Desde Australia, retumba el estallido de un campeón único, instalado para siempre en el paraíso de las antípodas. Novak Djokovic acaba por los suelos celebrando a lo grande su quinto título en Melbourne, más que nadie en la historia de la Era Open, lanzado en esa carrera hacia la eternidad en esta irrepetible época que vive el tenis. En la final, de poca calidad y llena de gestos y suspiros, reduce a Andy Murray, que vivirá siempre con esa duda de saber qué hubiera sido de él en otro momento. Le ha tocado vivir en esta y engrandece las hazañas de héroes como Djokovic, campeón por 7-6 (5), 6-7 (4), 6-3 y 6-0. (Narración y estadísticas del partido)
Pendientes del cielo australiano, tan variable el tiempo en la magnífica capital del estado de Victoria, la final se jugó con techo abierto desde el inicio. Pocos escenarios emocionan tanto como la Rod Laver Arena y desde el inicio se compitió con los nervios a flor de piel, repleto de alternativas el primer set. Salvó Djokovic un 0-40 con 1-1, se escapó luego hasta el 4-1 y permitió que Murray se subiera al tren al entregar su saque en dos ocasiones, una de ellas con 5-3 para cerrar. Intercambios duros, golpes profundos y muchísimo respeto entre dos amigos que llevan toda una vida juntos. Y así durante las tres horas y 40 minutos que se prolongó la jornada.
El serbio regaló la enésima entrega de muecas, visiblemente con problemas de respiración. Además, requirió la asistencia médica por una rozadura en el pulgar de su mano derecha mientras Murray evidenciaba que es el mejor jugador del planeta a la contra. Revivió desde la exigencia y llevó la primera manga al tie break, impecable ejercicio entre los dos restadores por excelencia del circuito. Faltó algo de nivel en líneas generales, pero le bastó a Djokovic para tomar la delantera en un pulso que se intuía interminable.
Regresaron los ceños fruncidos en Djokovic, que se ha ganado a pulso el murmullo cada vez que exhibe alguna muestra de dolor porque nunca se sabe si es real o hay actuación. Después del episodio del pulgar, pasó a tener problemas en la pierna derecha o en el tobillo, vaya a saber, con calambres y amagos de caída. Y lo curioso del tema es que al final se apuntaba los puntos para desesperación de Murray, al que se le nubló la vista pese al 2-0 y saque con el que se puso en el segundo set. De tener break a favor a tenerlo en contra, extraña pelea en Melbourne.
Se puede decir que fue mala, que estuvo por debajo de lo esperado. No hubo un patrón dominante y simplemente se regalaron destellos sueltos, ambos inestables y muy fallones, alterados por la irrupción de unos espontáneos que quisieron exhibir una pancarta reivindicativa y fueron reducidos al instante. Más emoción que espectáculo, desde luego.
En ese permanente tobogán de sensaciones, el escocés encontró una salida para seguir con vida y, una vez recuperada la desventaja, tuvo pelota de set en el décimo juego, pero se le escapó una magnífica oportunidad. Fueron los mejores momentos de la tarde, quizá más emocionantes que bonitos, y de nuevo se llegó al juego decisivo. Y lo de decisivo cobraba más sentido que nunca.
Australia es de Djokovic
Era un todo o nada para Murray, conectado con su palco en todo momento y señalándose la frente mientras miraba a Amelie Mauresmo. Cabeza, reclamaba el birtánico, cabeza. Y tenis, algo de intensidad y precisión para desbordar a Djokovic en esa pugna de derechas invertidas. A partir de esa receta, se puso con 6-2 en el tie break, asumiendo el control del peloteo y buscando, por fin, un poco más de paralelos. Esa ventaja resultaría decisiva, set iguales después del maratón.
Pasó a ser un encuentro eminentemente físico y el número seis del mundo ofrecía más garantías en ese sentido, menos exigido que su enemigo en las semifinales. Djokovic, que tuvo además un día menos de descanso, necesitó cinco mangas contra Stanislas Wawrinka en la penúltima ronda y su cuerpo emitía señales de auxilio, casi en reserva el depósito de energía. Pero el serbio tiene mil vidas y gastó una más después de otro irregular inicio de set, recuperando de inmediato el saque que entregó nada más empezar. De un escenario crítico con ese inquietante 0-2 pasó al 5-3 y saque mientras Murray lo pagaba con su raqueta, desesperado porque no era capaz de desmontar a un jugador supuestamente incómodo por todo tipo de molestias. Así es Djokovic, para lo bueno y para lo malo.
El cuarto y definitivo set, en blanco
El desenlace de la tercera manga acabó con la ilusión del escocés, al que definitivamente se le atraganta Australia, difuminado en un último set del que no hay nada que contar porque no existió. Volvió a perder una final en Melbourne y volvió a hacerlo, por tercera vez, ante el balcánico, que ya lleva cinco estallidos en el cemento azul de las antípodas y se queda a uno de Roy Emerson. Ganó por convicción y porque evitó las trampas que le preparó Murray, que le propuso jugar a los fallos y resulta que el que más falló fue él. Por algo Djokovic manda en el ático del tenis y se asegura una larga temporada más en la cima con el botín del primer grande del año, el octavo que suma en su carrera. Y no parece que se vaya a quedar aquí. (Fuente: ABC)