El estudio de la geografía histórica en Quintana Roo es un tema casi novedoso, por no decir, vacío en consulta bibliográfica. Si en algún momento se ha señalado la falta de estudios que hablen de las rutas náuticas locales, los sistemas de cabotaje, barcos y puertos con que el antiguo Territorio de Quintana Roo hizo frente a su aislamiento terrestre, rodeado de una selva feraz y con vías carreteras deficientes que lo imposibilitaba comunicarse con la Península y el resto del país a lo largo del siglo XX,[1] un estudio profundo que conjunte las distintas fases de las transformaciones geográficas del entorno falta por hacer.

Es decir, siguiendo las delimitaciones conceptuales de lo que podemos entender como geografía histórica,[2] aunque pueda equivocarme, que yo sepa, no existe un estudio integral de corte histórico sobre la incidencia del hombre sobre el medio; esto es un tema pendiente dentro de la historia académica regional, aunque los elementos teóricos, científicos e institucionales, posibiliten este abordaje disciplinario.[3] Sin embargo, podemos citar el estudio coordinado por Gabriel Macías, El vacío imaginario, que describe algunas de las modificaciones paisajísticas ocurridas en la ocupación del Territorio. Del mismo modo podemos hacer mención del desfasamiento agrícola que tuvieron los colonos del Territorio de Quintana Roo con los “nativos” y yucatecos, y su adaptación a un ambiente tropical, en el pionero estudio de Odile Fort.[4] Natalia Armijo y Lorena Careaga, profesoras de la UQRoo, han hecho aportaciones significativas al estudio del medio ambiente en Quintana Roo (la primera) y de las visiones corográficas del siglo XIX, mediante la lectura de los discursos formulados por viajeros, científicos y exploradores (la segunda).

La relación hombre-naturaleza, la adaptación y modificación de distintos ecosistemas por medio del trabajo humano que implica una gama diversa de posibilidades (conocimientos, observaciones, estudios, planificaciones, experimentos)[5] con que las sociedades humanas se enfrentan a una naturaleza hostil,[6] puede ser un esquema interpretativo para analizar los distintos “imaginarios geográficos”[7] que comunidades científicas –regionales y nacionales-, en pos de la construcción estatal, llevaron a cabo a lo largo del siglo XIX y todo el XX: habría que conocer las posibilidades naturales de este país para futuras explotaciones comerciales.[8]

Estos imaginarios geográficos se pueden entender como los discursos con que la ciudad letrada se afirma en el espacio sus miradas “imperiales”: discursos geográficos propiamente, pero también históricos, ambientales, botánicos, jurídicos, antropológicos, y hasta creencias populares coladas en los recintos de una ciencia en construcción. ¿Cómo fue leído este espacio oriental de la península?, ¿qué discursividades interpretativas han actuado en torno a este binomio naturaleza-sociedad y desde qué condición observable? Porque interpretar, recordaba Gómez de Silva citado por Hersch, implica explicarlo, aclarar su sentido, y en ulteriores términos es un intento de traducción.[9] Traducir el espacio significa humanizar, mediante la palabra, un territorio inexplorado, como fue el territorio de Quintana Roo en la segunda mitad del siglo XIX, sustraído del dominio de la “ciudad letrada” por una guerra prolongada en el tiempo, con causas que se fueron modificando, espaciada, y conocida como la Guerra de Castas de Yucatán (1847-1901).

Si la geografía histórica, siguiendo a Sunyer, trata de la reconstrucción de un espacio determinado mediante el análisis de fuentes históricas, así como entender las ideas que sobre dicho espacio y sus condiciones se tenía en un momento determinado;[10] la reconstrucción del espacio geográfico de Quintana Roo en un lapso que abarca el siglo XIX y XX puede hacerse mediante las fuentes geográficas e históricas que han sido escritas a nivel regional y nacional: desde bocetos que se encuentran en el Registro Yucateco, la Estadística de Yucatán, los compendios de geografía, entre otros documentos, tanto primarios como secundarios. En el siglo XX, la geografía histórica utilizaría esas fuentes históricas mismas elaboradas por una burocracia de novísimo cuño en la región, los compendios, las exploraciones científicas, las antologías primeras, selecciones bibliográficas, entre otros materiales, aunque la memoria oral jugaría un papel preponderante.[11] Dos trabajos con el enfoque pedagógico, el de Pacheco Cruz y Gómez Navarrete, se inscriben en esta recopilación, pero cuyo exponente más notable es Dachary.[12]

 

El sur de Quintana Roo antes de la Guerra de Castas

 

Aquí quiero hacer un ejemplo de esta reconstrucción del espacio que se puede encontrar en el Registro Yucateco, una empresa de la memoria y de la construcción de un sentimiento regionalista, como claramente lo expresó Arturo Taracena, y que conjuntaba a lo más granado de la intelectualidad yucateca, y que fue dirigido por don Justo Sierra O’Reilly.[13]

            En el Registro Yucateco aparece una serie de estampas que hablan de Bacalar, de la Costa de la Ascensión, de Cozumel, entre otros puntos de la montañosa geografía oriental. No me detendré en Cozumel por ser una isla altamente historiada,[14] pero sí podemos dar una serie de estampas del Bacalar anterior a la Guerra de Castas, y de algunos brochazos de la costa oriental. “La Montaña de Bacalar” es el nombre del trabajo que presentó a la consideración del poco, pero ilustrado público lector, un tal J. J de T.,[15] el 13 de marzo de 1845, dos años antes del annus horribilis de 1847. Apareció en el Tomo I del Registro Yucateco, en las páginas 209 a la 217.[16] Bacalar, en sí, no se restringía únicamente a una villa crecida en los confines de Yucatán y bordeando una laguna de aguas tornasoladas, pues al oriente, esta “montaña”[17] lindaba con la costa oriental de la Ascensión así como con la bahía del Espíritu Santo. Por el Sur con el Río Hondo, y por el poniente con las selvas del Petén Itzá y Champotón. Es decir, la Montaña de Bacalar ocupaba buena parte del actual sur de Quintana Roo.

La villa tenía ingenios de azúcar que dan cuenta de un comercio sostenido con Honduras Británica, y era ruta de un sinnúmero de mercancías de contrabando.[18] Se decía que los vecinos de Bacalar y de “Walix” hacían cortes de madera para la construcción de buques y muebles preciosos, los cuales se exportaban por el Hondo hacia la lejana Inglaterra. Entre las maderas preciosas, el palo de Campeche, el brasilete, y el chacté, buscaban las rutas del agua. Además, los labriegos sembraban pimienta, copal y mamey común, que se daba con abundancia. Y las palmeras de todas las especies crecían entre los corozos, los ramonales, el zapote, el pich, el jabín, el copó (o álamo verde), el cedro y la caoba.

Los animales que poblaban los montes y sabanas infestados de historias de hombres y mujeres de los confines de Yucatán, eran variadísimos. Había bestias mulares, caballos y ganados que se habían cimarronado y deambulaban por los vericuetos de la manigua, cuidándose del hombre, del jaguar y del acecho de los lagartos. Pero

 

El Ba’lis bob

 

Pero entre todas las bestias, carnívoras, herbívoras, vivíparas, insectívoras u omnívoras que poblaban la Montaña de Bacalar, ninguna como el “boboch”. He aquí la definición que Pío Pérez dio de este animal que pudo entrar en el Manual de zoología fantástica de Borges: “un animal fabuloso”.[19] Tanto el Cordemex como el sabio Gómez Navarrete, transcriben esto. Pero el Boboch aparece, como un espíritu chocarrero, en la descripción de Torre: “el boboch, que también corre en partidas, trepando en los árboles con la destreza del gato…” ¿Ser mitológico o ser irreal? De acuerdo a los viejos de Ticul, me cuenta el poeta Pedro Uc Be, el boboch también es conocido como el “ba’lis bob, y tal vez este nombre hace referencia a su querencia geográfica cercana a “Walis”, Belice. Sigue siendo un animal “mitológico” entre los viejos de Ticul; es decir, es un animal “de viento conocido en esta región como junab boob cuando es grande y cuando es pequeño Ba’lis Boob. Se le aparece de repente a alguien cuando abusa de la cacería, o habla contra los vientos. En Ticul hay quienes cuentan sus encuentros con él”.[20]

Otras cosas podemos leer en esta interesante estampa de la Montaña de Bacalar, como la superstición de que, en un pozo de Chunhuhub de más de trescientas varas de profundidad, sus aguas no cuecen el frijol por el alto contenido de cobre que exhalan. En la aguada Nohbec, a tres jornadas de Chunhuhub, en 1809 se trató de fomentar un pueblo con indios de otros lugares de la península, y esto “con el benéfico objeto de atraer á poblado las hordas salvajes de indios y otros dispersos en la montaña”, muchos de los cuales eran viejos sobrevivientes del “alboroto” de Quisteil con las orejas cortadas.

Puedo seguir en la descripción de este trabajo, pero dejemos hasta aquí la escritura.

 

 

[1] Cfr. Antonio Higuera Bonfil. “Veredas líquidas. Aspectos de la vida marítima en Payo Obispo, en Martín Ramos (coordinador).  Payo Obispo 1898-1998 Chetumal: a propósito del centenario, Chetumal, México, UQROO-H. Ayuntamiento de Othón P. Blanco. Gilberto Avilez Tax. “El establecimiento de la Vía Corta: los caminos de Quintana Roo”. Noticaribe, 28 de octubre de 2017, en http://noticaribe.com.mx/2017/10/28/el-establecimiento-de-la-via-corta-los-caminos-de-quintana-roo-por-gilberto-avilez-tax/

[2] Es decir, la comprensión de los procesos de ocupación de la superficie terrestre y de la reconstrucción histórica de geografías pasadas. Cfr. Bernardo García Martínez, 1998, “En busca de la geografía histórica”, Relaciones, XIX (75) (verano 1998), pp. 27-58.

[3] En la Universidad de Quintana Roo existe actualmente un Doctorado en Geografía que, como dice en su página, es uno de los tres doctorados en esa disciplina en todo el país, y que se encarga del estudio de “las diversas formas de organización del espacio geográfico, un espacio territorializado y humanizado como construcción histórico-social, que analiza las dimensiones espaciales y territoriales de todos los ámbitos de la vida social que se expresan en el espacio/territorio -productivos, económicos, políticos, culturales, sociales-, en escalas variables y en sus expresiones específicas a nivel regional, paisajístico, ambiental y de lugares”. http://www.uqroo.mx/planes-de-estudio/doctorados/doctorado-en-geografia/

[4] Odile Fort. La colonización ejidal dirigida y espontánea en el Estado de Quintana Roo: estudios de caso. México, INI, 1979. Mientras que los “colonos” de Michoacán, Guanajuato, Veracruz o Sinaloa tenían la intención de mecanizar las tierras que el gobierno les prometió, los nativos y yucatecos les replicaban: “ellos [los colonos] piensan que no sabemos trabajar. Trabajamos a puro sol. Hace tanto tiempo que conocemos esta tierra y la cultivamos”. Fort, pp. 146-147.

[5] Brígida von Mentz. “La relación hombre-naturaleza vista desde la historia económica y social: trabajo y diversidad cultural”. En Brígida von Mentz. La relación hombre-naturaleza. Reflexiones desde distintas perspectivas disciplinarias. México, CIESAS-Siglo XXI Editores, 2012, p. 97.

[6] O siguiendo a von Mentz cuando indica la evidencia científica de los procesos de biodegradación y del impacto negativo de la actuación del hombre en el ecosistema, esta hostilidad ha sido trocada, desde el avance industrial de occidente envolviendo al globo, en el acorralamiento y mercantilización de la naturaleza: “Si antes –afirmaba von Mentz- las sociedades buscaban sobretodo protegerse de la naturaleza, hoy es la naturaleza la que requiere protección en su encuentro con las sociedades humanas”. Aquí tengo que afirmar, que se trata de sociedades occidentales, desde luego.

[7] Perla Zusman. “La geografía histórica, la imaginación y los imaginarios geográficos”. Revista de Geografía Norte Grande, núm. 54, 2013, pp. 51-66 Pontificia Universidad Católica de Chile Santiago, Chile.

[8] Un análisis de esto lo planteé en un ensayo sin publicar: “Imaginarios geográficos de la Península de Yucatán durante la segunda mitad del siglo XIX (1850-1881)”.

[9] Paul Hersch Martínez. “La relación hombre naturaleza en la construcción de la realidad terapéutica. Algunas pautas a propósito del tomillo (thymus vulgaris)”. En Brígida von Mentz. La relación hombre-naturaleza. Reflexiones desde distintas perspectivas disciplinarias. México, CIESAS-Siglo XXI Editores, 2012, p. 27.

[10] Sunyer Martín, Pere, 2011, “Tendencias de la Geografía histórica en México”, Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, Vol. XVI, nº 922, 5 de mayo de 2011.

[11] Como es el caso de la reconstrucción de los caminos de la chiclería que hiciera Pérez Aguilar, valiéndose de la memoria de viejos chicleros y arrielos. Cfr. Pérez Aguilar: “El chicle en Quintana Roo: sus caminos y voces”. Cuicuilco, vol. 21, núm. 60, mayo-agosto, 2014, pp. 195-222 Escuela Nacional de Antropología e Historia, Distrito Federal, México.

[12] Santiago Pacheco Cruz. Geografía del Territorio de Quintana Roo. México, Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística; Javier Gómez Navarrete. Historia y Geografía de Quintana Roo. Tercer Grado. Chetumal, Colegio de Bachilleres del Estado de Quintana Roo, 1998; Alfredo César Dachary. Un viaje al pasado por las costas del Caribe Mexicano: de la Geografía del recuerdo a la cartografía de la realidad. Puerto Vallarta, Universidad de Guadalajara, 2006.

[13]  Arturo Taracena Arriola. De la nostalgia por la memoria a la memoria nostálgica: el periodismo literario en la construcción del regionalismo yucateco, México, UNAM, 2010.

[14] Gonzalo de Jesús Rosado Iturralde, Michel Antochiw, Alfredo César Dachary y Martín Ramos Díaz, son los nombres de algunos de los tantos autores que han sido atrapados por el encanto de la isla de las golondrinas.

[15] Este eran las iniciales del literato José Joaquín de la Torre.

[16] En ese sentido, la citación del Tomo IV que hace Martha Herminia Villalobos González en la página 32 de su libro Bosque sitiado, es inexacta.

[17] Entendido, en el lenguaje peninsular, como “monte alto”.

[18]  El Siglo XIX, Tomo I, Mérida, viernes 5 de marzo de 1841, número 29. “Carta del Ayuntamiento de Bacalar y vecinos del mismo al Gobierno de Yucatán para que les permita la importación extranjera con Belice”.

 

[19] Juan Pío Pérez. Diccionario de la Lengua Maya. Mérida de Yucatán. Imprenta Literaria de Juan F. Molina Solís, 1877, p. 28.

[20] Conversación personal con Pedro Uc Be, Diciembre de 2017.

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