De un libro en proceso donde realizo, entre otras cosas, la crónica, el análisis y la interpretación histórica de la política reciente en Quintana Roo (2005-2016), transcribo este texto:
Aquel 9 de febrero de 2016, la risa, el poder prostituido, la hibris y la escandalosa corrupción eran de ellos: los borgistas que aparecen en esta fotografía. Se sentían, junto con su góber, incólumes, inexpugnables, inderrotables: el PRI, o la facción priísta felixista-borgista que desde 2005 se hiciera del poder, atracando el poder y gobernando para su grupo, le ganaría de todas, todas a los que osaran ir en contra del antiguo botones del Padrino. “Calma coita”, esa frase vulgar que acostumbraba proferir con su bocaza en sus mítines de jefecillo de barrio, se las enjarretaba a sus lacayos como el gran rodilla firme y lambiscón de la sierra de Guerrero, el abyecto Israel Hernández Radilla: “calma coita”, coño, que aquí tenemos unidad y a un solo líder hay que seguir y hay que respetar.
El góber de tantos malos priístas que hoy naufragan y buscan, cuales nuevos Pedros sin la fe, la redención vía la negación material y espiritual de su condición de siervos del borgismo; el macho de los que decidieron bajar la cerviz, y seguir hasta la ignominia, perrunamente institucionales, en el juego dantesco del sátrapa borgista, había citado, aquel 9 de febrero de 2016, a sus diez presidentes municipales y al que encabezaba el Consejo Municipal del recién creado municipio de Puerto Morelos. Era un aquelarre de mafiosos.
Todos estos hombres que endeudaron sus municipios para apoquinar al triunfo que no fue de Mauricio Góngora, dejaban escapar una risa teatral, se atragantaban con esa muesca impostada en la boca, para una fotografía que hoy los define más que nunca, y para un futuro incierto ante un huracán que se anunció tranquilo el viernes 5 de ese mismo mes: Carlos Joaquín González, ex subsecretario de turismo, en una escueta carta a Manlio Fabio Beltrones, el gran derrotado de 2016, por su propio derecho, le notificaba su decisión de renunciar a 17 años de militancia priísta.
Desde aquel momento, en las filas de los priistas de Quintana Roo, cuando se supo de esta “gran renuncia”, hubo un sendero que se bifurcó: o quedarse a velar armas, convertidos en obscenos borgistas; o seguir el camino abierto para los que desde 2010 eran, antes que priistas, joaquinistas, y se la jugarían y barrenarían sus naves en busca de lo desconocido: ¿el triunfo ante una maquinaria estatal y una “estructura” partidista en apariencia invencible?, ¿o la derrota segura por las mismas causas?
Días después veríamos una cascada de renuncias de priistas: se decía cientos, El Universal insistió en 3,000, pero, en las cifras bailoteantes, varios hombres y mujeres que conocían los entresijos y las maneras de trabajar del priismo quintanarroense, llevaron ese conocimiento a otros lares y otros dominios donde aquel líder carismático imantaba el horizonte y los aguardaba. Luego vendría ese soberbio discurso que, a mí en lo personal, me convenció de que, en Quintana Roo, algo, una esperanza por decir lo menos, crecía cercana en el mar de las costas del oriente de la Península. El 8 de febrero de este año, en una conferencia desde la ciudad de México, Carlos Joaquín González terminaba ese discurso que un día antes, para el siete, había comenzado con la frase histórica de “no me quedaré inmóvil contemplando la destrucción de nuestro estado”:
“La sociedad quintanarroense –decía Carlos Joaquín- enfrenta una profunda herida que ha lastimado el respeto y aprecio por la política, propiciando la desaparición de la credibilidad en las instituciones y que no ha encontrado ni comprensión, ni alternativa en los gobierno, ni en los líderes estatales insensibles a la complejidad de la crisis y el desencanto social que priva en mi estado….No validaré un fraude para sostener en el gobierno a un grupo que es sordo ante los reclamos por la destrucción de nuestro tejido social, herencia cultural y riqueza ecológica.[1]
Y esta renuncia, cual si fuera una barreta, un pico y zapapico, abriría el tremendo boquete por donde saldrían los “generales joaquinistas” para formar la estructura requerida en el proceso electoral que vendría luego. Las alarmas inmediatamente prendieron en el PRI estatal, y no tardaría en llegar a oídos de Beltrones. King de la Rosa bramó contra la “traición” del que desde ahora sería nombrado, por los priístas que no tuvieron los aplomos y se quedaron en el desmadejado barco, “El Innombrable”; y Borge, en ascuas y sin esa “calma coita” que se jactaba, mandó a traer a sus hombres de paja de los municipios y tuvo esa reunión donde aparecen algunos infames en esta foto que encabeza este artículo.
Allá estaban, rodeando al ex botones del Padrino, Freddy Marrufo, el pequeño truhán que desventró Cozumel y tuvo la impertinencia de querer dejar en su lugar a su espigada mujer. Paúl Carrillo, el galán, al lado de un sonriente Mauricio Góngora con chaleco. La risa idiota y boba del asilvestrado José Alfredo Contreras Méndez, el famoso Chepe Torta de Bacalar, alba, contrastaba con su moreno semblante. El más alto de todos (pero no el más viejo, ya que Eduardo Espinosa Abuxapqui, el chetumaleño, se encontraba, prognato, ocupando, con su voluminoso vientre de borgista, el espacio que le confería la cercanía con su jefe en turno) era el temido Isaías Capeline Lizárraga, director del gobierno borgista, y que 5 meses después caería acribillado junto con uno de su escolta en Cancún, y cuya muerte levantaría la polvareda de sospechas encaminadas, todas, hacia las blandas carnes del regordete ex botones del Padrino.
Aquella foto, en donde un redil de chacales corruptos y corrompibles miraban para la lente, quedaba como la infamia, pero lo peor no fue tenerlos juntos a todos (faltaban otros truhanes): lo peor fue la procaz enfermedad verbal del regordete que los había convocado a junta urgente, ya que el peligro acechaba a su reino del espanto en que tenían postrado a Quintana Roo:
“En breve –decía Borge- enfrentaremos una nueva coyuntura de renovación política muy importante, y vamos a hacerlo con la tranquilidad que nos da la unidad, producto de nuestra madurez y nuestro proyecto democrático, pero sobre todo, con un gobierno que trabaja en favor de los quintanarroense”.
Después, cuando vemos en retrospectiva lo que fue la guerra sucia, el golpeteo brutal de toda la prensa impresa borgista contra los joaquinitas; las carretadas de dinero que apoquinaron casi todos los hombres que aparecen en esta foto para llevar, infructuosamente, al triunfo a Mauricio Góngora; las parcialidades criminosas del IEQROO; las compras de conciencia y el golpeteo constante; sabríamos que nadie de estos impresentables, desde ese lejano febrero de este año, creían en esa supuesta “tranquilidad que nos da la unidad”; y que nunca, desde 2005 hasta septiembre de 2016, hubo un proyecto democrático que enarboló el Felixismo borgista. Un gobierno que trabajó en contra y no a favor de los quintanarroenses, no merece el perdón, y menos el olvido.
[1] “Carlos Joaquín: ‘No me quedaré inmóvil contemplando la destrucción de mi Estado’”. Libertad de expresión Yucatán. En http://www.informaciondelonuevo.com/2016/02/carlos-joaquin-no-me-quedare-inmovil.html