Había leído a través de las páginas de Facebook, la inconformidad de varios sectores locales incluyendo algunas gentes de otras regiones de la entidad, que no observan con agrado en especial “ciertos nombres”, sin que esto tenga algo que ver con los mandatarios que en su tiempo y en su momento cumplieron a cabalidad con la responsabilidad histórica que el pueblo depositó en sus manos a los cuales reconocen.
Estoy de acuerdo con ello. Inclusive mi amigo Chinto Chimal realizó una encuesta por este medio, en donde trasluce la incomodidad de cientos de ciudadanos molestos por la “perpetuación” de algunos nombres en el máximo símbolo de la ciudad capital.
Algunos de plano no desean la permanencia de ninguno, no obstante los méritos que tuvieran, por considerar que es un lugar especial dedicado a nuestra insignia nacional y a los hombres y mujeres que nos legaron una patria limpia y generosa.
Quiero creer que esta falaz iniciativa fue producida por algún lisonjero oficioso que pensaba que era una forma de congraciarse con el gobernador Borge Angulo a través de una mayúscula adulación sin reparar, o haciendo caso omiso, de la reacción contraria de la sociedad.
El rechazo es casi generalizado. Se aduce que los nombres de los héroes que nos dieron Patria y Libertad permanecen en los costados o atrás de la esbelta construcción y que hay nombres que no tienen la menor justificación para estar cerca de los prohombres nacionales, y en un lado preferencial, cuando lo más probable es que pudieran esperar el juicio severo de la historia.
Si nos volcamos hacia el pasado, de alguna manera encontramos cierto paralelismo con este hecho, toda proporción guardada, en razón que el obelisco es un altar cívico levantado a nuestro lábaro patrio y a los héroes nacionales, pero la similitud radica en la costumbre que había en la mayoría de los gobernadores, a escala nacional, de imponer el nombre del Presidente en turno a alguna obra de consideración que mereciera que el propio primer mandatario de la nación la inaugurara y con ello aumentar sus bonos políticos, jugando con la vanidad del hombre más poderoso del país.
No faltaba el orador que señalaba, palabras más palabras menos: “fue el pueblo que consideró hacerle este justo homenaje a un ciudadano ejemplar cuyo paso a la historia estaba plenamente garantizado”. Así se le pusieron nombres a carreteras, poblados, avenidas, escuelas etc., y en algunos casos sin ninguna justificación que no fuera la política, como lo fue con don Manuel Ávila Camacho, el llamado presidente caballero, que hundió al entonces territorio federal en la negra noche del ramirismo escatimando los apoyos federales y sin embargo había un cinema teatro en Chetumal (en ruinas ahora) que en lugar de llevar el nombre de un artista o compositor reconocido, se le impuso el nombre del extinto mandatario, lo mismo que a un poblado y algunas escuelas, todo por el hecho de la particular iniciativa del gobernante en turno, don Margarito Ramírez, de significarse aunque fuera a larga distancia, con el coordinador de los destinos nacionales.
Estimo, salvo la mejor opinión de mis paisanos, que si se reconstruyera ese recinto de tantos gratos recuerdos para los chetumaleños, debería llevar el nombre de Don Carlos Gómez Barrera el ilustre quintanarroense compositor de la leyenda de Chetumal y de tantas bellas melodías románticas que le dieron la vuelta al mundo como “Tú eres mi destino” que fue el tema musical de la película versada sobre la vida de Cantinflas.
Pero volviendo al tema que nos ocupa, hay que añadir que algunos presidentes municipales hacían lo propio con el nombre del gobernador en turno siendo ello, por lo visto, una forma de hacer política, que tuvo gran relevancia en la etapa en que me tocó estar en el activo una pequeña parte siendo Quintana Roo territorio federal y después como Estado, sin que nadie de la clase política primigenia estuviera en desacuerdo por considerarlo como algo natural que se daba en aquellos tiempos en donde había obras a granel en todos los niveles, que de alguna manera justificaban que les pusieran los gobernantes el nombre que les viniera en gana. En alguna medida estábamos equivocados, aunque era muy difícil contradecir a un gobernador en esa etapa de tanta institucionalidad y respeto absoluto a los gobernadores de la entidad.
En algunas ocasiones la población protestó por el nombre que se la daba a determinada calle o avenida por considerar que el destinatario de tamaño elogio no era conocido por alguna obra en favor de la entidad y que se trataba de un ilustre desconocido o que no lo merecía.
Así sucedió con el tumulto que se armó al imponerle a una colonia popular el nombre de don Fidel Velázquez, o cuando se suscitó el cambio de nombre a una de las calles principales de la ciudad a quien se le impuso Carmen Ochoa de Merino, la esposa del Ing. Aarón Merino Fernández, gobernador del territorio en los comienzos de los años sesenta, por considerar que la virtuosa dama, fallecida en los tiempos del ejercicio político de su esposo, no había realizado nada relevante que la hiciera acreedora a esa alta distinción.
En este caso la protesta fue silenciosa.
Habría que recordar que en los tiempos del Gral. Rafael E Melgar, todas las poblaciones o calles con nombres de santos fueron suplidos con el nombre de algún héroe nacional o local, como fue el caso de Payo Obispo que se cambió por el de Chetumal derivación del cacicazgo maya llamado Chactemal o Santa Elena por Sub Teniente López y así por el estilo en todo el territorio federal en donde se impuso un santoral laico que en algunos casos, como el de Payo Obispo, fue impugnado por un segmento importante de la población.
También la sociedad capitalina no estuvo de acuerdo con el retiro de las efigies de algunos héroes nacionales en la principal arteria de la ciudad ni con la primera modificación del Parque Hidalgo tan entrañable para los chetumaleños.
Sin perder el hilo conductor, recuerdo cuando mi amigo Pepe Irabién, siguiendo la costumbre y de muy buena fe, siendo Presidente Municipal de Benito Juárez, trató de ponerle el nombre de una tía del entonces gobernador Pedro Joaquín a una escuela, un parque o algo por el estilo por considerarla merecedora de esa recompensa social; el ejecutivo, al conocer la generosa iniciativa de su amigo personal, le envió una carta en donde en buenos términos reconocía que su tía había sido una mexicana virtuosa digna de toda admiración pero que consideraba que su tarea había estado constreñida a la esfera familiar y social por lo que agradecía el bello gesto pero sugería, en forma respetuosa, se pasara por alto la iniciativa. Un garbanzo de a libra.
Volviendo a los nombres de los ex gobernadores cuyos nombres están inscritos con letras de bronce en el Obelisco de la Explanada de la Bandera sin que a la mayoría se les consultara, quizás fuera oportuno una amplia consulta popular para definir si se quedan o no aunque en este último caso pagarían justos por pecadores en dado caso de llevarse a cabo, en donde convendría pulsar también el parecer de la mayoría de los ex mandatarios lo que podría coadyuvar para la construcción de un probable consenso integral guardando además la debida cortesía.
Si las circunstancias no impidieran un arreglo terso que propiciara una respuesta favorable, salvo la mejor opinión de la sociedad chetumaleña, tal vez el nombre de los municipios del Estado sea lo más atinado para inscribir en el esbelto monumento centinela dedicado al Lábaro Patrio y el que apuntala la geografía nacional donde comienza México y el de más alta significación para la capital del Estado. Servidos, amigos míos.