Noticias de la serpiente – II.- Madrigal y su revista – Por Carlos Castillo Novelo

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    Publiqué en mi blog unos párrafos sobre Cancún. Estaba un poco cansado de caminar en el sol durante una gira del presidente municipal. Inmediatamente después, manejé hasta la zona hotelera para cubrir una conferencia de prensa de empresarios náuticos. En total junté tres notas para la radio, dos para el periódico (voy a reciclar información vieja) y una para el semanario. Es mi última semana en el diario. Es insoportable venir y trabajar de nueve a nueve por el salario de periodista free lance. El día de hoy fue igual a los anteriores. Pero mientras hacia uno de mis hobbies, que es precisamente ventilar en el blog mi odio a la ciudad, al trabajo y a mi vida personal, recibí una llamada del diputado de izquierda Elías Salvador. Me tenía un documento interesante: el acta constitutiva de una empresa de transporte que demostraba que los mayores beneficiados con el alza a las tarifas eran colaboradores cercanos al presidente municipal así como varios personajes de los partidos de oposición. Pensé que mi jefe del semanario político en el que trabajo se alegraría, ya que desde hace tiempo se trae una campaña para cuestionar cada una de las acciones que involucren al munícipe  y así  entorpecer su rumbo a la candidatura por el Gobierno del estado. Cuando le avisé a mi jefe, el extraño Roberto Madrigal, reaccionó como esperaba, y dijo que mi reportaje iría como artículo principal en la nueva edición de la revista.

    Llevaba dos meses trabajando en ese semanario político. Su línea editorial me mataba: el que pague la contraportada es el personaje que será enaltecido. Se elogiará su calidad moral y su trabajo administrativo, si es que lo tiene. Lo curioso del caso es que es una revista de escasa circulación que sólo leen los políticos. A los votantes les importa un carajo y ni siquiera reconocen los nombres de la persona que sale en la portada. Pero los buenos oficios de Madrigal venden la idea de que la trascendencia de la información que maneja, bien vale como mínimo un contrato por cien mil pesos mensuales para publicidad y, por supuesto, sendos lengüetazos a los genitales de los mecenas de la prensa local que en general son los mismos que aparecen en los artículos.

                     Terminé con las notas para el periódico, sólo completé dos. La llamada a Madrigal y la premura para terminar y grabar las notas para la radio me impidieron buscar una nota de relleno. Esos textos insustanciales que sacan de apuros para llenar los huecos informativos de algunas secciones del periódico. Roberto Combio, el jefe de información del diario La Nueva, me mandó llamar. Combio tiene unos lentes pequeños que se le ven estúpidos colgados en la punta de su nariz, su cara parece la de un perro de caricatura con los cachetes caídos y unas verrugas pequeñas y  negras que cubren parte de sus mejillas.

                         Cedric, ¿dónde están tus notas? – dijo mientras veía la pantalla de su computadora.

                         Ya las envié a los editores.

                          Pero quedamos en que hoy me darías dos notas extra por el día que faltaste la semana pasada. Ya son varios días en los que incumples, no esperes que hable bien de ti en la próxima reunión con el director.

                         Señor Combio, el día estuvo flojo…

                         Gente como tú no me sirve para nada, Cedric. Te puedes retirar.

    Cobré la quincena que me debían y decidí que ese dinero serviría para comprarle un regalo a Azucena Hernández, la guapa contadora del semanario y con la que desde hacia tiempo mantenía un romance platónico que ella correspondía con sonrisas. Salí del periódico y fui a la oficina del semanario, que era básicamente un cuarto perdido en una zona miserable de Cancún pero con el suficiente espacio para poner dos computadoras que eran, básicamente, el equipo para las labores periodísticas. Madrigal estaba sentado sin camisa en una silla de cuero con su panza peluda cubierta de sudor.  El aire acondicionado estaba descompuesto.  Sobre una mesa, permanecían  los restos de un pollo asado que seguramente había sido devorado por él y Raúl, el repartidor obeso de origen maya que cada semana se iba con su moto destartalada a meter por debajo de algunas puertas elegidas, el nuevo ejemplare de la revista.

                         Bueno, es la hora de la botana –  dijo Madrigal mientras se ponía de pie y buscaba una camisa.

    Nos fuimos los tres en el carro nuevo de Madrigal hasta una cantina oscura que estaba a unos a cuadras de la oficina.  Ahí las meseras eran mujeres indígenas con ropa ajustada que te hablaban de “corazón” y “cariño” desde que llegabas. Madrigal pidió cervezas y la comida que el restaurante ofrecía para ese día: sopa de cangrejo y patas de cerdo.

                         Hablé con el presidente municipal, le dije lo que encontraste y me dio una cita

                         ¿Y qué te dijo?- pregunté

                          Mañana vamos a su oficina para ver qué quiere. Yo creo que sí le sacamos un convenio de mínimo cincuenta mil pesos mensuales.

     Mientras Madrigal hablaba, Raúl  se limitaba como siempre a mirar a las meseras, a pescarles las nalgas con la mirada roja de quien está todo el día en el sol. Madrigal relamió los huesos de las patas de cerdo con delicia y bebió un trago largo de su cerveza. Su noticia me decepcionó. Ya no se publicaría mi documento ni tampoco podría satisfacer las ganas de joder del diputado Salvador. Pero cincuenta mil pesos eran cincuenta mil pesos. ¿Cómo hacia Madrigal esos tratos? ¿Qué palabras utilizaba para llegar a los términos a los que siempre llegaba con los políticos extorsionados? Si algo es seguro es que el lenguaje a esos niveles es sutil, de doble sentido, algo tan fuera de mi alcance que no me quedaba de otra más que asentir a lo que los jefes decidían. Los grandes de la prensa local sabían hacia donde se movía el dinero, como doblegar voluntades, conocían la manera de arreglar rencores  y ganar aliados en su búsqueda por posicionar su revista entre las voces chismosas de los pasillos oficiales.

                         Hoy renuncié al periódico…

                         ¿Qué te dijo Combio?

                         Nada, simplemente le dije que me iba y ya.

    Madrigal sonrió.

                         ¿Así nomás? Como chacha…

                         Pues…

                         Entonces a partir de mañana ya puedes estar de tiempo completo en la revista. La idea es que tú mismo de iniciativa propia empieces a generar una opinión. Eso es lo primero antes de escribir.  Necesitas hablar con los funcionarios, hacer las preguntas correctas, hablar en corto con ellos,  volverte parte de su entorno, que tu pensamiento gire en torno a cómo está el ajedrez de los movimientos, los pleitos, todo eso. Poco a poco debes ganarte su confianza para que te vayan soltando información. He leído tus notas, tienes instinto  pero necesitas foguearte más, salir de esa timidez, tener un poquito más de ambición, coño…

                         Yo no soy tímido, solamente…

                         Si lo haces como te digo, te prometo  que estrenas carro nuevo el próximo año. En una de esas rentas un departamento, te sales de tu casa.

    La idea de vivir solo la tenía desde hacía tiempo. En la prensa las oportunidades me llegaban solas, los ofrecimientos de trabajo eran los mejores, pero todos me exigían un tiempo que no estaba dispuesto a dar, no quería vivir de tiempo completo en ese mundo. Para mí era sólo un trabajo y no estaba dispuesto a que se convirtiera en mi vida. Sin embargo, ahí estaba otra vez ese tipo de oportunidades que se me ofrecían con las puertas abiertas, con facilidad. Si aprovechaba todas me creaba una vida independiente, económicamente hablando, pero moralmente quedaba atado a toda la dinámica de la prensa local. Para siempre, tendría que  mantener el ritmo, someter mi voluntad de mandar todo ese mundo al diablo y olvidarme de  estudiar una carrera o hacer algo totalmente diferente. El lenguaje periodístico y político  me enfermaba, pero por alguna mala broma de la razón, había descubierto un código, una manera de mirar las cosas que me hacían prever ciertos acontecimientos políticos mucho antes de que ocurrieran o si quiera se mencionaran. Algo en mí sentía una vibra extraña cuando entrevistaba diputados, candidatos, alcaldes, o los escuchaba dar declaraciones. Yo sabía cuando alguien mentía. Si un legislador cambiaba su postura con respecto a una iniciativa o rectificaba sus declaraciones, ya podía armar un rompecabezas que me permitía hacer análisis lúcidos sobre los cambios. Ahora, eso era en mi papel de observador. Otra cosa eran los planes que los jefes de la prensa local tenían para mí: desenvuélvete, hazte amigo de ellos pero no les confíes nada, aprende a usar el lenguaje de los jefes de la prensa, haz dinero, consigue que te lo den.

    Madrigal terminó de comer, Raúl tenía los ojos lerdos  clavados en un poster de una cervecera. Las meseras empezaron a atender a más comensales que llegaron, la de nuestra mesa se sentó en las piernas de un hombre de camisa blanca y pantalón de mezclilla que parecía un  contador público de segunda categoría. Le tocaba las nalgas y le hablaba al oído.

    La mesera que la relevó trajo la cuenta.  Madrigal eructó y  pagó con tarjeta de crédito. Afuera, la noche, el calor y las calles agujereadas.  Era otro día normal. Tan normal como los otros que vendrían. Tenía 23 años y 6  trabajando en medios de Comunicación. No tenía la prepa terminaba y ganaba cerca de 15 mil pesos mensuales. Al día siguiente fuimos juntos a ver al presidente municipal.

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