Desde el inicio de la administración estatal, una duda sobrevuela cada acción o inacción del gobierno. La duda es si el cambio prometido en campaña es real, o se trató de una mera estrategia electoral, inevitable y efectiva, ante los estragos evidentes del gobierno de Roberto Borge.

Ya se ha dicho y se ha visto: este gobierno no llegó al poder acompañado de un cúmulo de proyectos de ley o decisiones ejecutivas que apunten a cambiar las bases del funcionamiento del estado. Se habla más de eficacia, competitividad, e igualdad, que de un estado nuevo, moderno e innovador. Esos conceptos no están peleados entre sí, más bien se complementan, pero algunos de ellos se han oído mencionar muy poco.

La presentación del Plan Estatal de Desarrollo (PED) es un ejemplo de ello. En sus más de 400 páginas casi no se advierte, o no existe, la idea de un proyecto que cambie de raíz un sistema anquilosado, deficiente y antiguo.

El camino es el mismo que se venía recorriendo, solo hay que ajustar los errores, parece decir el PED. La matriz de todo apunta a trabajar por una gestión eficaz, ordenada y transparente, y, fundamentalmente, a reducir las desigualdades. Es encomiable la tarea; y urgente. Pero quizá la idea de un cambio vaya más allá de arreglar lo que está mal y pensar solo en gestionar la crisis hacia una normalidad que se perdió en los últimos años.

El mundo se mueve rápidamente y Quintana Roo es un estado inquieto. Personas de todos los estados de la República y de cientos de nacionalidades confluyen aquí, generando las condiciones objetivas para la innovación, para acercarse al futuro, para pensar en grande.

Sin embargo, el gobierno parece estar cómodo con lo que hay. ¿Realmente la educación, la salud, o la impartición de justicia, no requieren un cambio de fondo, radical, que los acerque a los nuevos tiempos? ¿El desarrollo social y de las comunidades rurales no tienen otro camino que la dádiva, la agricultura o el turismo? ¿No puede el estado convertirse en un centro de innovación tecnológica, cuando cuenta con un sistema de conectividad de primer mundo? ¿No se puede pensar en un futuro distinto a más hoteles y servicios turísticos?

Una suerte de añejo “destino manifiesto” (el de proveedor de servicios turísticos) se desprende de esas páginas. Aunque el propio documento se queje de la situación, parece que no quiere otra cosa que sostener la vocación productiva del estado, aún con los riesgos que conlleva.

Hay que aclarar algo, sin embargo. Cuando se habla de continuidad tiene que ver con una visión del estado y del gobierno, que se parece mucho a lo que viene funcionando, bien o mal, desde hace muchos años. No tiene nada que ver, por supuesto, con un continuismo de los excesos del gobierno anterior.

En Quintana Roo, hoy, existe libertad de expresión y de prensa; no hay persecuciones por pensar diferente, ni se ha detectado, al menos hasta el momento, una aceitada maquinaria de corrupción destinada a saquear el dinero y el patrimonio público, como sucedió hace muy poco. Desde ese punto de vista, el cambio es innegable.

Además, durante la presentación del PED, Carlos Joaquín habló durante horas y contestó las preguntas que se le hicieron. No es un dato menor. Después de muchos años, un gobernador pudo articular mucho más que un par de frases hechas y promesas sin sentido. Defendió una visión del gobierno y del estado, que tiene todo el derecho a implementar, porque las urnas así lo decidieron.

La duda es si esa visión es tan distinta a lo que ya existía. O se trata apenas de la corrección de la ineficacia, la corrupción y la barbarie, para retomar un camino que quizá, a esta altura de la historia, solo conduce a la inalcanzable idea de un cómodo y paradisiaco pasado.

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