Las crisis internas y externas parecen haber generado una tormenta perfecta en el gobierno. La inseguridad y los bloqueos carreteros recurrentes, por un lado, y la dispersión de ideas y de acciones del equipo de gobierno, sumados a una deficiente comunicación política, han formado la primera encrucijada seria en la gestión de Carlos Joaquín González.
Vayamos por partes. Primero las crisis internas, que son al fin las más difíciles de resolver, porque inciden en la propia gestión de las crisis externas.
Las tensiones del gabinete de Carlos Joaquín han comenzado a pasarle facturas al propio gobierno. El encono entre alguno de sus principales colaboradores termina anulándolos y evitando que la administración muestre su mejor rostro. La situación tiene nombres propios. Juan de la Luz Enriquez y Miguel Ramón Martín Azueta, en su batalla sorda y tenaz. Francisco López Mena, instalado en un cargo en el cual aún no arranca.
Y, más abajo, la heterogénea alianza de gobierno, con el PAN, el PRD, y sectores del PRI, que parece cada día más dispersa y desanimada. Uno de los principales aliados del gobernador lo dijo días atrás, compungido: “La luna de miel con la gente ya no existe, se terminó demasiado rápido”.
La principal queja es siempre la misma: no saben cuáles son las señales del gobernador, quien lleva la voz cantante, a quién creerle en ese dispar mundo. Un hombre que conoce al gobernador hace muchos años dice: “Carlos es muy reservado; es su estilo”. ¿Puede sostenerse ese estilo siendo gobernador?. Quizá no sea posible, reconoce.
Las batallas de Juan de la Luz Enriquez y Miguel Ramón Martín Azueta son la comidilla diaria de la clase política. Pero ya no es sostenible esa guerra, reconocen en el entorno gubernamental. Es hora de que Francisco López Mena tome todo el control de la política interna, o que llegue otro político a la Secretaria de Gobierno a poner las cosas en orden. El problema es quién podría ocupar ese cargo. ¿Otro priista reciclado? Imposible, si no se quieren dejar jirones de credibilidad en el camino.
Lo ideal sería que los dos políticos enfrascados en sus batallas internas ocupen el lugar que deben ocupar. Juan de la Luz siempre será el asesor estrella del gobernador. Quizá, en ese sentido, es el hombre más importante en el entorno del mandatario estatal. Miguel Ramón es un gran operador político, muy útil para estos tiempos, pero que sin embargo se puede volver una complicación si sus ambiciones electorales le nublan la visión.
La situación es difícil, pero alguien ensaya una respuesta. Faltan un par de meses para los cambios y las decisiones de fondo, dice un político cercano a Carlos Joaquín. Aun se están pagando favores de una campaña que dejó demasiadas deudas políticas y económicas.
El otro aspecto interno que sigue sin funcionar es la comunicación. No se trata, como ya se ha dicho en este espacio, de un problema atribuible a la dirección de Comunicación Social. Es una cuestión de comunicación política. Tiene que haber un mensaje más estructurado, oportuno y directo, sobre todo en situaciones de crisis, como las ocurridas esta semana. La dirección de Comunicación Social es apenas el eslabón operativo de esa cadena. Pero si desde arriba no se cumplen las otras condiciones, no hay forma de solucionar los vacíos de información más abajo.
El gobierno no tiene, en los hechos, un vocero. Es entendible que luego de la nefasta experiencia de la vocería durante la gestión de Roberto Borge, que fue solo un cuarto de guerra para atacar periodistas y opositores, se quería alejar esa palabra del vocabulario oficial. Pero hace falta quien haga ese trabajo. Hasta ahora, los “refuerzos de lujo” que se sumaron no han demostrado ningún cambio de forma ni de fondo.
Esos errores quedaron de manifiesto estos días, cuando el gobierno vivió su peor semana. Los ataques ligados al crimen organizado contra el Blue Parrot en Playa del Carmen, y contra la Fiscalía en Cancún (una verdadera afrenta al estado) se convirtieron en un pandemonio de versiones y rumores en redes sociales que nadie supo cortar o encauzar.
Todos los medios del Sistema Quintanarroense de Comunicación Social brillaron por su ausencia. En ambos casos, pero sobre todo en Cancún, hubo largas horas de desinformación y falta de presencia del estado. En la era de las sociedades sobre informadas, en Quintana Roo hubo horas de silencio oficial.
No había aún terminado ese conflicto, cuando otro de grupo de campesinos, ahora en Bacalar, tomó las carreteras, en exigencia por un pago que quizá ni deberían recibir. El gobierno se encuentra maniatado para resolver ese conflicto, que nunca tendrá respuestas positivas, haga lo que haga. Seguramente lo saben los que instigan el conflicto aprovechándose de las demandas campesinas. Quieren obligar a la reprensión o la claudicación ante cualquier demanda, justa o no. Hasta hoy lo han logrado.
Nadie pensó que sería fácil gobernar Quintana Roo en el estado calamitoso en que lo dejaron las últimas administraciones estatales. Pero quizá llegó la hora de hacer una primera revisión profunda sobre las cosas que no están marchando.