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2000 km entre Guanajuato y Quintana Roo, aún hoy se consideran una distancia larga. Hace mil 300 años llevaría semanas recorrerlos, meses. ¿Cuáles vínculos o contactos pudo haber habido entre ambas regiones? Los hay ciertamente. Conviene empezar por el Principio, el maya, en su latitud oriental, ahí donde hace 14 milenios la Gente Nómada ya caminaba Zama Tulúm.

Los primeros asentamientos mayas en la Costa Oriental, actual Quintana Roo, iniciarían hacia 500 aC. Desde el siglo III de nuestra era, algunos núcleos urbanos lograron niveles “clásicos”; hacia el siglo VI hubo instantes trascendentales en Cobá (la Tollan de la costa maya), y otras urbes más al sur, como Oxtankáh.

Según Jan de Vos, la principal causa para que los grandes reinos mesoamericanos cayeran casi en efecto dominó (700 de nuestra era), se debió a invasiones continuas de pueblos guerreros del extremo norte de la Gran Chichimeca, gente de arco y flecha pero de los desiertos más duros. Ahí empezaría otra relación masiva entre ambas regiones.

Otros estudios sugieren trastornos, sequías o terremotos que orillaron a muchos pueblos a huir, desplazarse contra su voluntad. Algunos se aprovechaban de quienes no padecían tanto, como la rica Mesoamérica. Al caer Teotihuacan, Monte Albán, Palenque, Uxmal, Calakmul, Tikal y otras capitales clásicas, se detuvieron como núcleos generadores de aquel macro-proceso amerindio. Los creadores de la era del quinto sol, aquella dinámica gente hecha de maíz con divinidades abstractas y reales, desaparecieron. Y rápidamente fueron sustituidos.

En la Costa Oriental maya el desvanecimiento de las casas reales y sus grandes cultos en Cobá, Dzibanchéh y Kohunlich, quizá se debió más al resquebrajamiento de las redes y rutas comerciales, que a invasiones y guerras que sí talaron al resto de Mesoamérica, lo cual no minimiza el desastre de perder un mundo, una época, un modo de vida. Sin embargo, los pueblos del postclásico maya en la costa Caribe volverían a poblarse, resurgirían fusionados con otras naciones, algunas provenientes de la Gran Chichimeca.

Hacia 830 de nuestra era, de nuevo se activaron migraciones y pueblos guerreros en expansión, tanto en Aridoamérica como en el Golfo de México. Tales movimientos llegaron por completo a la Costa Oriental por mar y tierra, se internaron en la selva maya vía Xamán Há (Playa del Carmen) y Polé (Xcaret). Un evento muy sonado de aquel tiempo fue cuando al antiguo santuario de Chi Chén se le sumó el patronímico Itzá.

Esas oleadas tenían una fuerte influencia tolteca, cultura que fusionaba las herencias chichimecas y nahuas desde Tula Xicocotitlan, actual Hidalgo; las orquestaba un singular pueblo maya, los itzá, que ahí dejaron su sello: el gran director que cuadradamente recostado hace abdominales se llama Chac Mool.

Esos mayas legendarios tenían lengua propia, eran destacados viajeros y exploradores, habían ido y venido varias veces por Mesoamérica, tal vez seguían las pautas olmecas; eran sumamente místicos, ahora adoraban dioses prácticos para la lluvia, la guerra, el comercio; portaban su abstracta versión de Quetzalcóatl, el milenario dragón emplumado del conocimiento, ahora un Kukulkán militarizado, además bien cuate de Tezcatlipoca, dios del chanchullo; era “la fórmula” que desplazaba al seco Yum Cha’ak.

Junto a pueblos de lenguas norteñas desde Tula a Paquimé, los itzá-putunes regresaron a Quintana Roo, sureste maya donde sale su primer sol, para sembrar grandes reinos; se darán en Ekab, Tankáh-Tulúm, Cozumel, Xel Há, Polé, Chacchoben, Bacalar y Chactemal. Será el siguiente esplendor maya, estilo Costa Oriental, a lo largo de seis siglos hasta 1492.

A partir del siglo XIV, en partes de Aridoamérica y Mesoamérica se gestaron cambios que consolidarían el imperio mexica. En la costa oriental maya florecían estados basados en pesca, agricultura y comercio, con otros pueblos mayas y del Mar Caribe.

Hay autores que desestiman al tiempo postclásico, les resulta “ínfimo” comparado con sus antecesores Clásicos, más aún si son de la república yucateca. Otros (Luxton, Villa Rojas, P. Peniche Rivero), reconocen las implicaciones de mantener un comercio fluido y constante, una vida cosmopolita, quizá menos suntuosa pero con refinamientos, místicos, seguramente musicales y poéticos junto a una dieta sabrosa: chocolate, tabaco, marisco y pescado fresco, maíz para todo; cierta autosuficiencia y un marcado consumo local; un grado convincente de civilización para entonces más apegada al mar y menos a la selva.

Al momento de la invasión europea, 1517, solamente en la Costa Oriental Maya (Cabo Catoche Q ROO hasta Honduras), habitaban casi dos millones de personas, podrían verse como “pueblos quietos” tras décadas de guerra y desastres naturales. Se hallaban en situación de cierta abundancia, bienestar, comunicaciones fluidas, un estado teocrático cimentado en un culto sólido, más de escaramuzas que la guerra como negocio, con una extensa mitología, sus artes en constante evolución.

Seguramente también cometían estupideces como las de hoy: crueldades, mezquindad, abuso, esclavos, represión, etcétera que siempre maldice a la especie.

Quizá la caligrafía y artes postclásicas, sus lenguajes –por tanto su pensamiento– se hallaban en periodo de búsqueda, otra Gestalt en transición, lo que antecede históricamente a obras trascendentales, a la tecnología, ciencias y oficios correspondientes.

El desastre que para los pueblos amerindios comenzó en 1492, detuvo el paso de las culturas mesoamericanas a su siguiente ciclo evolutivo natural. El quinto sol terminaba antes de lo previsto, no se pudo elaborar la cosmogonía del sexto sol. Al tiempo mesoamericano se le amputaron ramas y frutos. Quedaron las raíces y muchos troncos.

Si el “inmenso” imperio azteca en sólo dos años fue tronchado de tajo por asesinos modernamente organizados, fue en parte por cumplírsele la profecía del retorno del dios Quetzalcóatl, Ce Ácatl Topiltzin mexica, al que sus admirados ancestros en Tula lo corrieron a la mala y aquél se fue. Desde su cayuco en el mar oriental se despidió: “Nomás acuérdate, un día voy a volver”.

Para muchas otras culturas, como la maya y los pueblos del arco y la flecha (o los totonakos, tlaxcaltecas y más de 50’000 asaltando Tenochtitlan), esa deidad no los había amenazado ni lo aguardaban con temor, la profecía era terrible sólo para el mito azteca vencedor en turno. En todo caso, los demás esperaban que volviese el milenario dragón y trajera maravillas como las que sembró en Mesoamérica desde sus inicios: más conocimiento, milagros como el cacao, mejor el calendario = mejores siembras y cosechas…

Los mayas y los pueblos de la flecha y el arco, no dudaron en declarar a los invasores de 1492 como gente que mataba y engañaba, para aprovecharse y sólo lucrar. Por ello la resistencia fue distinta. El imperio mexica cayó en dos años. Los pueblos al sur de la Gran Chichimeca fueron medio sometidos tras una batalla de medio siglo (1550-1593). Los mayas de la Costa Oriental padecerán decenas de intentos de exterminio desde 1537, el modelo más reciente la Guerra de Castas, 1847-1915.

 

La Guadalupe SMA

agosto 2017

 

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