Ramón Suárez Caamal.

Entrar al universo poético de Ramón Iván Suárez Caamal (Calkiní, 1950) es una tarea de vuelta a la arcilla, al mar de Chetumal que no es mar, a una laguna imaginada y a la selva antes ubérrima para este historiador, lector de poesía. Dije antes ubérrima, los viejos chicleros le llamaban “la montaña” a esta parte oriental de la península; pero la tala inmoderada de caobas, de cedros, un gran incendio en el katún del dictador Margarito Ramírez, y un turismo caníbal desde 1970 la han dejado “guamil”, como dicen los campesinos en peligro de extinción, monte bajo donde antes fue santuario “del libre” que se atrevió a escribir la palabra libertad en su historia anticolonial, como aprendimos escuchando y leyendo ese magnífico himno de Quintana Roo. El poeta se aflige ante la devastación ecocida ocurrida en el paraíso del turismo:

“Lloran el cedro y el chicozapote

lágrimas blancas, lágrimas de oro,

las heridas del hacha y del machete.

Me dolí de la selva desgarrada;

Donde ayer levantó brazos fecundos

Es hoy la ruina del deslave;

Donde el verdor, el páramo;

Donde el cristal, la piedra.

Talamontes,

¿cortas el árbol por envidia

ya que ignoras el tacto de la luz,

la comunión del agua

y el lenguaje de los céfiros?

Era el olor áspero de la madera

Cuando la lluvia apaga los incendios.

Por entre desolaciones y llanurras

Gemían desfoliados esqueletos;

Soplaba el vendaval,

La tierra suelta,

Sin redes que la ataran,

Tendían nublazones de la asfixia”.

 

Recuerdo mis años de aprendizaje literario, leyendo y tallereando textos en una Chetumal que ya no es la misma en tiempos de la decadencia de la aristocracia del Curvato: entre las penurias de un estudiante de derecho aburrido de la “baja prosa” jurídica, la poesía y la literatura fueron como la tabla de salvación lectural ante tantos códigos y dicterios normativos. Creía y sigo creyendo en la fuerza de la poesía como respuesta airada ante el aburrimiento o el desmantelamiento del mundo y su debacle antropocénica. Sigo creyendo en la arcilla genésica de las palabras recuperando la comunidad de la memoria, palabras como “pájaros hermosos”, dice Ramón Iván, colibrís enamorados, andamios del lenguaje que recorre Ramón Iván, “un hombre común/ que ama el sol de cada día”.

No tengo que decir, que no vengo a hablar de esa historia de la literatura quintanarroense, adjetivada prematuramente por Juan Domingo Arguelles como una literatura sin pasado. Resulta que ya hay un pasado y un presente que Ramón Iván ha forjado en sus talleres desde 1986 donde tantos poetas bacalarenses crecieron a la literatura: como una ceiba enraizada frente a esa laguna de los comedores de eras geológicas, los estromatolitos, en la Casa internacional del escritor de Bacalar oficia Ramón Iván, el hacedor infatigable de palabras, vastas palabras, ríos caudalosos de palabras creciendo a la izquierda del Hondo y a metros de una laguna de cuyo nombre todos sabemos cuál es, ¿siete, 14, 20 colores?, esteros de palabras que se convierten en sombras verbales que atenúan el calor del trópico, la fijeza de la resolana, el pinche calor tropical.

Sustancio esto de la historia de la literatura, en esta esquina oriental de la Península, citando los trabajos de Norma Quintana al respecto, la cual escribió el prólogo al libro Poesía reunida, aparecido con sello de Campeche en el año 2006. Mejor hablemos desde un alminar personal, del encuentro de un lector con la poesía del maestro. Precisamente este libro de Poesía reunida que he señalado, fue uno de los tantos libros que mi ex maestro Javier España me obsequió. Un profesor que regala libros a un alumno dispuesto a leer hasta los papeles viejos de los archivos, cumple el designio del maestro del poeta Ramón Iván: Eolo Durán Castillo.

En la Normal Rural de Hecelchakán, Campeche, una de las normales que fundaría el gran presidente Tata Cárdenas en su paradigmático sexenio, Ramón Iván se topó con un mentor aficionado al periodismo y a los versos. Él lo inició en todo esto, dice Ramón Iván, que escribió al principio textos “terriblemente barrocos”.[2]  Don Eolo, que todavía vive, hace un año contaba que “Educar es proporcionar los elementos necesarios para que los alumnos, los estudiantes desarrollen todas sus capacidades. Es muy importante la actitud del maestro, porque siempre ha de pensar en el alumno para que desarrolle sus aptitudes.”[3] El alumno de don Eolo repite la misma idea pedagógica: “Cuando un maestro incide en la vida de los alumnos hay una gran satisfacción”. ¿Y cómo ha incidido Ramón Iván? Su incidencia no solamente se restringe a su obra literaria, sino a su propuesta de defensa cultural de la comunidad mediante sus talleres y sus aportes para la solidificación del espacio social: ¿cuántos poetas actuales, jóvenes en su mayoría, escribieron sus primeros versos bajo el manto poético del maestro?

La historia es un oficio que se hace con palabras de otros, con textos  y documentos de otros. Historiar ese pasado de forja cultural efectuada desde 1980 en adelante con el cual Suárez Caamal ha contribuido para la identidad cultural en este estado, es un trabajo que posibilitará un acercamiento al origen de la literatura con pasado, presente y futuro de Quintana Roo.

[2] “Ramón Iván, el cálido huésped”. Por Gloria Palma Almendra. En http://www.calkini.net/arte_y_cultura/ramon1.htm

[3] “Eolo Marte Durán Castillo. El valor de educar”. En  https://www.youtube.com/watch?v=AkSd3eUfADk

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