En el aeropuerto de Cancún es un secreto a voces pero todos cierran los ojos frente al problema: el Instituto Nacional de Migración desempeña una tarea mediocre.
En pleno apogeo turístico por fin de año, cuando las cifras de ocupación superaban el 95 por ciento en el Caribe Mexicano, apenas 60 agentes, en solo 40 de 90 filtros instalados en las terminales 2 y 3, autorizaban el ingreso a miles cada día. Fácil imaginar: el atraso y la desorganización, cosa de locos.
Contra el asunto han alzado voz políticos, hoteleros y turisteros en general, no obstante el Gobierno federal, la Secretaría de Gobernación en específico, ignora la caótica realidad que sería distinta con más personal y mejor capacitación.
La raíz del conflicto se conoce. Cuando un extranjero llega a filtro, después de una hora en promedio esperando en fila, generalmente es recibido por agentes que no siempre son bilingües ni tienen adiestramiento suficiente. Es un trabajador que lleva sentado horas sin agua ni alimento y que está incomunicado, por lo cual despacha con ineficiencia.
El error es asignar a quienes no pertenecen a Control y Verificación -los llamados “operativos”-, sino a los administrativos, para desarrollar una labor que no les compete.
El turista es sometido a una revisión rigurosa, por tanto lenta y tediosa, porque así lo amerita un aeropuerto en el que han detenido a criminales reclamados por organismos internacionales, escapado decenas de asegurados o “dejado pasar” a individuos alertados.
A la verificación del pasaporte, que puede ser auténtico o genuino, alterado (que no ha sido oficialmente cambiado) o falsificado (no ha sido oficialmente reproducido), le sigue la revisión del perfil en detalle; es decir, si tiene reservación de hotel, fondos suficientes y boleto de regreso pagado. Una tarea compleja y, claro está, que no se cumple en poco tiempo.
La obligación se complica cuando el agente del filtro recibe a un alertado, a quien si bien conocen con anticipación debido a los avisos del Centro Nacional de Alertas (CNA), en faena conjunta con el Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen), deben darle trato meticuloso, respetando normas internas y derechos internacionales.
El traslado de un alertado a la estancia es tortuoso para un agente sin preparación ni arma, y que espera lo peor de una persona con historial delictivo.
Todo lo anterior podría corregirse si jefes de grupos, subdelegados y delegados fueran profesionales con experiencia y capacidad probadas, pero quienes hoy mandan son personas impuestas, recomendadas o de reciente ingreso.
El tema debe ser resuelto en las oficinas centrales de la Ciudad de México, aunque se sabe que la primera preocupación es sustituir papelería, utensilios y uniforme blanquiazules por tricolores, tonos del partido que ya gobierna. Es un capricho, un absurdo, por el que serán erogados millones de pesos.
A todo ello se suma el desprestigio de las oficinas de Cancún centro, Playa del Carmen y Chetumal, en las que ha pasado de todo, según la prensa.
DESORBITADO…
Otra vergonzosa realidad, que perjudica al INM por el trabajo mancomunado entre ambas instancias, es que el Cisen permanece prácticamente desmantelado en el segundo aeropuerto más importante del país. En la terminal 3 no hay oficiales y en la 2 trabaja una funcionaria quien tiene a cargo información delicadísima generada todos los días. O sea, una persona para dos terminales por las que ingresan decenas de turistas con antecedentes inapropiados. Es el colmo del absurdo.