Durante años mantuve la sana costumbre de emborracharme a rabiar cada vez que se iba algún ser querido. Sin llevar la cuenta en litros así lo hice cuando Rulfo y Miles se fueron. Luego me cayó una cascada: John Entwhistle, John Lee Hooker, Mike Manzur, Gregory Isaacs, Sabines, en 1998 mi abuela Carmela y Pepe el pintor… 70’000 muertos hasta 2012. Un día la cruda me llevó a pasear lejos, no me gustó y desde hace una década ante la muerte más bien escribo, otro día me embriagaré. ¿Cogito ergo sum? Ya no lo sé.

Diría JEP: De un tiempo a estos días volátiles, cuánto hachazo anda la muerte dando por ahí. A raíz de la partida de una criatura cercana (un bebé León), como del rayo luego vino aquella a decirme que se llevó a Óscar Niemeyer, que ayer se cargó a Ravi Shankar. Y me tiene en vilo que Rolihlahla Nelson, mi Dalibhunga Mandela, no salga del hospital. Carajo. Recordar también es mi oficio; no me quedan sino palabritas que no llegaron al 2 de noviembre, todo es tan exiguo ante la ausencia.

Niemeyer

El arquitecto Óscar Niemeyer era un artista, como cualquier renacentista lo fue, como era el artista en México hasta los años 80. Desde Brasil, a lo largo de un distorsionado siglo XX él mostró las diversas facetas que habitan en un artista: creativo, audaz, congruente consigo mismo –es decir, con el arte, la búsqueda. Cuenta el estilo, lo demás es por añadidura. Era otro rebelde de fina cepa: en el siglo de la línea recta de la tecnología Niemeyer era otro de los bardos del trazo libre, curvo, orgánico a la manera de Barragán, asimétrico como Matías Goeritz y como solamente es la madre Naturaleza en América Latina: la línea perfecta. Fue de la adelantada presencia que hoy tiene Brasil en el planeta, junto con espíritus como Heitor Villa Lobos o Jorge Amado, talantes como Caetano Velhoso y Tom Jobim. Era uno de sus neo-fundadores en activo, tanto lo fue que dotó al futuro gigante de una nueva capital, la ciudad de Brasilia; se dice que allí destaca más la arquitectura que la mundanalidad. Fiel al arte, también lo fue a su idea de vida; hasta el final sostuvo que el Comunismo (eso que se desconoce por no leer a Kropotkin o a Marx, que se conoce más por sus fallidas dictaduras), era quizá lo más rescatable del pensamiento para evitar la explotación de la especie humana… por la misma especie. Lo entiendo: el arquitecto brasileño consideraba la idea en sí, la utopía de una sociedad justa; otra cosa fue lo que hicieron tipos como Stalin, sus secuaces, o benefactores como Mao o el tótem Fidel. Hay que reconocer, sin embargo, que a Niemeyer no le avergonzaba tener entre sus amigos al patriarca cubano. Nadie es perfecto. Tal vez el solo hecho de que una isla del Caribe le haga ver su suerte al imperio, era lo que gustaba al solidario brasileño. Lo entiendo. Hace poco leí una de sus respuestas a una entrevista al cumplir 101 años; le preguntaron qué era la vida y el artista Óscar Niemeyer determinó sin duda alguna: “…una mujer a tu lado y que Dios haga lo suyo.” ¿Cómo no entenderlo? Por lo mismo cómo no llorarlo. Intentaré evadir excesos, lo juro.

Ravi

La cítara llegó para quedarse en mi planeta cuando la oí de niño. Y eran unos tales Beatles los que sonaban así. Otro día, quizá en ’70, mi tío René llevó un disco con una manzana verde como centro; cuando a solas después lo puse creyendo que eran los de Liverpool, ¡zas!, quedé lelo al notar que sólo sonaban la cítara y tablas de India. Al leer los créditos supe que era una obra de Ravi Shankar –que Ganesh y Vishnú lo tengan en su gloria. Confieso que me aburrí a la mitad del lado A del LP, no me zampé toda la raga (¡uno iba apenas para los nueve!); pero digamos que a partir de ese encuentro me gustó la dulce ráfaga sonora del sitấr. En mi alma de occidental decadente, si sonaba la cítara pronuncié por décadas: Es Ravi, tiene que ser Shankar, el maese del Harrison.

Un día me descubrí como todo un vagabundo del dharma, oh sí: in the USA. Y encontré que mucha gente gustaba de escuchar cítaras, de tocar con ellas. Hablo de 1980, épicos aventones en carreteras sin fin (‘cause tramps like us, baby, we were born to run) y dramáticos pasones en el Sur de Guerrero… caray, mis bisnietos no entienden qué digo. Pero si lo pienso con cierta calma, entonces el dúo Shankar-Harrison puso la flecha en el centro de la diana desde que comenzó su prolífico encuentro: discípulo-maestro, hechicería de cuerdas, obras completas, la transformación de una estética con la música como blasón. Y vale agregar: vaya viajes con Ravi y la Juanita en la boca.

Después supe otras cosas del virtuoso: gracias a él se realizó el mítico concierto para Bangladesh, quizá el que inauguró la idea de recaudar fondos a nivel global, por juntar a los jefes de jefes de la nueva música clásica –José Agustín dixit. Me enteré que Ravi había hecho tremendas actividades en India desde mucho tiempo antes: tocar su onda y hacerla sonar a lo largo y ancho del subcontinente. Ya se aventaba peculiares versiones de rolas tradicionales, acompañándose de intérpretes que hoy son semidioses –Zakir Hussein por ejemplo. Por ello lo de “tocar su onda”, porque la idea musical llamada Raga cambió a manos de él; siempre lo vi (¿lo oí?) como el Silvestre Revueltas de allá, lo bueno fue que el Pandit Shankar llegó a los 92. Aquí y allá, hay un antes y un después en música a partir de su presencia. Y entre nosotros comienza su ausencia.

Dicen que hacia 1987 Ravi fue invitado por una discográfica de renombre, para grabar una pieza en un álbum que incluiría a otras luminarias; él entregó una obra llamada “Tana Mana” (puentes), magistral, dio a todos una repasada sobre música y conceptos. Ravi mostró que en India la era New Age era algo de todos los días. Escucho la rola y estoy en Rajastán, en un perdido callejón de Calcuta, en playas de Kerala sin la mujer. Tocabas Ravi y el niño podía volver a volar, callado niño de lentes que tanto quería irse al mundo, y tú tocabas Ravi. Tú guías.

Hoy la cítara es un sample más en el ciberespacio. Suena hasta en cuatro/cuartos… está en manoplas de DJ’s y de ensambles femeninos. Creo que la tocan menos, total: desde los 90 ya tienes el sample a la mano, pasas el software al teclado y listo: tienes una cítara even better than the real one. También es cierto que Trilok Gurtu ha dado nuevos aires al instrumento y la rítmica. Pero ya no vendrá a tocar Ravi al siguiente concierto, lo llamaron un@s a quienes no se les puede negar una tocada: Krisna, Kali, Rama, Vishnú, Ganesh. Y no lo sé de cierto pero supongo: al espíritu de Ravi Shankar le ha de haber caído muy bien volver a presentarse en tal escenario.

Playa Sur

diciembre 2012

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