En la desesperación yo me enfrentaba. Martins me dijo “te voy a pegar un tiro en la frente”. Pasamos las peores cosas. Te obligaban a practicarles sexo oral a tipos que se negaban a ponerse un preservativo. Y si te negabas, te aplicaban multa. Hay chicas que tuvieron que mantener relaciones sin preservativos porque los tipos venía dados vuelta y lo exigían. Pero lo peor es que no había forma de escaparse. Sin documentos, sin plata, con los diputados, funcionarios y policías del lado de ellos. Tenían todo el poder. Yo viví un momento tremendo: pocos días después de llegar a México, me di cuenta de que estaba embarazada. Ellos me llevaron a un hospital, me aplicaron inyecciones y me provocaron un aborto. Estaba destruida, con el físico destrozado, sangrando ¡y ellos te exigían que vayas a trabajar!
-¿Cómo pudiste escapar finalmente y volver a la Argentina?
-Me di cuenta de que entre Martins y su abogado, Claudio Lifschitz, había una interna, que había mucha tensión. Y entonces le pedí ayuda a Lifschitz. El me consiguió los documentos y el pasaje para volverme. Después, Lifschitz denunció públicamente a Martins en México, algo que pegó fuertísimo: lo cubrió Televisa, el diario Reforma, hubo una enorme presión para que fuera expulsado del país. Nunca más volví a trabajar con la organización de Martins, pero no bien volví, me empezaron a amenazar. Me llamaban por teléfono, no me dejaban tranquila.
La decisión de Lorena Martins de denunciar a su padre motivó a Carla a ofrecerse como testigo. Hay posibilidades de que otras chicas que vivieron aquel calvario se sumen. Por de pronto, Lorena consiguió papeles manuscritos de las tarjetas con las que hacían trabajar a las chicas en México. Se lee, “cuarto”, que significa pasar a una habitación con el cliente, “mamada” (sexo oral), “salida”, que consiste en salir con el cliente a un hotel. Lorena le dirá a la Justicia quién hacía esas anotaciones para que se pueda comprobar por caligrafía.
También hay manuscritos con las multas que se les aplicaban a las chicas, tal cual lo relatado por Carla. Negarse a atender a un cliente, no consumir el tequila y hasta exigir que el cliente se ponga preservativo termina en una quita de dinero brutal.
Desde el punto de vista judicial, la denuncia por escrito de Lorena Martins incluye trata de personas, cohecho, por las coimas que ella enumera que se le pagaban a comisarías y dependencias de la Federal y también cohecho respecto de los funcionarios del Gobierno de la Ciudad.
En el terreno civil, tanto la hija como la esposa de Martins lo están demandando por esconder sus bienes, ocultarlos mediante testaferros y por esa vía sustraer esos millonarios bienes de lo que corresponde a su familia legal. (Fuente: Página 12)