Los días doce al catorce de octubre, en la ciudad de Campeche y Champotón se reunieron algunos de los poetas mayas de la Península de Yucatán para celebrar el Encuentro y Desencuentro de Dos Mundos. La literatura maya y cinco siglos de resistencia. En esta franja occidental de la Península, hace 500 años, Moch Cohuo, el fiero halach uinic de los cohuo del cacicazgo de Chakán Putum, le hizo guerra a muerte a los invasores “castilanes” de la expedición de Hernández de Córdoba y Grijalva, en 1517 y 1518. [1] El espíritu del guerrero fue cantado y rememorado por las voces de los poetas.
Las políticas implantadas desde ese lejano amanecer de hace 500 años, y sus sucesivas transformaciones indigenistas y neoindigenistas actuales (la cristianización forzada, la desestructuración de la tenencia de la tierra desde fines del XVIII y las guerras de castas del XIX, la educación castellanizadora del XX, los “derechos indígenas” retorizados), a pesar de los embates, las históricas asimetrías sociales y el ninguneo mismo a la cultura maya por parte de la sociedad occidental regional y nacional (cuando no de su simple mercantilización turística), no pudieron desarraigar “la flor de la palabra”, esa palabra que, como nos recordaba la cuarta declaración de la selva lacandona, “vino desde el fondo de la historia y de la tierra” y que hoy, con los nuevos cantos de las ramas del Yaxché enraizado en los estratos profundos de la memoria del pueblo maya y sus poetas, “ya no podrá ser arrancada por la soberbia del poder”.
¿Por qué es importante rescatar este, en apariencia, inocuo encuentro de poetas y estudiosos de la lengua maya? Como he dicho en un anterior artículo, resulta que este 2017 se cumplen los primeros 500 años del contacto de occidente con las culturas indígenas de la parte continental.[2] Antes, desde 1492, ese contacto repercutió hondamente en las culturas indígenas de las islas del Caribe, pues en este primer milenio no queda nada de ellas salvo ese desgarrador lamento bartolomeano de la destrucción y el genocidio llevado a cabo por la primera expansión capitalista europea.
En lo que fue Mesoamérica y las regiones del centro y sur del continente, si bien no podemos negar que el mestizaje fue más que un mito, las pervivencias y el “núcleo duro” de las distintas culturas, no fueron erradicadas del todo: lenguas, apellidos, tradiciones, memorias del fuego que se convierten en el retorno de la palabra. Nuestra casa es la palabra, diría Humberto Ak’abal, el poeta maya guatemalteco presente en ese encuentro campechano, la memoria de ella nuestra abuela que la sostiene, nuestra madre abuela que nos defiende:
Si esa casa no se ha caído,
es porque la abuela
-a pesar de sus años-,
con sus brazos aún la sostiene.
Sobre sus espaldas
se apoya el techo,
y bajo su sombra
aún se puede beber un descanso.[3]
Resulta que es en la poesía y la literatura oral –con sus tradiciones, sus cuentos y palabra creadora- del pueblo maya, donde se puede contemplar claramente esta larga duración de resistencia indígena en la península. Esa literatura que -desde el alfabeto para la escritura de la lengua maya peninsular de 1984, hasta la publicación reciente, apenas el 10 de octubre de este año, en el Diario Oficial de la Federación, de la Normalización de la escritura para lengua maya – podemos decir que se encuentra activa y sigue dando sus frutos con los poetas que escriben y piensan en su idioma originario. Los límites de la lengua son los límites de mi universo, dijo el filósofo. Es la poesía, la que vio y contó a las sucesivas generaciones la caída de Tenochtitlan y la que explicó el fin de la memoria verdadera en los libros del Chilam, la que regresa con el anciano del pueblo, la abuela y las cosas cotidianas en la escritura de Ak’abal.
En Campeche estuvieron presentes, además del enorme poeta guatemalteco, la gran poetiza Briceida Cuevas Cob, el director del INALI y poeta indígena, Juan Gregorio Regino, así como otros literatos yucatecos como el poeta Donny Limber Brito May, el poeta de Sihó y maestro de lengua maya de la UIMQRoo. Moch Cohuo, el espíritu de ese indomable guerrero, escuchó el canto de las tres piedras del hogar del maestro Donny Brito:
La cuerda del ombligo celeste
está viva entre el claro sombrío de la Vía Láctea.
He puesto el altar
perfumado con la resina bendita del cielo.
Guacamayo toca el horizonte,
se va, se pierde ante mis ojos,
desciende como los Gemelos,
pequeños seres que son el maíz de mi aliento
Este es el portal nocturno,
descenso del camino y espejo de la muerte,
oscuridad de los ojos.
Itsamna ha llegado con nosotros y nos recibe con
Gracia.
Puso de nuevo las Tres Brillantes Piedras Tortuga
en el ojo del cielo,
las tres piedras del hogar.
Así inició la cuenta del tiempo de nuestro mundo.[4]
La mejor forma de rendir homenaje a los ancestros, es regresar a esa palabra creadora, primigenia, con olor a cedro y a selva. Sin embargo, algo digno de comentarse de este encuentro de poetas mayas, fue la ausencia de una voz poderosa, la de Wildernain Villegas Carrillo, para mí, el mejor poeta yucateco de la actualidad, tanto en maya como en español. Finalizo con un fragmento del poema Ix Táabay, de Villegas Carrillo, que nació por accidente en Peto, pero que toda su vida ha vivido en Quintana Roo. La Xtabay, o la Ix Táabay, no es una mujer vampiro, serpentina y con patas de guajolote. La Xtabay es, para los poetas de estas tierras peninsulares, el deseo encarnado, el dolor tumescente en la ingle del hombre que la posee, o como me lo reveló don Antonio Mediz Bolio hace tantos ayeres, es “la mujer que deseas en todas las mujeres y que no has encontrado”. Villegas Carrillo, el poeta ausente de este encuentro de poetas, hace una nueva recreación del mito erótico de la Ix Táabay:
Subo a la ceiba
que junto al cenote se levanta,
y espero la oscuridad
donde Ix Táabay brota como espiga.
Sé que aquí se baña,
el agua me inunda de ella,
presiento la luna de su piel.
[…]
Quiero besar el beso de la noche en tu seno,
morder la obsesión enterrada en mis insomnios.
Escucho al deseo en la habitación
donde lúbrica de estrellas
permaneces abierta a mi impotencia.
Tan cerca estás y muy lejos nuestro tacto.
Tan cerca está mi voz y lejana la palabra.
Tan cerca está la cercanía que me pudre en
múltiples fragmentos de silencio.
Ix Táabay,
haré añicos tu recuerdo
cuando en la hamaca duerma el peso del día,
porque ya necesito ser sin la necesidad de ti,
sin la desnuda imagen de tu danza.[5]
[1] Habría que volver al clásico libro de Robert Chamberlain sobre la conquista de Yucatán.
[2] Cfr. Gilberto Avilez Tax, “Yucatán como un todo: a 500 años de la llegada de los españoles”. Noticaribe, 23 de agosto de 2017.
[3] Poema Nuestra Casa, de Humberto Ak’abal. Kamoyoyik. Guatemala, 2012, p. 40.
[4] Poema de Donny Brito May, “Las tres piedras de nuestro hogar, en Donald H. Frischman y Widernain Villegas Carrillo compiladores. El retorno de la palabra. Voces de escritores mayas de Quintana Roo, 2016, p. 68.
[5] Ibídem, pp. 181-182.