Un día desaparecieron los cafés. Y ya no sé hace cuánto compartí café, o mesa, con un viajero. Una viajera como Oriana Fallaci ya no viene, en parte porque ya murió, pero sospecho que no vendría a un lugar que se afea con tantas ganas de un tiempo a estos días de ruido. Sé que aún hay locos dándose la vuelta por la nueva Xamán Há, locas y loquitos aún hallan algo en este mar pues quizá lo ven menos triste que lo dejado atrás en Grecia, Costa Brava, Tailandia, Goa, ahora rondan Vietnam.

Allá (y aquí) hubo días cuando algunos se dedicaron a viajar un país, una región en particular, viajarla casi como vivirla; y hubo quien se quedó. En la Indochina de otro tiempo una señora, Marguerite Duras, plasmó su visión de los amantes en blanco y negro. Labor de años. Acá se sabía del Paco, se veían güeros y mujeres entronas, mayas, chilangas, mediterráneos pirados, germanos casi anarcos, grandes comilonas, borracheras y búsquedas, reuniones amables aun cuando sin iniciativa para construir y desarrollar; parecía que lugareños y fuereños coincidían en vivir sin tanta ciudad. Eso parecía hasta… ¿1995? ¿Crecer?, va, no problem, primero un cafecito, la platicada previa al Reventón.

En tal zona las conversaciones a veces son imprecisas, influidas por calor, sexo, música, alcohol y etcétera, muy chingonas en suma, lo que por desgracia no las convierte en categóricas. He imaginado menos separaciones de amantes, si candentes frases que se dicen por lo general al principio (“¡te quiero un chingo cabrón… siempre vamos a estar juntos te lo juro… bésame y hazme el amor… tú eres mi alma gemela!”), si mantuvieran el fuego con que alguna vez se dijeron por amor, los amantes pondrían menos atención en el aburrimiento, en el lado oscuro de la rutina. Quién sabe, todo cambia con los hijos; y hay quien opina que lo prohibido sabe más picante, más sabroso aunque sepas que todo, Todo, se está yendo a cierto lugar muy nombrado en México a la hora del derrumbe.

Hay gente que sabe más de esto. En mi caso hay unos de cuyo nombre sí quiero acordarme, y no me acuerdo caray: ¿sería la Masha, el Baldellou, De Lucía, Schmidt, Xool?; me disculpo de antemano. Intento re-citar ecos de cafés bebidos en el paulatino ocaso caribeño, el café del Rafa, el Sabor, tragos de paso con el León y el Erik, en Bip Bip, el Pez Vela, en todos pedir un café, o dos, tres, y nadie jodía por ocupar tanto tiempo la mesa. Días sin hacer colas en ninguna parte… y hoy. Bueno.

Queda lo que escuché, participé a veces, dije sin sentidos, con permiso, o sin ello, y los poetas aguantaban vara, hasta hacían encuentros de vagos y a comer en El Correo y en Bacalar, pero haciendo poesía, desmenuzamiento de aquel, aquella y sus menstruarios. Plática sin orillas con gente de sonido y café: jazzeros prófugos, andinos, clásicos y metaleros en proceso de domesticación, y vibrar con los del reggae, con chunchaqueros fieles, con los negros de la punta. Café. Las bailarinas… los medios.

Tú andabas con los teatreros, no te hagas, te vi entre ellos (¡soy uno de ellos!). Y gente que montaba galerías, conciertos, exposiciones, boutiques, todo para nadie… era para unos cuantos, que sin tanta neurosis asumían su condición de nadie ante el Mar, nadie ante una pirámide, nadie en la Selva. Quien diga que puede llegar a creerse dueño de algo en el mar, en medio de una cultura viva, ante el poder de murallas verdes, pues naturalmente no participaba de conversaciones que se disfrutan por improductivas. ¿Constructivas? Mejor pónganse a trabajar.

¡Son una bola de hippies locos que arman escándalo y se drogan! La afirmación es de tanta gente en el mundo aún en 2014, y es inexacta; en primera porque a uno ya no le tocó la onda hippie sino otra peor: punk, negra, Rimbaud, De la Torre y Luis Pérez Ixometztli (luego caer bajo la influencia malévola del Lalo Pérez); en segunda porque llamar escándalo a una obra musical es de tiempos de mi abuela, lo que determina el carácter artístico de un grupo ante el mar era (y creo que sigue siendo), un fiscal y en sus manos un medidor para decibeles; y en tercera porque drogas son lo que se vende en farmacia y supermercados, licorerías, tabaquerías y medios de difusión.

Hasta hoy, y desde 1975, creo en quienes gustan del conocimiento vía ciertas plantas o frutos de dominio popular: peyotl, hongos teonanacatl, hierbas y mariguana caseras o de la sierra, tabaco en cualquier forma, chocolate a puños, café por litros, bebidas multidimensionales (embriagantes) como el baalchéh o el mezcal, entre otros cientos de estimulantes milenarios –la mayoría curativos o balsámicos. Tenemos todo el derecho de emplearlos según la creencia o propósito, todo el derecho y la libertad con sus limitantes habituales. Ya se sabe: todo tiene un límite. Vaya destino. A ver si se aplica con el número de muertos por heroicas batallas contra drogas.

Hubo días en que nada de eso importaba tanto, simplemente se vivía como más o menos se quería. Ahora se trata de sobrevivir con lo que hay. Tú conversabas con café o trago con viajeros, locos del tamaño de Patrick Quest, Enrique Velasco, con yucas de la estirpe más artística y creativa, emprendedores jefes de sí mismos, radios piratas, mujeres solas desde el otro lado del mar, de la frontera, hombres que cambiaban de desierto, muchachas y muchachos amándose en el mar… la vida posible sin tanta sombra corporativa.

Éramos culpables, cierto: se fumaba, se bebía y se comía sabroso antes que sano, se cogía sin necesidad de esconderse, se amaba la fiesta y el arte. Café.

Éramos pecadores: pescadores y visitantes disfrutaban del agua desnuda como ell@s.

Se era inconsciente… pues sí, la ambición descarada fue destapándose a medida que las clases sociales despertaron de golpe como fronteras invisibles. “¿Café?, ok, pero en Starbuck’s Playacar…”

Viajeros, gente de playa y costa, uno que otro turista y emprendedores enamorados, ante un café de locos proclamaban la excusa perfecta: estamos chavos.

“Además acá no lo joderán tan rápido”. Bueno.


Playa Sur
febrero 2014

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