PANORAMA POLITICO | Por Hugo Martoccia
Han pasado cinco meses desde que perdió la elección, y 40 días desde que la antigua oposición gobierna la entidad, y el PRI parece no encontrar el rumbo para rehacerse y volver a la lucha política. Se suceden, sin orden, actos de enfrentamiento, de acuerdo político, y hasta alguno de genuflexión ante el nuevo poder.
Esta desorientación suele suceder en los espacios en los cuales la obediencia ciega se convierte en una obligación y un posible mérito: cuando la voz de mando desaparece, aquella obediencia se convierte en un pesado lastre. Ese es el peor de los mundos para aprender a ser oposición.
Es imposible adivinar hacia dónde irá el PRI. Su dirigencia y sus principales referentes están muy cuestionados, y hasta ahora solo se ha hecho el esfuerzo por crear una “comisión de notables” para evitar o erradicar la corrupción y rescatar al partido. La política mexicana tiene una larga experiencia sobre el destino de este tipo de comisiones. El papel opositor no es del todo nuevo para el PRI local, pero nunca fue tan arduo. Aunque quizá no todo esté perdido.
El tricolor ha sabido utilizar una estrategia que le dio resultados favorables, y que es hoy, quizá, la única viable y sostenible en el tiempo: la de un fuerte liderazgo partidario opositor, que sea la base para la construcción de una candidatura. Tiene sus riesgos, pero es viable.
La estrategia de guerra sucia de baja intensidad está condenada a mermar o desaparecer. En los últimos tres sexenios, todos los gobernadores priistas debieron convivir algún tiempo con un alcalde opositor en Cancún.
No es lo mismo que estar directamente en la acera de enfrente, pero puede dar algunos indicios del comportamiento ante estos casos. Estos tres gobernadores ( Joaquín Hendricks, Félix González Canto, y Roberto Borge) son hoy, con sus matices, sus pros y sus contras, las caras más visibles del poder tricolor.
Cada uno tuvo una forma de actuar, pero todos tuvieron un par de coincidencias: un constante y feroz ataque desde la prensa a los alcaldes opositores, y el uso, en su momento, de métodos reprobables para lograr sus objetivos.
En el momento actual el PRI solo puede llevar adelante la mitad de esa estrategia, y además bastante diezmada. El tricolor sabe que no contará por siempre con el favor de los medios que hoy son sus aliados para atacar al gobierno, porque cada quien pelea una batalla diferente. PRI y gobierno saben que muy pocos medios aliados pueden sostener una batalla contra el estado.
A la larga, la mayoría deberá entender las nuevas condiciones, y solo quedarán, probablemente, un par de enemigos declarados. El PRI irá perdiendo paulatinamente su capacidad de fuego en ese ámbito. Pero en estos últimos tres sexenios también hubo una estrategia común que, además, ha sido exitosa y puede ser replicada.
Hace muchos años, Joaquín Hendricks tomó una decisión que a la larga rindió frutos: le dio la presidencia del PRI municipal a Francisco Alor, quien desde allí construyó su candidatura y posterior triunfo electoral.
Aquella estrategia fue exitosa porque Alor fue siempre un férreo opositor al alcalde Juan Igancio García Zalvidea, aún en los momentos en que no parecía políticamente rentable serlo. Siempre tuvo claro que ese era su lugar en el espacio electoral, resistiendo esa debilidad de los políticos por no querer contrariar a las mayorías momentáneas.
La estrategia fue replicada sin éxito durante el trienio de Gregorio Sánchez, con Laura Fernández en el PRI, y volvió a ser exitosa con Julián Ricalde como alcalde, cuando Paul Carrillo se convirtió en su principal opositor, y, a la postre, candidato ganador.
¿Podrá replicarse esta estrategia en el estado? Eso implicaría disciplinar al partido detrás de un liderazgo fuertemente opositor. El problema que surge es que en ese caso se estaría, a la vez, construyendo una candidatura.
Y habrá que ver si todos quieren tomar decisiones con tanta antelación. Algunos necesitan de arduas negociaciones y peleas en el marco de la urgencia: de allí suelen surgir las tajadas más jugosas como premio de consolación.
La otra opción parece aún más riesgosa. Entregarle el partido a alguien que se auto excluya de la candidatura, y que así tenga respaldo para ordenar todo.
El problema es cómo hacer para que no termine convirtiéndose en una figura decorativa que no pueda frenar el ímpetu de los múltiples candidatos que seguramente aparecerían. Si encuentra la solución a ese problema, el tricolor deberá enfrentar otro conflicto, que es el de los tres nombres propios que se cruzan en su camino, y proponen destinos muy diferentes.
Uno es el de Roberto Borge Angulo. El ex gobernador es reconocido en todo el país como uno de los peores mandatarios de los últimos años, y la sociedad quintanarroense pide que se lo juzgue y castigue.
El efecto de su gobierno desde el punto de vista institucional, político, económico y social, es solo comparable al de un huracán devastador: hay que reconstruir todo. Sin embargo, el PRI local no termina de desligarse de su figura. ¿Cómo presentar señal alguna de renovación mientras Borge esté cerca? Quizá solo estén esperando que el PRI nacional haga el trabajo sucio y saque al ex mandatario del partido.
Las palabras de Joaquín Hendricks días atrás, en su despedida como secretario técnico del Consejo Político Nacional de tricolor, donde habló de sanciones para los que “extraviaron el camino”, y la evidente toma de distancia del antiguo delfín, José Luis Toledo Medina, pueden ser las señales de lo que está por venir.
Otro nombre propio que puede generar discordias es el del verde ecologista, Jorge Emilio González Martínez. El senador con licencia tiene una enorme cuota de poder desde Cancun, y ha decidido jugar fuerte por el liderazgo de un PRI que necesita disminuido y cabizbajo para poder dominarlo.
El tercer nombre es el del mismo Carlos Joaquín González. El mandatario es, en los hechos, un priista que llegó al poder por medio de otros partidos. Su estirpe familiar y su propio nombre cruzan transversalmente por todo el aparato tricolor. Tiene naturales aliados y simpatizantes en todos los estamentos del partido, y, de acuerdo a su desempeño, podrá o no lograr que estos disminuyan a sus ocasionales opositores, y se conviertan en sus firmes aliados.
A la larga, sin embargo, todo dependerá justamente de ese desempeño en el gobierno, más allá de lo que PRI pueda hacer como oposición. En los próximos meses, el gobernador deberá asentar su liderazgo, y tomar decisiones que lo enfrentarán a costos políticos de variada índole. Según la entereza con la cual salga de esos retos, será su destino.
El PRI puede y sabe esperar. En el año 2000 perdió por primera vez la presidencia de la República. Los cuestionados gobiernos de Vicente Fox y Felipe Calderón, más los errores políticos y electorales de Andrés Manuel López Obrador, lo devolvieron al poder 12 años más tarde, prácticamente sin tener que sufrir ningún cambio de fondo. Esa suele ser una de las ventajas principales de los viejos partidos históricos; nunca mueren del todo.
Se le atribuye al tres veces presidente argentino, Juan Domingo Perón, una frase en ese sentido. Luego de ser derrocado por un golpe de estado en su segundo gobierno, un periodista buscó al político en su exilio paraguayo. En una entrevista, le preguntó: “General, que va a hacer para recuperar el poder?”. El viejo caudillo lo miró largamente y respondió: “Nada. Todo lo harán mis enemigos”.