No podía ser de otra manera: la cancelación por parte del presidente Peña Nieto de la reunión con su homólogo norteamericano responde a los principios fundamentales de la diplomacia mexicana además que se adhiere a una solicitud masiva del pueblo mexicano para no caer en posturas humillantes lesivas a la dignidad nacional.

La actitud soberbia y denigrante para nuestro país de parte de Mr. Trump, va más allá de lo soportable de tal modo que no merece la mínima consideración por parte del Gobierno de la República y del pueblo de México que es reacio a toda forma que no corresponda al derecho internacional y que formen parte del más elemental troglodicismo político y diplomático.

El enfermizo empeño del mandatario norteamericano en la construcción de una barrera protectora supuestamente para proteger la espalda de su país de infiltraciones humanas peligrosas para su seguridad nacional y para su economía y el hecho que sea el pueblo de México el que pague por esta iniciativa que rebasa los límites de la cordura, es una bofetada al águila mexicana y hoya los principios fundamentales de la política exterior mexicana y los tratados internacionales más elementales de convivencia pacífica y civilizada.

Con la erección de un muro en la frontera entre los dos países se está rompiendo simbólicamente con la relación bilateral al tratar de imponerle a México un esperpento de cemento que conlleva a recordar el muro de Berlín tan criticado por la diplomacia norteamericana por dividir al pueblo alemán en función de arbitrariedades ideológicas pero más que nada por temor a la unificación alemana; ahora este, es una bofetada en viernes santo como dirían mis abuelos; una idea loca y descabellada con el consabido que lo deben pagar los mexicanos.

Según el obtuso y deformado criterio de Trump, esta aberrante disposición unilateral frenará de golpe la inmigración nociva proveniente de la delincuencia organizada, la terrorista y los “mojados quita empleos”, sin saber cómo distinguir a buenos y malos, y sin tomar en cuenta que el bracerismo mexicano ha sido un componente esencial para la economía norteamericana contribuyendo en alto grado para su fortalecimiento estructural como es aceptado por influyentes asociaciones norteamericanas tanto políticas como civiles y hasta religiosas, en tanto que la delincuencial fluye de uno a otro lado.

La reducida óptica de Trump, no logra distinguir que no son los mexicanos los que desplazan a los norteamericanos en el universo laboral al quedarse con un buen número de empleos bien pagados; es la robótica que están utilizando una cantidad significativa de instalaciones fabriles, que hacen el trabajo de varios obreros en menor tiempo y con mejor calidad.

Es la nueva tecnología que está cobrando un auge inusitado en los Estados Unidos alumbrando una nueva era industrial en que la participación humana, desafortunadamente, será escasa y en donde tendrán prioridad los técnicos altamente calificados que son en un buen numero mexicanos. Ahora que el “mojado” y hasta el mexicano residente, hacen la “talacha” que no acostumbran hacer los ciudadanos norteamericanos pero con un sueldo menor al que ganaría un obrero oriundo de ese país.

En cuanto a la incursión de la tecnología de punta que es la verdadera gestadora del verdadero problema por el desplazamiento de obreros con sueldos extraordinarios, ojalá que Trump no lo observe como una amenaza a la seguridad nacional y ordene una masiva deportación de los jóvenes robots que están a la orden del día dentro de la industria norteamericana o cancele sus “visas” por ser un peligro para la nación.

El muro de la ignominia, la revisión al Tratado de Libre Comercio y la deportación de miles de connacionales, según los maquiavélicos planes de Trump, ahondan las diferencias con el tercer socio comercial norteamericano y reviven viejas heridas, no cicatrizadas del todo, que pudieran sangrar en cualquier momento de proseguir el trato déspota y humillante del nuevo presidente norteamericano, cuya animadversion y fobias contra los mexicanos podrían tener otros orígenes, pero que está provocando una reacción en cadena en donde se suman miles de norteamericanos que antaño sentían cierta simpatía por el pueblo de México al que ahora califican como el enemigo a vencer.

Por otra parte, cabe la posibilidad que sea una estrategia demoniaca que pudiera servirle al mandatario estadounidense para implementar una política de miedo que paralice o cause estupefacción entre los amigos y los enemigos de Norteamérica para ir tomando nuevas bases sin hacer concesiones o disparar un solo tiro, utilizando a nuestro país como conejillo de indias para mandar al mundo su mensaje para que sepan a lo que le tiran.

Ahí está el caso de Canadá que se atemoriza ante las primeras vociferaciones. En tanto si son pera o son manzanas, la unidad nacional vuelve a ser un imperativo de primer orden como lo fue en el siglo diez y nueve ante el acecho constante de las potencias europeas y de los propios americanos que en una guerra desigual, por su poderío económico y militar, nos arrebataron más de la mitad de nuestro territorio. Hoy más que nunca estrechemos nuestros lazos solidarios y que el sentimiento de Patria vuelva a vibrar en nuestros corazones.

México vivirá porque está más allá de sus problemas y porque el espíritu del benemérito con su apotegma universal nos vuelve a señalar: QUE ENTRE LOS HOMBRES COMO ENTRE LAS NACIONES EL RESPETO AL DERECHO AJENO ES LA PAZ.

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