El otro día, platicando con el “siete veces internacional”, el Dr. JCC, se me ocurrieron unos apuntes de trabajo para analizar una figura imprescindible de la historia peninsular, propiamente, de la historia del pueblo maya de la Península: los gabacheros, esa especie de neoconquistadores autóctonos , que en sus objetivos primeros de vida, está el de tratar de hacer revancha, cinco siglos después, al trago amargo de la conquista de América ante una Europa conquistadora. Un gabachero (aunque existan, desde luego, mujeres gabacheras), resume a la perfección la situación neocolonial de los pueblos de “Nuestra América”.
Si hace cinco siglos, la América indígena fue conquistada no sólo militar sino hasta biológicamente, los gabacheros actuales, cuales nuevos guerreros mayas, buscan, con insistencia afiebrada, por las calles y tugurios de Mérida, o por las playas ardientes de Cancún, la llegada semanal de las hijas de Colón, o de las rubicundas hijas del yanqui.
Pero, ¿qué es lo que entendemos por gabachero? A grandes rasgos, podemos referir que los gabacheros son los “aborígenes americanos” cuya costumbre es ligar extranjeras: gringas, europeas, españolas calentonas en busca de su Cuauhtémoc rompe hamacas, rusas comunistas, eslavas vampíricas, o teutonas de temblorosas caderas. Pero por gabacheros, desde luego, no me refiero a los “dzulitos” del pueblo, o a los hijos de la Casta divina o beduina acostumbrados a correr la legua con gringas de grandes caderámenes. No. El gabachero es un tipo característico de la laja peninsular, y su sex appeal es directamente proporcional a mientras más “mexicano”, más cobrizo y de piel bronceada se presente ante el ojo de la gabacha enamorada de lo exótico, de la alteridad salvaje, de la otredad repleta de semántica amorosa.
El gabachero, ante los ojos de la “peregrina del semblante encantador”, ocupa la primera escala, la escala folk del continuun amoroso: el amor salvaje, no urbano, folk, no de tundra o bosque templado, el amor tropical, el amor aborigen, pueblan las soledades etílicas de la neoyorquina visitando el Caribe mexicano. Y aquí podemos decir, que uno de los grandes gabacheros con que cuenta la historia revolucionaria de Yucatán, fue el socialista gobernador yucateco Felipe Carrillo Puerto, enamorado hasta la desesperación por su Alma Reed, la gringuita a la que le decía que no se olvide de su tierra, no se olvide de su amor.
En el Mayan Pub, en la Mezcalera, en cualquier tugurio “cultural” y “postmoderno” de Mérida, ahí los encuentras a esa especie conquistadora con la gringa amaestrada por tanta cultura mesoamericana: como salido de una hacienda henequenera, el gabachero, vestido de manta cruda, huaraches y pespunteado el cuello con soguillas de su gentilidad, chupa con la gringa hasta morir, al mismo tiempo que fuma mota hasta hablar en lenguas incomprensibles.
En una descripción un poco inexacta del gabachero, Tryno Maldonado, escribió lo siguiente de este personaje que es fácil de conocer y toparse con él en las calles de Mérida, no sólo en las playas del trópico:
“Los gabacheros eran casi por norma jóvenes de labia fácil y carisma imantado, con el radar puesto en las turistas extranjeras. Sobre todo, gringas y europeas. El cabello del color del ala de un cuervo, recogido en una coleta como guerrero azteca, tes de bronce, ropa de manta y huarache, conformaban el anzuelo infalible para que el turismo revolucionario del primer mundo creyese haber encontrado en alguno de ellos al último portador de la sangre real de Cuauhtémoc”.
¿Qué busca el gabachero cuando decide su destino de dejar a las mujeres de su tribu, y practicar el intercambio intercontinental y civilizatorio de hembras? Todo se resume a una razón práctica, a una elección racional:
“Lo peor de las suertes que un gabachero podía correr, era que su conquista se ocupara de todos sus gastos durante apenas unas pocas semanas a cambio de sexo intercontinental. Para luego, satisfechos los intereses de ambas partes, deshacerse de él. En el mejor de los casos, no obstante, una vida resuelta y holgada, colmada de los beneficios asépticos del Estado de Bienestar en el primer mundo, era lo que le aguardaba en su brillante futuro al gabachero con más fortuna”.
Pero si bien la característica física del gabachero, estriba en el color moreno de su piel, podemos apuntar que, la mayoría de ellos, tienen como oficios la venta de chucherías (soguillas, pulseritas y otros abalorios), en las calles de ciudades coloniales o en las playas, aunque algunos son vendedores de churros y otros productos ilegales, pero no se descarte a gabacheros con estudios de postgrado, como mi buen amigo, Juan Carrillo, un gabachero que solo podía convivir con moscovitas. Podría extender estos apuntes primeros sobre la teoría del gabachero, pero basta con estos leves párrafos.