El Gobierno de Jordania ha cumplido su palabra, y después de recibir la noticia del asesinato del piloto jordano secuestrado por el Estado Islámico, ha ejecutado en la horca este miércoles a Sayida Rishawi, la terrorista miembro del grupo fundamentalista encarcelada en el país.
Junto a ella, el Gobierno jordano ha ajusticiado a Ziyad Karboli, un miembro iraquí de Al Qaeda que fue condenado a muerte en 2008 por matar a un jordano.
La historia de Rishawi ha dado la vuelta al mundo estos días. Corría el 9 de noviembre de 2005. Sayida Rishawi, la preciada ficha de canje del Estado Islámico cuya vida concluyó en la horca este miércoles, había llegado unos días antes a Amán desde la vasta provincia iraquí de Anbar, por aquel entonces un bastión de Al Qaeda. Hermana de “mártires” yihadistas, tenía aquel día una misión que cumplir junto a su flamante marido: saltar por los aires en el salón del Hotel Radisson SAS donde se celebraban los fastos de una boda.
Los “kamikazes” -que habían contraído matrimonio para no levantar sospechas-, se situaron en dos extremos de la estancia. “¡Allahu Akbar!”, gritó el cónyuge de Rishawi encaramado a una mesa antes de descomponerse en mil pedazos. Ella también lo intentó pero no acertó. Algo se le trastabilló en el cinturón de explosivos y decidió huir de un paisaje mutilado por la pólvora. Con el artefacto adosado a su cuerpo y oculto bajo un abrigo, cruzó una ciudad herida por los ataques simultáneos de tres suicidas que segaron 60 vidas; dejaron secuelas a otras 90 y traumatizaron a la sociedad jordana.
Ella, la única superviviente de la banda, se refugió en la casa de un pariente lejano que ignoraba sus instintos asesinos. Su escapada duró poco. Al Qaeda en Irak -la organización que la había enviado, germen del IS (Estado Islámico, por sus siglas en inglés)- presumió de haber usado a una de las primeras mujeres suicidas de su Historia sin saber de su periplo. Al día siguiente, fue cazada por los servicios de inteligencia jordanos. Pertrechada con la misma indumentaria que debía llevarla al paraíso -cinturón incluido-, confesó en televisión su participación en los atentados.
En 2007 fue condenada a muerte. Autora viva del ataque más mortífero de la historia reciente de Jordania, Rishawi ha permanecido desde entonces hasta hoy en zona de sombras. Apocada, no solía mezclarse con el resto de reclusas de la prisión de Juweidah. Mataba las horas leyendo el Corán y viendo canales islámicos. No había recibido más visitas que las de su abogado de oficio, que pidió durante el juicio “comprobar el estado mental” de su clienta. Nunca, ni siquiera en aquel proceso que la envío al cadalso, expresó el menor arrepentimiento. Su figura se había ido desvaneciendo en los últimos años. Por eso sorprendió tanto que las huestes del califato pronunciaran su nombre el pasado enero.
Tras la decapitación del primer rehén japonés Haruna Yukawa, los yihadistas cambiaron de estrategia: se olvidaron del rescate de 200 millones de dólares que exigían y desempolvaron la liberación de Rishawi que otros grupos yihadistas habían hecho suya en el pasado. En su nombre lanzaron un ultimátum para salvar al reportero nipón Kenji Goto y el piloto jordano Muaz Kasasbeh. El Gobierno jordano aceptó el trato pero pidió una prueba de vida del militar caído en territorio hostil el 24 de diciembre. Nunca llegó porque el piloto había sido quemado vivo el 3 de enero.
La divulgación del calvario de Muaz ha dictado la condena definitiva de Rishawi, la que llevaba esperando desde hace ocho años. Víctima de quienes la elevaron a heroína, es probable que a sus 44 años haya dedicado las horas previas al patíbulo a recordar su desgraciada vida. Hija de una tribu iraquí que la olvidó, fue la última de una saga familiar que malgastó su existencia en las trincheras de su “yihad” (guerra santa).
Aquí su biografía: se casó por primera vez a los 30 años con un jordano que, militante de Al Qaeda, murió luchando contra los estadounidense poco después de la invasión. El infierno iraquí le arrebató a tres hermanos. Fue la pérdida del mayor -estrecho colaborador de Abu Musab al Zarqaui, líder de Al Qaeda en Irak caído en un ataque aéreo estadounidense en 2006- la que terminó convenciéndola. Henchida de rabia, llamó a las puertas de Al Qaeda y se ofreció a inmolarse en un salón de fiestas del Hotel Radisson SAS de Amán. Casi una década después, este miércoles cumplió su deseo de morir. (Fuente: El Mundo)