¿Y fue por esta bahía de aguas calmosas y enanas 

que don Othón vino a fundar nuestra ciudad? 

Iría perezoso ese pontón gordito 

tirando pedos a los caimanes del Hondo. 

Hicieron un rancho, 

y al mes teníamos nuestras “casitas”, 

en el primer crepúsculo de barro 

bajaron las familias 

lloraron los viejos, recordando a Bacalar. 

Al año el Barrio Bravo  

alistaba sus querellas 

y en un picado al mangle eterno surgió nuestra avenida

la Héroes, la de mis odios matutinos y mis amores vespertinos. 

Al rato tendríamos las charcas, a las mulatas, a los chicleros 

y a Sarabia con Conquistador del cielo 

 espantando la duermevela de los saraguatos cercanos a la bahía,

            mientras Pedro Infante enamoraba a todas las de buen y mal ver 
       
           de estos charcos palustres del Territorio.

En la primera media luna de esta historia verdadera

los turcos llegaron a los mangles pregonando sus porquerías. 

          Y esta ciudad, mi ciudad, mí única ciudad, la última de todas,
           
          con sus curvatos donde tomé el agua de lluvia del olvido y del recuerdo juntas,
        
          crecía a contra esquina de una guerra sin fin con Santa Cruz,

          y entre el óxido del zapote y el resplandor de la madera,

         las mujeres comenzaron a parir payoobispenses, 
          
           y otros muchos, muchos más, vendrían luego 
     
         a buscar un pedazo de patria extraviada en el destino. 

A mi se me hace cuento lo de la existencia de Payo Obispo, 

tal vez sea un embeleco fraguado por el recuerdo del apátrida.

(Extracto de un poema de un ex poeta formado en Chetumal, cuyos versos han desaparecido para siempre).

En su célebre poema sobre la fundación mítica de Buenos Aires, el inmortal Borges se preguntaba que si fue por un río de sueñera y de barro que las proas vinieron a fundar esa ciudad. Los hombres de Juan Díaz, en aquel tiempo inmemorial donde se recorrían mares contados en lunas, “Prendieron unos ranchos trémulos en la costa” y “durmieron extrañados”. Este poema de Borges me pareció interesante cuando leí, hace siglos ya, la fundación, no mítica, sino guerrera, del antiguo Payo Obispo (hoy Chetumal). Creo que leía, en ese lejano tiempo, con estupor el magnífico trabajo que realizó Luz del Carmen Vallarta Vélez sobre los yucatecos -y no yucatecos, ya que los pueblos al norte de Belice eran una sociedad multiétnica- que formarían la identidad payobispense al término de la guerra de castas en 1901, pero lo cierto fue que, años después, construyendo afiebradamente el capítulo último de una tesis doctoral, he apuntado lo siguiente sobre la fundación guerrera de Payo Obispo:
El Pontón Chetumal, remolcado desde los astilleros de Nueva Orleans de la casa Zuvich por el vapor Stamford, arribaría el 22 de enero de 1898, a las riberas mexicanas donde desemboca el Río Hondo, trayendo una tripulación de 13 hombres dirigidos por el teniente 2º, Othón Pompeyo Blanco, y a los pocos días, un desmonte de la selva cercana a la playa en la bahía de Chetumal, marcaría la fundación de la ciudad de Payo Obispo el 5 de mayo de 1898. El Pontón Chetumal, una barcaza “gorda, rechoncha, con un solo mástil que sostenía una cofa mal armada para la vigía y tenía el puente protegido por un baluarte, cañoneras y una ametralladora,” serviría como aduana flotante y nave artillada para repeler posibles ataques de los rebeldes.

Fuente: Avatares de una región de frontera. Peto. 1840-1940. Tesis doctoral en proceso.

Comentarios en Facebook