Un grupo de priistas le oyó decir a Joaquín Hendricks que los días de Raymundo King al frente del partido se terminarán irremediablemente en los próximos dos o tres meses, como plazo máximo. El ex gobernador ha dicho públicamente que ese hecho debe suceder. Ahora lo repite, con otro énfasis, en privado. Se ha reunido incluso con el propio interesado para explicarle que es solo una cuestión de tiempo su salida.

No se trata de buscar acuerdos de permanencia, ha dicho Hendricks, sino de recuperar el partido, ante una desbandada inminente de priistas a Morena o la posibilidad de que el Verde Ecologista se fagocite lo que queda del PRI.

Cada vez son más lo priistas que imaginan su destino en el partido de Andrés Manuel López Obrador, imbatible en elecciones federales en el estado. Es la salida elegante y potencialmente triunfal de un partido sin rumbo y sin liderazgo. La derrota electoral de junio pasado es todavía una herida que no se cierra en el tricolor.

Esa tentación de Morena es como una espada de Damocles sobre el PRI. Es en ese contexto que la permanencia de Raymundo King al frente del partido se convierte en un problema. El tricolor respeta casi todo en política, al menos en la forma de hacer política que ha diseñado y practicado, menos la derrota.

Joaquín Hendricks suele decir que es imposible rescatar al partido con los mismos nombres que lo llevaron a su primera derrota en el estado. El ex mandatario hace referencia a lo que él llama una “generación efímera” de funcionarios y dirigentes que pasaron y solo dejaron una estela de descrédito y corrupción en el partido. Nada de política.

Roberto Borge es apenas la cara más visible de un PRI frívolo, sin capacidad política, que no construyó nada a futuro. Del último sexenio, sobre todo, ha quedado una generación sub 40 con una riqueza insultante, y que hizo del PRI y su añejo nombre una tierra arrasada. No hay reconstrucción posible partiendo de esa debacle moral y política.

Pero la permanencia de Raymundo King tiene algunos padrinos, y el principal es el ex gobernador Félix González Canto. ¿Hasta cuándo podrá sostenerlo? Alguien que lo conoce mucho responde: “Félix aún está golpeado por lo que pasó. Pero es político y sabe que esto no puede seguir así”.

El que se aferra a su situación es el propio Raymundo King. Un dirigente opositor, conocedor de la situación que vive el priista por haberla vivido antes, le dijo unas semanas atrás que no dejara el cargo, que nada bueno vendría para él si se iba. “No me voy”, le dijo el diputado tricolor, “si me salgo me quedo sin nada”.

Eso parece ser hoy el PRI, la estrategia básica de agarrarse a algo que contenga al menos una breve cuota de poder y presupuesto. De aquel plan concebido por Félix González y avalado por Roberto Borge (quien luego intentó cambiarlo) de que la sucesión era para Mauricio Góngora y luego Fredy Marrufo, no ha quedado casi nada.

El destino suele regalar sus propias crueldades. Un priista de años recordaba: “La última posada del partido en Cancún la hizo un verde, Remberto Estrada, y al presidente del PRI, Raymundo, lo insultaron”. El monstruo del Partido Verde es otra amenaza que los priistas de viejo cuño no aceptan.

La embestida de Hendricks contra Félix para quedarse con el partido parece antinatural. El pasado viene a reconstruir el futuro. Hasta hace algunos pocos meses atrás, Hendricks era un político con poco crédito y ningún futuro. Hoy opera políticamente entre las cenizas de su otrora imbatible partido.

La corrupción, la desidia y la frivolidad de la “generación efímera” le devolvieron la ambición política que quizá ya se había resignado a perder.

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