Con esta frase certera se refirió de Francisco Bautista Pérez (1936-2017), el historiador Héctor Aguilar Camín, en su novela, Adiós a los padres.
En un texto que escribí hace unos meses, señalé la amenidad que existía en la escritura de este periodista-investigador, y refería que esta amenidad se presentaba en “los momentos menos despolitizados, y más históricos, del historiador michoacano”. Es decir, me refiero a su producción donde toca temas de la historia regional y peninsular. Fue el historiador de una ciudad que la conoció cuando todavía las casitas de madera dominaban sus calles y el recuerdo de la noche de las aguas turbulentas era fresco: Chetumal, a la que llegó en 1960, dejando a su natal Uruapan.
En un librito suyo de fácil manejo, Quintana Roo, anatomía de su historia, Bautista Pérez nos da una seria de estampas pintorescas de la historia de más de 500 años del oriente de la Península: desde pinceladas del periodo prehispánico, los “defensores del nuevo mundo”, Gonzalo Guerrero, la Guerra de Castas, la cuestión beliceña, los muelles de Payo Obispo, el chicle, los huracanes, etc. En este librito, Bautista Pérez desmitifica el mito regional de Gonzalo Guerrero, creado bajo la sombra del poder: Gonzalo Guerrero no fue el padre del mestizaje en América –y dudemos de hasta lo que sería México-, no hubo una “Princesa Zacil” como señala el Himno a Quintana Roo, y la Villa Real de Chetumal nunca estuvo perdida más que para los demorados arqueólogos modernos que llegaron de último, antes que los desaparecidos chicleros, a Xtancah.
Pensando en uno de sus últimos libros, De Territorio a Estado, escribí que “en los trabajos de Bautista Pérez, que antes de estar en forma de libros también fueron escritos en una sala de redacción de los pioneros diarios en este estado, o eran enviados por el corresponsal Bautista Pérez al Diario de Yucatán cuando no había salas de redacción; podemos encontrar esas características de un Quintana Roo en transición, de un Quintana Roo convirtiéndose en estado”.
Sin embargo, en su labor periodística, no podemos negar que Bautista Pérez fue un intelectual que reporteó de cerca, muy de cerca, al poder político regional. Ese poder que un día lo nombró “Historiador del Estado”. Es muy fuerte la carga de esas pomposas palabras, “historiador del Estado”, historiador oficial, porque esta designación, siguiendo la nomenclatura gonzaliana,[1] implica fidelidad al Príncipe. Los historiadores profesionales desconfían, tengo que escribirlo por si la memoria nos falla, de la historia oficial. Pero las características de los oficialistas que escribiera el michoacano González, no encuadran con la obra de su paisano: no fue el caso de Bautista Pérez, un hombre que supo sobreponerse, con sus escritos históricos, a coyunturas tan frugales como la pasajera historia del presente: su obra no tiene carencias de archivo, no peca de hagiográfica como otras, y es rigurosa. Resulta que Bautista Pérez fue, por las fotos que he podido consultar en los portales de internet de la prensa local, un hombre de letras, de libros. Dueño, al parecer, de un archivo personal, visitó repositorios nacionales y regionales, así como hemerotecas, en busca de una memoria asaz selectiva. Carlos Macías Richard, pionero de la historiografía científica en el estado, indicó que Bautista Pérez fue uno de los tres mejores ejemplos de historiadores locales, no profesionales, que buscaron recuperar la memoria del Territorio. Los otros dos eran Juan Álvarez Coral y Carlos Hoy.
Al parecer, el acervo de Bautista Pérez, según página oficial de la UQRoo, le fue donado por su dueño a dicha universidad. Esperemos que el Centro de Documentación y Estudios Sobre el Caribe (CEDOC), haga el catálogo, revalore, pondere la documentación en su poder, y, por último, digitalice el material del Fondo Bautista Pérez, para consulta apropiada.
Si me preguntan cuáles son las obras más interesantes para leer de Bautista Pérez, puedo citar no sólo su libro Chetumal. Tomo I., sino la sección de Quintana Roo que tuvo el privilegio de escribir Bautista Pérez, en 1992, en el Diccionario de la Revolución Mexicana (Tomo V), editado por el INEHRM. Del mismo modo está el ensayo “De Payo Obispo a Chetumal”, escrito en un libro coordinado por el Dr. Martín Ramos Díaz. Y desmitificando las ideas creadas en torno al Janet desde tiempos de Santiago Pacheco Cruz, en el 2004, como producto de largos 20 años de consulta a los archivos y trabajos de historia oral a los sobrevivientes de la tragedia, dio a la estampa su libro, “Janet”, contándonos que en el doceavo año del gobierno absoluto e impune de Margarito Ramírez, vino la catástrofe: “la pintoresca ciudad levantada a lo largo de medio siglo con el sudor y la sangre de millares de chicleros y cortadores de caoba, en unas cuantas horas, y en la oscuridad de la noche, fue reducida a escombros y sus moradores confinados a las crudas listas de muertos, damnificados o desaparecidos”. La vocación de historiador de Bautista Pérez, un ingeniero civil que se puso el overol de historiador regional, tal vez se entienda como un intento por reconstruir, en la escritura, la fragilidad del pasado de una sociedad expuesta a los impetuosos huracanes.
Mucha de la comprensión de la historia social de Quintana Roo, la podemos obtener leyendo una de las últimas obras de Bautista Pérez, “De Territorio a Estado. Testimonios de un reportero”. Testigo de primer orden de los entresijos y laberintos del poder en el estado, este libro nos da filones de historia política, social y cultural de Quintana Roo, y nos retrata la cultura política de una clase política regional. Ahí está el periodista Bautista Pérez, en ese libro tan intimista (puede leerse como sus memorias), haciéndole frente a un desquiciado David Gustavo Gutiérrez Ruiz, el último gobernador del otrora Territorio de Quintana Roo.
Su prosa, si bien no tiene la “aburridez” de historiadores academicistas trufados de citas y notas de archivo, nos hizo sentir, a sus lectores, la raíz profunda de Chetumal, arraigada al ser payoobispense. Con Bautista Pérez fue el acercamiento primero que tuve con la historia de esa extraña ciudad crecida entre mangles, a la espalda de un río mitificado por la memoria, y una bahía de aguas calmosas. También yo pude haber sido un viejo pescador del antiguo Payo Obispo.
[1] Luis González y González. El oficio de historiar, México, El Colegio de Michoacán, 2009, pp. 81-82.