Una parte de la coalición gobernante, la que opera desde el Congreso, ha decidido que es hora de que el Auditor Superior del estado, Javier Zetina González, deje su cargo. La decisión tiene sentido, porque la permanencia del funcionario es una traba a la investigación del pasado reciente. Pero su salida, que debería ser lógica e inminente, es boicoteada o demorada por los mismos que más la necesitan. Paradojas de la alternancia.
Muchas de las voces políticas que rodean al Gobernador Carlos Joaquín, que son demasiadas, han frenado de uno u otro modo la salida de Javier Zetina, Javicho, para la clase política. El disperso entorno del gobernador (desde Miguel Ramos Martin Azueta hasta Juan de la Luz Enriquez) siempre ha encontrado algún motivo para demorar esa necesidad. Son tantas las idas y vueltas, que a veces es difícil identificar el objetivo final de la heterogénea sociedad política de este gobierno.
En el Congreso entendieron que les toca actuar, como ha sucedido otras veces. Han decidido que su próximo objetivo es Javier Zetina, más allá de lo que los operadores del gobernador digan. Ahora solo resta que se pongan de acuerdo en los modos.
Un aliado político se lo dijo claramente al gobernador: “No podemos permitir que Javier Zetina sea el que audite nuestras cuentas”. La venganza del Felixismo Borgismo podría comenzar ese día. El titular de la Auditoría es un fiel exponente de sus orígenes: nunca ha encontrado irregularidades en el desempeño del gobierno de Roberto Borge. Esa forma de ejercer su cargo es también su cruz.
El Congreso le va a exigir que explique a donde está el dinero que desapareció de la Comisión de Agua Potable y Alcantarillado. Son alrededor de 600 millones de pesos de un empréstito que se desviaron de la paraestatal hacia la Secretaría de Finanzas y Planeación durante el borgismo. La denuncia ya está hecha, pero la Auditoría, increíblemente, no ha encontrado irregularidades. O lo explica o se le finca mal desempeño de la función pública, dicen en el Congreso.
Otra fracción oficialista del Congreso, encabezada por el perredista Emiliano Ramos, propone que la salida del auditor se debe hacer de un manotazo, sin tantos remilgos. Están quienes prefieren un proceso gradual y jurídicamente irreprochable. “Si lo hacemos mal y lo restituyen, lo fortalecemos”, explican. En esas dudas está el Congreso. Al final nadie duda que se van a poner de acuerdo.
El escollo principal debería ser la advertencia de la fracción del PRI y aliados. Desde los primeros días de la nueva Legislatura dijeron que acompañarían en lo posible a la administración para darle gobernabilidad; pero el tema del Auditor no se discute, aclararon. Se entiende: el tricolor sabe que una catástrofe política lo espera si un auditor imparcial investiga sus últimos gobiernos.
Más allá de la advertencia del PRI, la realidad es que la permanencia en el cargo del Auditor es inexplicable. Durante su gestión, la aprobación de las cuentas públicas fue un trámite sin ningún rigor técnico, suficiente para que sea despedido. Sin embargo, increíblemente, sus aliados están en las entrañas de la propia coalición gobernante.
Cada vez que se quiere avanzar sobre el Auditor del estado, algún asesor del gobierno encuentra motivos para que no se haga. Como ya es una constante de esta administración, en ese momento surgen todas las dudas. ¿Realmente se va a cambiar algo? ¿O la nueva administración se siente cómoda manteniendo ciertos modos y formas de sus antecesores?
Volvemos al inicio de todo. Los nombres fuertes que rodean al gobernador (aún aquellos que hoy se proponen como la solución a algunos problemas, como en comunicación) provienen todos de lugares políticos muy cercanos a aquellos que hoy se quieren combatir. La solución y el problema, entonces, están demasiado cerca para identificarlas correctamente.
En ese contexto, el oficialismo en el Congreso va a intentar hacer lo evidente y lo obvio; que casi siempre es la mejor decisión de la política. Lo increíble es que han tomado una decisión, y no saben si los escollos van a surgir de la tropa enemiga o de la propia. O, porque no, de las dos juntas, aliadas.
Son las paradojas de un cambio que aún no se percibe del todo.