En un anterior artículo sobre el periodo de gobierno de Felipe Carrillo Puerto, señalé algunas ideas sobre este personaje tan importante para la historia política de la Península. Terminaba mi artículo citando algunas ideas del maestro Pedro Echeverría:
“Para Echeverría, y coincido en esto, Carrillo Puerto y su gobierno no puede ser tildado de “socialista”, y era un hombre que no tuvo buenas relaciones con los pocos obreros yucatecos, pero sí con los campesinos. Los homenajes, las estatuas y las guardias de honor, son un vicio de la democracia en pañales, vicios que pueden ser considerados la herencia maldita de la larga escuela priista en el poder: Carrillo Puerto, nos recuerda el maestro Echeverría, “no aceptó a Marx, a la internacional, a Lenin, a los III internacional y sí a la CROM de Morones y Yúdico. No hay pruebas de haber traducido ninguna Constitución al maya ni tampoco que 60 mil campesinos estuvieran puestos a defenderlo. Así que en adelante echemos a un lado la propaganda y metamos más reflexión. No deben hacerse muchos homenajes a personas y sí analizar y discutir ideas”. Ya es hora que nos alejemos de enseñar y escribir hagiografía sobre Carrillo Puerto, para escribir y enseñar historia sobre el mismo”.[1]
Ahora bien, podemos hacer una petición de principio. No puedo seguir escribiendo, sin antes citar la famosa fábula monterrosiana de la oveja negra (metáfora perfecta de la historia posterior a su muerte del hombre de Motul):
“En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra. Fue fusilada. Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque. Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura”.
La oveja negra, Felipe Carrillo Puerto, fue asesinada. A casi un siglo de su muerte, el rebaño de historiadores, políticos, memorialistas, cronistas, políticos “revolucionarios”, priístas y hasta morenos, le levantan estatuas y le rinden pleitesía. Carrillo Puerto, más que un personaje que es interpretado y explicado, es hagiografiado con acrítico frenesí.
Thomas Benjamin, en su libro sobre la memoria, el mito y la historia en la Revolución Mexicana, escribe sobre ese regusto de los gobiernos de la “revolución hecha gobierno” por crear a su “mártires”: valiéndose de sus grandes muertos hizo de la Revolución, o las distintas revoluciones acaecidas en el periodo armado de 1910-1920, simples monumentos y estatuas que homogenizan las tremendas contradicciones de sus figuras “míticas”, transformadas a puro mito y retórica de licenciados del Partido. Antes de las estatuas hagiográficas (no podemos escribir historiográficas) de Carrillo Puerto escritas por historiadores oficiales como Bustillos Carrillo (1959), Sarkisyanz (1995) y Sandoval y Mantilla (1994), las estatuas-estatuas dieron la pauta broncística a seguir para los encoñados de Clío. Sobre el ícono de la Revolución en Yucatán, Carrillo Puerto, Benjamin escribió que:
“Carrillo Puerto fue, tal vez, el revolucionario al que se le dedicaron más monumentos en la década de los años veinte. El primero, un busto sobre un pedestal elevado fue erigido en Tacuba (Distrito Federal) en 1925 y se convirtió en el punto de reunión simbólico para los manifestantes de los radicales durante la nueva administración callista. Obregón inauguró un monumento en Mérida, Yucatán, durante su campaña presidencial en la primavera de 1928, ‘un templo y monumento para unir por siempre al pueblo de la Península para defender el precioso legado que [Carrillo Puerto nos] transmitió con su sangre’. En 1932 el gobierno de Yucatán hizo la propuesta de construir, en anticipación del décimo aniversario del asesinato, uno de los monumentos más grandes de toda América Latina. ‘[El monumento] proclamará, por muchos años, que la obra de la Revolución y el esfuerzo de sus mártires no pasará inadvertido para las generaciones venideras. Por esta razón, el monumento que construiremos es de grandes dimensiones’. Un monumento de dimensiones considerablemente menores fue finalmente erigido” (Benjamin, 2009: 169-170).
Y algo interesante entre los monumentos levantados, las estatuas públicas y las pinturas en memoria de Carrillo Puerto, es que “indianizan” el semblante de este blanco de Motul con ojos verdes esmeraldas. El Estado yucateco postrevolucionario, podríamos decir que “mayanizó” a un hombre que no pertenecía, étnicamente, al segmento indígena del Yucatán de los primeros años del siglo XX: como todos los revolucionarios, Felipe Carrillo Puerto pertenecía a la clase media, y aunque hablaba el maya, no podemos decir que era ni mestizo.
El himno a Felipe Carrillo Puerto, aprendido por infantes yucatecos desde sus años de primaria, es un elemento broncístico, pero no historiográfico, y ni “cronístico”, con el que los gobiernos postrevolucionarios educaron a varias generaciones de yucatecos, y con el que le rindieron o le siguen rindiendo homenaje a un prócer que no sólo repartió tierras y creó leyes laborales y estuvo en sintonía con la defensa de los mayas de Yucatán, sino que también tuvo sus momentos de claroscuro, obsedido por la peste autoritaria:
Fue tu bandera la unión, tu escudo, la virtud.
Por eso el indio con fe, te tiene gratitud
Y la letrilla de marras no dejaba apología sin cabeza, no escatimaba metáforas para el gran “líder socialista”:
Felipe Carrillo, tu nombre es inmortal.
Y repite, por si a alguien le queda la duda sobre su condición olímpica: “Es inmortal”.
¿Y quién asegura la inmortalidad del “Dragón Rojo con ojos de Jade” de Motul? Nada menos que las aves canoras y “las florecillas del Rosal…”
Ex agrimensor zapatista allá en la región morelense, su lema, según el himno, era de “¡Tierra, tierra y libertad!” Y esas dos ciudades milenarias –Chichén y Uxmal- que hoy son todo menos ciudades para los mayas a causa del turismo, su “ausencia llorarán”.
Un resumen de su gobierno puede hacer mención, a grandes rasgos, del reparto de tierras, la creación de la Universidad del Sureste en 1922, la regulación laboral campesina (Carrillo Puerto no estuvo en buenos términos con el elemento obrero de Progreso o Mérida, y eso que era socialista, pero de la tendencia maoísta cuando el maoísmo estaba en pañales), el fijar salarios mínimos, el darle “orgullo étnico” a los campesinos mayas, el haber hecho leyes como la de Inquilinato o la ley de Divorcio. Todo eso estuvo bien, estoy convencido de que Felipe Carrillo Puerto hizo varias cosas insuperables todavía, pero no olvidemos un defecto importante de ese motuleño: no era demócrata, ejerció el poder con mano dura (todos los escorpiones son así), y según Gilbert Joseph, torturó y persiguió a sus rivales políticos. Además, era nepotista: a sus 13 hermanos les repartió su poder mediante cargos públicos. Elvia Carrillo Puerto, esa feminista de armas y belleza tomar, llegó a diputada y creadora de la liga feminista Rita Cetina Gutiérrez gracias a la venia de su hermano.
Cuando Gilbert Joseph escribió en su libro Revolución desde afuera (2010), que Carrillo Puerto torturó y, valido de la policía secreta comandada por su hermano “Wilo” Carrillo Puerto, realizó asesinatos y desapariciones de contrincantes políticos, no sabía que habría un azerbayano, don Manuel Sarkizyanz,[2] avecindado todavía en Yucatán, que “desmitificaría” al “desmitificador” de la Revolución desde afuera. En su libro, Joseph escribe que:
Contra lo que sostiene la mitología popular que presenta a Carrillo como un pacifista por naturaleza, imbuido de las cualidades gentiles propias de un mártir ejecutado en unión de 12 ‘discípulos’, las pruebas documentales revelan a un jefe pragmático que no retrocedía ante el uso de la violencia o el homicidio político para obtener el poder o mantenerse en él…por órdenes de Carrillo Puerro, la pequeña pero eficiente fuerza de policía secreta (Policía Judicial) de su hermano Wilfrido, trabajando en asociación con agentes locales, combatía el disentimiento por toda la región, en forma vioelenta y sistemática, aplastando al rival Partido Liberal Yucateco y su prensa conservadora, desbandando los partidos competidores en Campeche, y estableciendo el Partido Socialista del Sureste como el único partido de la península a fines de 1922. A fin de establecer un monopolio de la fuerza dentro de la región, lo que le permitiría implantar un programa socialista, Carrillo no vaciló en aterrorizar y torturar a sus oponentes (Joseph, 2010:235-236).
Esta señalización exacta y certera de la manera como ejercía el poder Carrillo Puerto, emparienta con la de los otros gobernadores radicales del Golfo de México para esos años, como Garrido Canabal en Tabasco, o Tejeda en Veracruz, y es la tónica acostumbrada de la política matona y balacera de esos años “revolucionarios”. Joseph no decía nada que no se pueda leer en La sombra del Caudillo: Carrillo Puerto era de esos hombres que no estaban para complacencias con el viejo régimen que se resistía a perecer para dar entrada a un México menos oligárquico pero, al final de cuentas, igual de desigual, capitalista, asimétrico e injusto a pesar de las revolucioncitas; y el contexto histórico de su acción política sería impensable que estuviese encaminado en el carril de la “civilidad” y las “buenas costumbres democráticas”.
Para esos años de la década de 1920, el México bronco era de los “caminos sin ley” como tal lo vio Graham Greene. Sin embargo, don Manuel Sarkisyanz, que en los noventa hizo la más sentimental biografía de Felipe Carrillo Puerto (rebasa en mucho a las biografías de Edmundo Bolio o de Castillo Torre, y tenía barruntos de New Age), mediante un suplemento a su libro Felipe Carrillo Puerto. Actuación y Muerte del apóstol “rojo” de los mayas, publicado por el Congreso de Yucatán en 1995, intentó componer el rumbo hagiográfico devastado por la profunda revisión documental y bibliográfica que Gilbert Joseph hiciera a fines de los 70 del siglo pasado y que fue concretizado en su libro Revolución desde afuera (publicado por vez primera en 1992 por el FCE, y reeditado en 2010). El suplemento se llamó “Felipe Carrillo Puerto, Mr. Gilbert Joseph, y la Asociación Norteamericana de Historiadores: Una desmitificación de un ‘desmitificador’”, publicado un año después de la biografía sentimental. En dicho suplemento, hay un texto del estalinista polemista profesor, Antonio Betancourt Pérez. Sin duda, el folleto dice mucho con esta síntesis de pensamiento carcelario que el fenecido Betancourt refiere:
“Detrás de estas afirmaciones –las de Joseph, obviamente-, y de la labor de zapa que puedan realizar autores, investigadores o intelectuales, está el afán de debilitar el orgullo y la unidad de un pueblo, de reducir a sus héroes, de minar sus elementos de unidad e identidad. La vida contemporánea nos da ejemplos clarísimos de la manera tan burda y tan interesada como se fabrican héroes o villanos, de acuerdo a los intereses de la ‘metrópoli imperial’ en todos los rincones del orbe. Baste recordar la atención brindada por el mundo a aquella caricatura africana: Idi Amín Dada. ¿Y qué decir de las patrañas divulgadas en torno a Nicolás Ceacescu? La Plaza Tianamen, el régimen de Fidel Castro, Chechenia y Bosnia, pudieran ser otros ejemplos de escenarios políticos ‘arreglados’ por la manipulación informativa”.
Me detengo hasta aquí porque no puedo seguir transcribiendo el pensamiento burdo de este connotado historiador meridano que no salía de sus anteojeras ideológicas: ¿Decir del brutal régimen totalitario de Ceacescu que eran puras “patrañas” de la “metrópoli imperial”, en algo benefició a la desmitificación del desmitificador Gilbert Joseph? La perspectiva histórica nos dice que no, y que Betancourt Pérez murió como vivió: entrampado en esa dialéctica homicida de los dogmáticos.
Mandó o no Felipe Carrillo Puerto a sus esbirros a torturar, la polémica que se presentó en aquel suplemento al libro de Sarkisyanz, giraba en torno a una fuente “única” de la supuesta tortura, la señalada, según Sarkisyanz, por el libro del conservador Álvaro Gamboa Ricalde, Yucatán desde 1910. Sin embargo, en la revisión documental que refiere Joseph, y que yo mismo he consultado (sobre todo periodística), los años socialistas (1918-1924)[3] están plagados de imputaciones a la forma despiadada con que solventaban sus frontales diferencias políticas tanto tirios como troyanos: socialistas de pueblo van contra los liberales del mismo pueblo (o del pueblo vecino y viceversa), y ambos son enemigos acérrimos y se comen y se reconcomen. Mediante el método indiciario, no puedo señalar el hecho de que Carrillo Puerto no se comportó distinto a lo que Enzensberger había señalado sobre el poder omnímodo, autoritario: “Entre asesinato y política existe una dependencia antigua, estrecha y oscura. Dicha dependencia se halla en los cimientos de todo poder, hasta ahora: ejerce el poder quien pude dar muerte a los súbditos. El gobernante es el superviviente”.
Carrillo Puerto ejerció el poder valiéndose, dice Joseph, de los caciques locales de los pueblos. No podemos ni siquiera pensar que ese poder fue tenue cuando, lo que se necesitaba, era justamente un poder que practicara seguidamente la violencia. Como un no demócrata, en Motul, Carrillo Puerto dejó como presidente municipal a otro hermano, le dio cargos hasta a su yerno, etc., hizo que sus poetas y literatos le compusieran versos y ditirambos a su “querida” gringa, la Peregrina.
Pero eso no es lo grave, lo grave fue que Carrillo Puerto haya ejercido el poder mediante caciques de pueblos (los Euan de Opichen, los de Muna, incluso Elías Rivero, de Peto) que contribuyeron al terror político en esos malhadados años “socialistas”: frenter al terror despótico de la antigua clase explotadora, ahora los pobres del campo harían lo mismo.
Claro que no podemos negar que Carrillo Puerto dio tierras a los campesinos, pero como no soy hagiógrafo de los grandes íconos que son parte del cementerio cívico del Priato (y en este sentido, tenemos que despolitizar al Carillo Puerto, para ciudadanizarlo y darle un nuevo rostro), no puedo rendir homenajes acríticos a un hombre que ni siquiera dijo, al momento de ser fusilado, la frase inventada por Edmundo Bolio (ver De la tumba al paredón) o José Castillo Torre (ver A la luz del relámpago) de “no abandonéis a mis indios”: como ha señalado Faulo Sánchez Novelo, al momento de ser fusilado, Carrillo Puerto no dijo palabra alguna, estaba callado, tal vez iniciando el diálogo eterno con la nada.
Podría decir, para terminar este texto, que el general Plutarco Elías Calles tomó nota del Partido Socialista de Yucatán, cómo era la estructura de poder de ese partido,[4] y cómo tejía sus redes mediante estructuras caciquiles en los pueblos de Yucatán, para en 1929 crear un superpartido a imagen y semejanza del nada socialista Partido Socialista de Yucatán: el PNR, abuelo del PRI, fue una calca mejorada y des-ideologizada del “partido de los socialistas” del Yucatán turbulento de la década de 1910 y 1920 del siglo pasado.
[1] Gilberto Avilez Tax, “Felipe Carrillo Puerto, desmitificando al cacique de Motul”. En http://mayapolitikon.com/felipe-carrillo-puerto-desmitificando-al-cacique-de-motul/ Este texto apareció originarialmente el 8 de noviembre de 2012 en mi blog anterior: http://gilbertoavilez.blogspot.mx/search?q=Felipe+Carrillo+Puerto
[2] Sobre don Manuel Sarkisyanz, véase mi texto “Palabras a la memoria de don Manuel Sarkizyanz (1920-2015), 3 de julio de 2015, en http://gilbertoavilez.blogspot.mx/2015/07/palabras-la-memoria-de-don-manuel.html
[3] Y no solamente socialistas, recordemos la matanza de Opichén de 1933, llevada a cabo bajo consigna del fementido Box Pato. Véase “Fidelio Quintal, el maestro que no calló la matanza de Opichén”, en http://noticaribe.com.mx/2016/02/11/fidelio-quintal-el-maestro-que-no-callo-la-matanza-de-opichen-por-gilberto-avilez-tax/
[4] Incluso en el estado de Guerrero, el General Adrián Castrejón, se sirvió del ejemplo histórico yucateco para el reparto agrario, crear un partido socialista y establecer ligas de resistencia. Cfr. Guillermina Baena Paz, “General Adrián Castrejón: un ensayo de institucionalización zapatista en Guerrero (1929-1933)”, en Luis Anaya Merchant et al, Personajes, ideas, voluntades. Políticos e intelectuales mexicanos en los años treinta, Miguel Ángel Porrúa, UAEM, pp. 127-146.