IX

Lo mismo… y sin embargo distinto

Muchachas en la calle. Caminan, van, vienen, andan a las carreras, a como se puede por el empedrado usual en tanta calle, callejón, andador y senderos de San Miguel Allende. Para ellas quién sabe si es exactamente fácil recorrerlos, pero hacen su gala de equilibrio y gracia ya sea con botas, calzado bajo o tenis. Lo más brillante es su discreción, el vaivén de la negra cabellera al aire, el cómodo recato de una sólida trenza de ébano.

A semejanza de las mujeres de Playa y las mayas, cuando están jovencitas son esbeltas, poseen el mismo talle, la delgadez natural, una coquetería innata y a lo mejor por acá son un poquito más altas; será por su herencia guamáre, su linaje entre el desierto y el verdor. El caderaje es semejante por voluptuoso y de nuevo discreto. Su busto es variado, hay de todo tamaño y talla pero siempre tiende hacia el cielo.

Uno ha llegado a preguntar: ¿Y tú eres niña, muchacha, jovencita, señorita, joven, mujercita o cómo digo? La respuesta siempre es antecedida por un extenso prólogo o declaración de principios. Cuando ya se animan a expresarse sin eso, uno ha oído versiones interesantes: Qué te importa… Yo soy morra… Soy libre porque soy única.

Allá y acá abundan las embarazadas o con hijos desde los quince, 16, 17…

Cuánto más quisiera uno escribir sobre ellas, pero hoy no hay más, sólo unas imágenes robadas a la WWW…  

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