El legislador debe ser el eco de la razón… Pitagoras.

La reciente elección federal demostró dos rasgos significativos en la historia democrática de México, por un lado la copiosa participación de los electores y por el otro podemos observar que a pesar de los eventos post electorales, la respuesta de los ciudadanos ante la critica al resultado de los comicios  por parte de un bloque de partidos que postularon a un candidato competitivo, demuestra que en nuestro país hemos madurado en torno a la aceptabilidad de la derrota como elemento de legitimidad en cualquier régimen democrático en el mundo.

En un segundo elemento, nuestra democracia representativa esta dando paso, de forma gradual pero consistente, a una participación más activa de los ciudadanos en la vigilancia, competencia y cooperación con sus representantes en diversas materias de la esfera pública, por ello es que una de las tareas de nuestros legisladores es justamente abrir los canales de participación de la sociedad y sobre todo mejorar la comunicación entre ciudadano – representante. Tal exigencia deriva de la crisis partidista  que se vive de forma generalizada en países de tradición democrática que hoy se enfrenta ante una sociedad más informada, crítica y participativa.

La labor del legislador, en este sentido, toma una importante dimensión en nuestro proceso de consolidación democrática que busca generar mejores condiciones de vida  y atender de manera eficiente las problemáticas más sentidas de la sociedad que representa.   El legislador debe recordar que su origen fue ser el portavoz de la plebe en la roma clásica, el representante de los estados generales en la revolución francesa, el campesino o el obrero que dieron vida al constituyente de 1917, es decir, el hombre o mujer que es el símbolo de las voluntades que decidieron dotarlo de un poder único para transformar la realidad de un conjunto, como decía Platón “

El legislador no debe proponerse la felicidad de cierto orden de ciudadanos con exclusión de los demás, sino la felicidad de todos”.

Nuestros  legisladores se enfrentan el día de hoy ante una sociedad que manifiesta abiertamente su descontento ante la labor legislativa, el ciudadano promedio considera que el trabajo realizado en las cámaras del H. Congreso de la Unión en poco o nada sirve para mejorar su vida cotidiana, que los diputados y senadores son personajes que tienen un espacio público para ser reconocidos y con ello buscar, después de su paso en la curul, un puesto político más alto, demostrando la deficiente comunicación y lo que es aun peor, una falta de sensibilidad hacia los temas que importan a sus electores.

Ante este escenario cabe recordar al celebre politólogo italiano Leonardo Morlino, quien considera que el proceso de consolidación de una democracia son fundamentales cinco criterios para medir la calidad del régimen democrático: a) gobierno de la ley (rule of law); b) transparencia y rendición de cuentas (accountability); c) reciprocidad, correspondencia y capacidad de respuesta en las demandas ciudadanas (responsiveness); d) profundización y reconocimiento de nuevos derechos, y e) resolución de los problemas de desigualdad y justicia social.  Por lo que cabe a nuestra realidad política y social, la labor legislativa en México debe hacer énfasis en los últimos tres aspectos antes mencionados a fin de mejorar no solo la percepción ciudadana por lo que respecta a su labor como representantes sino, sobre todo, atender tales exigencias.

La época de mayorías absolutas en el congreso ha quedado muy atrás en nuestra historia, la determinación unidireccional de un partido hegemónico ya no tiene cabida en nuestro régimen democrático que necesita del dialogo y el acuerdo para lograr los consensos que permitan transitar del estancamiento legislativo al dinamismo reformista que anteponga los intereses superiores de la nación a los intereses de facciones, grupos o caudillismos, un dinamismo reformista que genere mejores condiciones para atender los problemas  que enfrenta nuestro país y de pronta respuesta a las demandas más sentidas de nuestra sociedad.

En conclusión la labor del legislador debe ir más allá del protocolo de la foto y los reflectores televisivos, debe verse reflejada en las reformas de alto contenido y no solo de impacto mediático. Por lo que respecta a los diputados y senadores en su conjunto es construir una agenda trascendente que fortalezca las instituciones para enfrentar los grandes retos nacionales a través

de un presupuesto que logre contemplar mayores recursos para la educación, campo, grupos indígenas, seguridad social e infraestructura, consolidar las reformas estructurales, especialmente la fiscal, la laboral y la energética que quedaron pendientes para lo que es necesario modificar la normatividad interna del Congreso, a fin de lograr la creación de acuerdos y garantizar la aprobación de los temas pendientes. Solo así la sociedad podrá avalar y reconocer el trabajo del legislador como elemento indisoluble en la división de poderes que mantiene el equilibrio en la esfera política y con ello iniciar un nuevo tiempo de coordinación, alianza, acuerdos y responsabilidad, donde el estigma de la parálisis legislativa sea un mal recuerdo del viejo sistema político mexicano.

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