Esta mañana, la figura sombría del Arzobispo Primado de México Norberto Rivera en el asiento de atrás del papamóvil era el retrato en movimiento de la incómoda relación entre Francisco y la conservadora jerarquía mexicana; y muy especialmente con el ala de Rivera, que en tiempos de Juan Pablo II fue poderosísimo pero en los últimos diez años ha ido menguando, sobre todo por una razón ominosa: la manera en que defendió, a capa y espada, al mexicano y fundador de la multimillonaria congregación de los Legionarios de Cristo Marcial Maciel Degollado, icono de la pederastia eclesial.
“Norberto fue un cachorro de Maciel. Cuando fue ungido cardenal hizo su fiesta en la casa de la Legión de Cristo en Roma. Y aunque sigue manejando la arquidiócesis más grande del mundo, ahora todos saben que es un mariscal de la derrota”, afirma el antropólogo experto en religión Elio Masferrer.
Sobre el cardenal Rivera pende la sospecha de haber encubierto a lóbregos curas como Carlos López Valdés y Nicolás Aguilar, acusado de actos como convencer a un niño de que si no le hacía sexo oral su madre podría morirse o violar a otro en la rectoría mientras se escuchaba oficiar misa en el templo. Otros casos –estos ajenos a la incumbencia de Rivera– son los del sacerdote Eduardo Córdova, que se calcula que abusó al menos de 20 menores y está prófugo, y el de Gerardo Silvestre, supuesto violador de niños indígenas. “México tiene a los pederastas más crueles de la Iglesia”, ha dicho Alberto Athié, un exsacerdote de la propia Arquidiócesis de México convertido en valeroso catalizador de denuncias de víctimas, y que exige que el Vaticano entregue a los violadores a la justicia civil.
El encubrimiento de abusos a menores es el punto más negro en el debe de la jerarquía mexicana, pero su crédito también se ha minado por su falta de compromiso ante la violencia y la corrupción. Se espera que los discursos de Francisco a lo largo de sus seis jornadas en México sean un martilleo constante contra la corrupción como sistema de poder, lo que toca tanto a la Iglesia como al Gobierno. Pero las admoniciones directas a la curia se habrán ventilado esta mañana en la reunión a puerta cerrada que ha mantenido con los obispos en la Catedral Metropolitana.
El catolicismo en México ha bajado del 95% de la población hace tres décadas al actual 83%, cifra que un estudio de la Universidad de Georgetown baja hasta un 69% en medio del auge del evangelismo, que en un Estado como Chiapas ya aglutina casi tantos fieles como el catolicismo. México sigue siendo un bastión para el Vaticano, pero le urge cambiar de política “si no quiere irse a pique”, dice Masferrer. Francisco le pedirá a sus obispos que dejen atrás su mohosa actitud institucionalista y cerrada y busquen a la gente corriente. “Si es consencuente con su discurso les pedirá que ya no huelan tanto a gobernandores y a empresarios y que sean pastores”, opina el periodista Emiliano Ruiz Parra, autor de Ovejas negras (Océano, 2012), un libro sobre los rebeldes de la iglesia mexicana del siglo XXI.
LA IGLESIA MEXICANA Y EL PODER
México es un país laico en el que Dios no es el poder pero el poder es un Dios. Por eso la jerarquía católica mexicana, aún habiéndole sido negada por el Estado su personalidad jurídica hasta 1992, siempre se ha sabido acomodar a las cúpulas de la política y el dinero. Y la mayoría del episcopado sigue encajada en ese cómodo esquema, lo que saca chispas al rozar con la idea del papado actual de acercar la Iglesia a la calle y a los debates de su tiempo. Así, la corte que hace años abrazó el modelo regresivo del polaco Karol Wojtyla recibe con inquietud al jesuita argentino Jorge Mario Bergoglio.
“Lo que está sobre la mesa es el proyecto pastoral de Bergoglio, que es totalmente distinto del de una Iglesia mexicana que vive aún en el Concilio de Trento y no deja crecer a los curas sensatos”, dice Masferrer. “No ha habido ningún signo de apoyo público de la jerarquía mexicana a Francisco. Pareciera que es el líder de otra Iglesia y no su superior”, señala Ruiz Parra, que subraya el significado simbólico-político de la visita que hará el lunes el Papa en San Cristóbal de las Casas (Chiapas) a la tumba de Samuel Ruiz, el obispo indigenista al que la jerarquía consideró un demonio guerrillero. Bien aconsejado por los jesuitas mexicanos, y con el excelente conocimiento de México de su mano derecha y secretario de Estado vaticano Pietro Parolin, que trabajó en la nunciatura en este país, Francisco ha diseñado con precisión un viaje de hitos que toca las heridas sangrantes de México: Ecatepec (o la marginación de los suburbios de aluvión), Chiapas (el olvido indígena), Michoacán (la ley de la selva del narco) y Ciudad Juárez (símbolo feminicida de una nación que ama a una Virgen). A lo largo de la visita lo acompañará Raúl Vera, el austero y alegre obispo que enarbola la bandera de los excluidos.
Muy explícitamente, el Papa ha marcado cuál es su Iglesia. Qué Iglesia quiere en México y cuáles deben ser sus prioridades. Pero como buen jesuita, “hombre de gobierno y equilibrios”, define Ruiz Parra, no ha descuidado hacer guiños también a la parte más conservadora. Desde la canonización de un niño católico asesinado por los revolucionarios en la Guerra Cristera (1926-1929) hasta el hecho de que la coordinación de la visita esté a cargo del vocero del Episcopado, Eugenio Lira. Y tal vez la figura que sintetiza su mesurado equilibrio sea el arzobispo de Morelia (Michoacán) Alberto Suárez Inda, al que el propio Francisco nombró cardenal hace un año y que es de credenciales más bien conservadoras.
“Yo creo que no se debe plantear esto como una lucha entre progresista y conservadores, sino entre sectores honestos y sectores encubridores de pederastas”, juzga Masferrer. Ruiz Parra añade otro matiz: “No pienso que Francisco sea tanto un progresista como un hombre que restituye equilibrios. No viene a golpear a los conservadores. Más bien, su mensaje sería el de “aquí cabemos todos”. Una muestra de que Francisco no quiere cismas sino cierta confluencia es que en 2015 le otorgó la indulgencia plenaria a los Legionarios de Cristo por su 75 aniversario. “Es un borrón y cuenta nueva por los pecados que se confesaron”, dijo un portavoz de la congregación edificada por Maciel. También se podría interpretar como un detalle pacificador el hecho de que el Vaticano haya eludido incluir en su agenda encuentros particulares con grupos de víctimas de curas violadores. “El Papa es muy hábil con las palabras y los gestos, pero los cambios de fondo no llegan”, ha dicho Athié al diario Reporte Índigo.
El Papa tendrá que hacer esgrima fina para poner en su sitio a la jerarquía católica mexicana sin soliviantarla y encauzarla hacia una conducción de la Iglesia menos opulenta y más efectiva y funcional. Por lo de pronto, se sabe que se volverá a Roma con un valioso regalo del cardenal Norberto Rivera, pues este lo ha avanzado en público con satisfacción: Francisco, el Pontífice que clama por los desposeídos, el que se contenta en la mesa con un trozo de pollo con arroz, recibirá por parte del Arzobispo Primado una medalla conmemorativa de plata [metida dentro de un estuche de plata]. (Fuente: El País)