El pasado quince de septiembre, cuando los fuegos artificiales incendiaban la bahía de Chetumal con el estruendo de los petardos y los racimos de luminosas estrellitas iluminando la noche y formando figuras caprichosas, la idea que la antigua Payo Obispo necesita de corazones alborozados como los que se observaban en la tradicional ceremonia vino a mi mente como un fulgor repentino.

Pero antes, cuando Carlos Joaquín vitoreó a los hombres y mujeres que nos dieron patria y libertad pensé en la sonora convocatoria de los gobernantes para fortalecer el clima cívico–político si se genera el entusiasmo en la sociedad, palabra clave para un estadista como lo fue don Javier Rojo Gómez quien siempre se refirió a este estado anímico como de la más alta importancia para lograr que las grandes mayorías participen o sientan simpatía por el quehacer gubernamental.

No trato con lo que escribo de dar cátedra política pues no cuento con las herramientas necesarias para hacerlo, son reflexiones que fueron saliendo conforme desarrollaba el tema que gira alrededor de Chetumal. Tampoco eludo el hecho de que la responsabilidad de un gobernante es para todo el Estado y que hay zonas paupérrimas que merecen especial atención pero este artículo me lo inspiró la particular situación de Chetumal observando el reflejo multicolor de los fuegos artificiales.

El entusiasmo de un pueblo se mide por el apoyo sin regateos a determinada posición u obra gubernamental y a veces al propio gobernante aunque sucede también que malos funcionarios incidan negativamente en la calificación popular y es entonces, si está comprobado, que el gobernador debe actuar en consecuencia dado que la sociedad califica en especial a su gobierno señalando a las figuras que desvían la actividad gubernamental.

En cuanto a las simpatías populares en función de la obra gubernamental si no la hay o es muy escasa y los mandatarios se muestran reacios a convivir en determinados momentos con la población o sus instrumentos de comunicación oficial son endebles para promocionar la obra de gobierno, el entusiasmo fenece como sucedió en Chetumal a lo largo de varios lustros y solo se observa a la sociedad regocijada en los macro eventos de carácter cívico como son las fiestas patrias o las decembrinas o en las contadas ocasiones en que hay algún anuncio importante que sientan que puede coadyuvar a su bienestar; en esto incluyo al informe de Gobierno.

La tarea de gobernar no es fácil y en ocasiones una buena determinación la cambian las circunstancias; siempre habrá que despejar las sombras del trágico legado que dejan los antecesores que perdieron el rumbo y abrir las compuertas que cerraron para fortalecer la cohesión social y el bienestar compartido con nuevas ideas que abran novedosos caminos. Gobernar es comprender, me aseguraba mi buen amigo José Rodríguez Marrufo, es el arte de entender a la población y actuar en consecuencia mirando el presente y avizorando el futuro.

Los chetumaleños no vivimos en el pasado, como aseguran algunas voces trasnochadas, hay algunas etapas oscuras que desearíamos olvidarlas, pero sucede que el presente nos lo robaron y solo nos quedó el refugio de los sueños motivados por el aliento de la esperanza y la firme porfía de apostar por el futuro sin dejar que vuelvan a arrebatárnoslo.

Al final de cuentas, debemos volver a entusiasmarnos y, como el ave fénix, salir del hueco de las cenizas y alzar las alas para volar más alto y no buscar escondrijos para rumiar nuestros resabios motivados por la postergación de nuestros anhelos inconclusos en que también tiene algo que ver nuestra insuficiencia armoniosa para lograrlos y nuestra apuesta a un solo objetivo; hay que enarbolar un propósito común que camine por diferentes avenidas, para sacar a Chetumal de su postración y propiciar su renacimiento.

Necesitamos como el Cid Campeador ganar batallas aunque nos tomen por muertos los mensajeros de la insidia solventados por los bolsillos de la infamia.

Nos llaman despectivamente pueblo bicicletero y otras lindezas, aunque en lo económico bien que sus “dueños” pedalean nuestras herrumbrosas bicicletas. Ante este panorama que se nos presenta, debemos salir a la palestra sacudiendo el lastre para caminar más de prisa, con la firme convicción que encontraremos la ruta correcta sin mordernos las manos entre hermanos. Como el Obelisco a la Bandera que aun en medio de la borrasca aspira a tocar el cielo sin inmutarse, así debe ser nuestro espíritu: elevarse para renovar nuestro compromiso de hacer de la ciudad capital una fuente de vida y entusiasmo a la altura que su calidad política exige como casa común de todos los quintanarroenses.

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