Ante el panorama escabroso que comienza a dibujarse en el mapa nacional derivado de la descomunal alza en el precio de la gasolina y el diésel además del impuesto complementario resultante de movimientos oscilatorios en los precios de los energéticos en el mercado mundial según el comunicado oficial, no podríamos hablar de la cuesta de enero, sino de la cuesta de esmero, por el sumo cuidado que tendrán que tener en especial las capas populares más desprotegidas para distribuir sus escasos recursos económicos por el impacto que tendría en sus bolsillos el alza generalizada de precios que conlleva una medida de esta envergadura.
Un acuerdo de esta naturaleza pega de golpe y de lleno en especial a los sectores más vulnerables sin que esto quiera decir que no afecte a toda la sociedad en su conjunto.
Pero habría que observar con claridad que son ellos mayormente los que padecen el encarecimiento de la vida y agudiza las peripecias que tienen que hacer para cumplir con el mínimo de bienestar en sus hogares, en tanto que los grupos paupérrimos a veces no tienen siquiera un pan para llevarse a la boca y esto lo encontramos especialmente en las zonas rurales y en algunas colonias populares y sobre todo en los asentamientos humanos irregulares.
Los grupos marginales como siempre, serían las víctimas principales de una probable inflación galopante, con riesgo de recesión, lo que podría configurar el espectro de la estanflación, es decir, la inflación sin crecimiento con todas las consecuencias para una nación debilitada económicamente y asediada por intereses tanto internos como externos.
De no existir las contenciones institucionales y el trabajo político necesario, se podría configurar una crisis moral, económica y política con riesgos de violencia enconada lo que ya comienza a manifestarse con actos vandálicos en gran parte de la geografía nacional, lo que le vendría como anillo al dedo al próximo presidente de los Estados Unidos al encontrar a un país doblado por sus problemas estructurales y no una nación en posición de fuerza para resistir las presiones del vecino del Norte que históricamente siempre han venido por mas y posiblemente peor con Trump que ha demostrado una particular inadversion por los mexicanos desde sus tiempos de show man.
Como antecedente histórico de lo que comenté, diría, que la espiral inflacionaria, o sea el aumento constante de los precios, se detonó con el agotamiento del modelo económico basado en la sustitución de importaciones y llamado Desarrollo Estabilizador que durante décadas logró un crecimiento sostenido del país del seis por ciento anualizado, además de contener a la inflación; fue la etapa del llamado milagro mexicano.
Durante el gobierno de don Miguel De la Madrid se implementó un modesto sucedáneo para paliar al menos el proceso inflacionario y lo denominaron Pacto para la Estabilidad y el Crecimiento Económico rebasado para estos tiempos, pero que al menos servía para concertar entre los factores que inciden en el universo de la producción y la productividad el freno a la escalada de precios de tal manera que cualquier petición de aumento o cualquier imponderable de carácter económico aun derivado del exterior, se discutía a saciedad hasta alcanzar el consenso necesario para autorizar, en dado caso, la elevación del precio de determinado producto, incluyendo los que estaban bajo el control del Estado mexicano.
En todo este proceso se repartía la responsabilidad entre los firmantes del Pacto y no como ahora que recae directamente en el Gobierno constituido al que se considera el único responsable aun cuando tuviera las justificaciones o cuando el panorama internacional no fuera propicio para la economía nacional.
Tal vez haría falta un instrumento como el Pacto con las modificaciones acordes a los nuevos tiempos que tuviera una vigilancia múltiple sobre el proceso inflacionario sobre todo en estos tiempos en que podría desatarse esta anomalía.
Por otra parte, sigue pendiente en gran medida el compromiso con los grandes núcleos populares habiendo funcionarios que los califican como prescindibles y ante la ausencia de grandes líderes como los de antaño, esta especie de orfandad institucional podría conducirlos a desconocer a las instituciones nacionales y actuar deshilvanados, sin metas comunes, llevados por el desencanto y la frustración, además de ser “carnita” fácil para los agitadores profesionales lo que podría sembrar un clima de anarquía que ya comienza a permear algunos sectores populares como lo demuestran los actos vandálicos que han perturbado la tranquilidad de importantes urbes de la República derivado de los últimos acontecimientos.
Habría que tener cuidado: una chispa mayor a la gasolina derramada y podría prender toda la pradera.
Todo lo anterior coadyuva para fertilizar el malestar general de un pueblo enconado que ya no cree en las justificaciones de su gobierno para tomar medidas que arrastran especialmente a las economía populares hacia el despeñadero y al que le resulta insultante la socialización de sus pasivos, sin una afectación equiparable a los que han acumulado colosales fortunas al cobijo del poder y que en momentos de crisis son insolidarios con el país resguardando sus cuantiosos recursos en el extranjero o moviendo sus influencias para permanecer intocables.
Ante los graves problemas que gravitan en nuestro entorno y siempre que se ha presentado una de las llamadas crisis recurrentes, una parte importante de la sociedad nacional piensa de la siguiente manera aunque para muchos parezca una vacilada: si se tomara la decisión de confiscar por parte del fisco las fortunas mal habidas y reducir sustancialmente el salario y las prebendas de los principales funcionarios de todo el orbe gubernamental y abatir sin miramientos el cáncer de la corrupción, sería un paso fundamental para el saneamiento y el superávit posterior de las finanzas públicas, en tanto que en lo político se recuperaría la credibilidad en el gobierno que no es cualquier cosa, amén del reconocimiento mundial que traería aparejado.
A una medida draconiana una resolución del mismo nivel. Vox populi vox Dei.
Sin embargo, y a pesar de todo, no debemos caer en el profundo pozo del pesimismo; México es mayor que sus problemas; hay que encontrar las respuestas de solución en forma colectiva y por diferentes avenidas; nuestro país no puede ser el escenario para reyertas estériles, luchas fratricidas o enconos entre hermanos y actos vandálicos que deforman el verdadero ser del mexicano y sobre todo porque la violencia genera más violencia y no deseamos vernos envueltos en una espiral de agresividad imparable lo que traería como consecuencia que transitemos sobre camino minado si las circunstancia obligaran a la autoridad a llevar a la realidad el viejo concepto que en un régimen de derecho es el Estado el que tiene el monopolio jurídico de la violencia es decir, el gobierno tiene la potestad legal para utilizar la fuerza pública en la medida que sea necesario para garantizar el restablecimiento del orden cuando este ha sido trasgredido en forma reiterada.
¡Para que llegar a esos extremos! Ante este difícil panorama que se nos está presentando, quizás se requiera de un nuevo arreglo nacional con la participación de los representantes idóneos dentro de nuestro universo plural. Una nueva alianza por México, sin prendas partidistas por antonomasia, en donde gobierno y sociedad adviertan con seriedad que el edificio no está muy seguro y hay que tomar las medidas pertinentes, lucidas y seguras, para apuntalarlo con ideas y acciones y espíritu nacionalista; una república restaurada como diría un clásico, que marche en consonancia con los nuevos tiempos en donde cada mexicano asuma plenamente su responsabilidad y entienda que el tiempo se nos acorta y que es la hora de las respuestas más inteligentes y consensadas a nuestros desafíos internos y de la suma a los grandes intereses de la nación ante las formidables acechanzas que provienen del exterior. Mientras tanto, debemos tomar plena conciencia que no debemos despertar al México bronco, sabia advertencia de don Jesús Reyes Heroles.