PANORAMA POLÍTICO | Por Hugo Martoccia

 

 La alternancia política en el estado ha dado lugar a situaciones extrañas. El PRI sigue desorientado, buscando un horizonte electoral en donde refugiarse. El gobernador Carlos Joaquín González no termina de darle rumbo a su nave; sus aliados, por izquierda y por derecha, tironean para darle su propia dirección al gobierno. El único que parece vivir en una realidad diferente es el alcalde de Cancún, Remberto Estrada.

 El caso es insólito porque aun cuando es el principal dirigente opositor del estado, por la magnitud de su cargo, pareciera ser el candidato elegido para caminar hacia la gubernatura en cinco años. Es un lugar común de la política en estos días oír que Remberto Estrada gobierna en campaña permanente. Y a nadie parece molestar. Ni a propios ni a extraños.

 La renovación de la forma de hacer política parece no exigirle nada al alcalde. Puede recortar a la mitad las becas y útiles escolares para los alumnos; puede decidir gastar 110 millones de pesos en medios de comunicación para el año que viene, en medio de una enorme polémica por ese tema, y puede mantener a su secretario del Ayuntamiento, Mauricio Rodríguez Marrufo, rodeado de denuncias penales. Nada importa.

 Incluso, recibe premios. El Congreso y el gobierno estatal le permitieron aumentar el impuesto sobre la Adquisición de Bienes inmuebles, lo cual le dará 200 millones de pesos extras. Consiguió 530 millones de pesos en recursos federales. Manejará un presupuesto de al menos mil millones de pesos más que en 2016. El inicio de su campaña es inminente. Pero es un tema soslayado, inexistente.

 Hay dos aspectos que muestran las razones y la extensión de esta luna miel del alcalde de Cancún con todos.

 Los 110 millones etiquetados en el rubro 3000 en la dirección de Comunicación Social son parte fundamental de su Mundo Feliz. La mayoría de los ayuntamientos y el gobierno del estado han lanzado una guerra contra los elevados convenios con los medios de comunicación. Son impagables; algunos rozan lo inmoral. Remberto puede, sin embargo, destinar una cifra monumental a ese rubro sin que nadie lo critique.

 Algo similar, en una medida mucho menor, sucede con la alcaldesa de Puerto Morelos, Laura Fernández, y el de Isla Mujeres, Juan Carrillo. No es gratuito que los tres compartan jefaturas o afinidades políticas. Hay un modus operandis que atraviesa a esos tres municipios. La vieja práctica del silencio y la complacencia. Más allá, aparecerán las viejas tácticas electorales.

 Es ingenuo pensar que el PRI (con cualquier sigla, entendido como el viejo sistema) no renacerá en condiciones tan favorables. Es ingenuo o intencional, podría decir un mal pensado.

 El otro tema que llama la atención con Remberto Estrada es la situación de su secretario general. Hay que entender toda la dimensión del hecho. Rodríguez Marrufo está denunciado por vender tierras públicas a precios viles, y por formar parte de una supuesta red de prestanombres del ex gobernador Roberto Borge.

 Las acusaciones son gravísimas. Pero hay un dato fundamental: las realiza el propio gobierno estatal. O sea, para el estado, el funcionario es culpable, por eso se atreve a acusarlo. Sin embargo, el alcalde de Cancún puede sostenerlo en su cargo sin brindar demasiadas explicaciones a nadie.

 El gobierno de Cancún se escuda en que no ha sido notificado de esas denuncias. Si eso es verdad, la lentitud de la justicia en Quintana Roo ha alcanzado un nuevo récord. O las denuncias son una farsa.

 En el PRD, en el PAN, alrededor del gobernador Carlos Joaquín; en el propio PRI, incluso, todos miran azorados esta situación. Un funcionario estatal que ha compartido con el gobernador y el alcalde dice: “Carlos se siente muy cómodo con Remberto. Si no fuera así, ya deberíamos estar perfilando al menos un candidato para las elecciones de Cancún”. Un dejo de aquellos años de derrotas inevitables acompaña esas palabras. Como si hubiesen sido pronunciadas hace muchos años.

 Remberto Estrada es algo así como el gran misterio de la alternancia. En un estado que pretende abrirse a una nueva política, el alcalde transita la gestión con el aura de los elegidos del viejo sistema.

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