Donald John Trump (Nueva York, 1946) inició este viernes su presidencia agitando el mismo populismo y el nacionalismo desacomplejado y agresivo que en menos de dos años le ha llevado de ser un estrafalario constructor y showman hasta la cúspide del poder mundial. En el discurso inaugural, momento solemne en el que los nuevos presidentes suelen lanzar un mensaje de unidad, Trump arremetió contra las élites de Washington, se postuló como representante de los perderdores de la globalización, y prometió colocar el eslogan ‘América primero’ en el centro de todas sus políticas.
“Los olvidados y olvidadas de nuestros país dejarán de estar olvidados”, dijo el republicano Trump, en un discurso de 15 minutos muy parecido a la versión más extrema de los que pronunciaba en la campaña electoral que le dio la victoria el 8 de noviembre ante la demócrata Hillary Clinton. “Nunca volveréis a ser ignorados”, dijo más tarde.
Rodeado de los máximos representantes del poder en Washington, entre ellos varios ex presidentes, congresistas y jueces del Tribunal Supremo, ante un público escaso comparado con otras ocasiones, Trump retrató EE UU como un país en un estado de crimen y caos, donde las élites se han enriquecido y han maquinado a espaldas del pueblo.
“Vamos a quitarle el poder a Washington y devolvéroslo a vosotros, el pueblo americano”, comenzó. “El 20 de enero de 2017 será recordado como el día en que el pueblo se convirtió de nuevo en el gobernante de la nación”. El mensaje del discurso era claro: Trump, convencido del éxito de su retórica y sus métodos, no cambiará como presidente.
Antes, al mediodía en punto, hora local, Trump puso la mano sobre dos ejemplares de la Biblia —uno que le regaló su madre y otro que perteneció a Abraham Lincoln, el presidente que liberó a los esclavos— y repitió las 35 palabras del juramento y se convirtió en el 45 presidente de EE UU.
A lo lejos, frente a él, en la semivacía explanada del National Mall los monumentos a los gigantes americanos: Lincoln, Washington, Martin Luther King, Jefferson, los líderes que sentaron las bases de una nación que, con reveses y nunca en línea recta, quiso proyectarse como un modelo de democracia, de apertura al mundo y diversidad.
En algunos momentos el discurso parecía inspirado en la retórica de Ronald Reagan, que en su primera inauguración dijo que había que resistir a la tentación de creer que “el gobierno por un grupo de élite es superior al gobierno por y para el pueblo”, y que “el gobierno no tiene otro poder que el que le concede el pueblo”.
Pero el tono de Trump era muy distinto, no optimista y confiado como el de Reagan, sino pesimista y apocalíptico. “Esta carnicería americana se detiene aquí y ahora”, dijo después de describir un país azotado por los cierres de fábricas, la educación deficiente y la plaga de las drogas.
Con Trump, la ola populista que golpea a ambas orillas del Atlántico se instala en el núcleo del poder mundial, la Casa Blanca. Las tensiones que la globalización y la robotización causan en las clases medias de los países desarrollados, unidas a un cambio demográfico acelerado que alienta los miedos entre los blancos de origen europeo, han impulsado este movimiento.
Fue un discurso nacionalista y con acentos autárquicos. “Hemos hecho ricos a otros países mientras la riqueza, la fuerza y la confianza en nuestro país desaparecía del horizonte”, dijo. “A partir de ahora, será ‘América primero’. Cada decisión que tomemos en comercio, impuestos, inmigración, asuntos exteriores se tomará en beneficio de los trabajadores americanos y de las familias americanas”.
El America first, o América primero, refleja el proteccionismo de la nueva administración pero también tiene resonancias pasadas. America first era el eslogan de los filonazis y antisemitas estadounidenses contrarios a la entrada de EE UU en la Segunda Guerra Mundial. La breve referencia en el discurso a las alianzas internacionales, que Trump ha cuestionado, la usó para decir que estas debían ampliarse y servir para “erradicar el terrorismo islámico radical completamente de la faz de la tierra”.
Trump llega a la Casa Blanca como el nuevo presidente más impopular en cuatro décadas, bajo el signo de la división social que él mismo atizó durante la campaña, y entre protestas en la calle y un boicot de decenas de congresistas del Partido Demócrata. Estados Unidos no lo recibe con entusiasmo. Su rival en las elecciones, Hillary Clinton, le sacó casi tres millones de votos de ventaja, y sólo ganó gracias al sistema de elección presidencial basado en la ponderación de voto por estados en vez en el voto popular absoluto. Desde que Richard Nixon juró por segunda vez el cargo en 1973 no se había visto una inauguración tan crispada como esta. Nixon acabó destituido un año y medio después.
El ritual del traspaso de poder es el momento más monárquico de una república que se fundó en rebelión contra la corona británica. La ceremonia que garantiza la continuidad pacífica de la democracia comenzó a primera hora de la mañana con los Trump saliendo de la Blair House, la residencia frente a la Casa Blanca donde tradicionalmente se alojan el presidente electo y su esposa la noche anterior a asumir el poder. De ahí se desplazaron a la vecina iglesia episcopaliana de San Juan, conocida como la iglesia de los presidentes. Y de ahí a la Casa Blanca para tomar un té con los Obama. Juntas, la familia que ha ocupado la residencia de los presidentes en los últimos ocho años y la que la reemplazará en los cuatro próximos se dirigieron al Capitolio para la ceremonia de investidura.
Trump quiere empezar la presidencia con medidas que hagan visible la ruptura, como la retirada del acuerdo comercial con 11 países de la cuenca del Pacífico y decretos que insten a construir el muro en la frontera con México o a revocar Obamacare, la ley sanitaria de Obama. En julio, cuando aceptó la nominación del Partido Republicano en la convención en Cleveland, prometió que el 20 de enero “se restaurará la seguridad” en Estados Unidos, y el 21 “los americanos finalmente se despertarán en un país en el que las leyes (…) se aplican”.
Con el discurso inaugural, el tiempo de la retórica ha terminado. De una vez empezará a desvelarse cómo gobernará el presidente Donald J. Trump. Acaba el tiempo de las palabras y de sus mensajes. Es la hora de los hechos. (Fuente: El País)