Cuando Mario Ruiz Massieu, en su carácter de Fiscal para la averiguación del crimen de su hermano José Francisco, ex gobernador de Guerrero, exclamó con enjundia en la toma de posesión de su encomienda: “Los demonios andan sueltos y han triunfado”. Su pronunciamiento casi metafísico causó conmoción nacional por el estupor y la intranquilidad que envolvía al pueblo mexicano que convivía con una atmósfera política electrizada.
Había sido nombrado en el delicado cargo por el presidente Carlos Salinas de Gortari, para darle seguimiento al asesinato de su fraterno quien fuera acribillado por un desconocido días antes de tomar posesión como Secretario Gral. del CEN del PRI, dentro de su vehículo aparcado en algún lugar de la calle de La Fragua en la capital de la República.
Esta frase tan original le puso más dinamita al hecho y volvió a sacudir la conciencia nacional agraviada por el asesinato a mansalva de Luis Donaldo Colosio, unos meses antes, lo que volvió a encender las luces de alarma en el aparato público y la zozobra en la opinión pública por la contundencia, delicadeza y proximidad de dos hecho de tal magnitud lo cual no se contemplaba, toda proporción guardada, desde la lucha por el poder de los caudillos revolucionarios en la segunda década del siglo próximo pasado. Corría el año de 1994.
El presidente Carlos Salinas de Gortari había designado al hermano menor del acaecido como Fiscal Especial, para dar un ambiente de mayor imparcialidad y certeza a la investigación que tenía como finalidad encontrar a los culpables intelectuales del asesinato ya que el autor material fue detenido casi en el mismo momento, aunque Ruiz Massieu renunció a los dos meses alegando poca cooperación de las autoridades idóneas para después ser acusado de encubrimiento y de recibir algunos millones de dólares de dudosa procedencia, por lo que huyó a los Estados Unidos en donde algún tiempo después encontró la muerte por su propia mano, dejando una misiva para su familia y otra para las autoridades cuyos contenidos se dosificaron a la opinión pública.
La anterior referencia sirve para recordar que cuando las pasiones políticas se desatan aúllan los demonios. No trato con esta colaboración de pintar escenarios catastrofistas ni de dar cátedra de política a nadie, además que no tengo ni la capacidad ni el prestigio para ser leído por otras esferas que no fueran mi reducido grupo de muy apreciados lectores. Es la modesta opinión de un ciudadano que en uso de su libertad de expresión manifiesta sus inquietudes dentro del clima de libertades que debemos aprovechar en forma constructiva. En tratándose de política, algunos de mis planteamientos parecerán ingenuos pero por algo Dios escucha a los inocentes. Ahí quizás…
En las actuales circunstancias en el panorama nacional se avizoran nubarrones con acechos de tormenta que es el tiempo siniestro en que la maldad trata de imponerse a las conductas serenas y ecuánimes y de gran sensibilidad, que son las que pueden conducir a la gran nave nacional a puerto seguro en el supuesto caso que soplaran vientos huracanados antes o después del próximo proceso electoral, a no ser que existiera la buena voluntad plural para encontrar caminos de concordia.
En la mayoría de los estados de la república hay asomos de demonios y a éstos hay que conjurarlos en aras de la tranquilidad social y de lo que viene con características inéditas. Una jornada electoral sin acuerdos básicos para garantizar una atmósfera que responda a la paz social y la preservación de las instituciones establecidas, sería la primera invocación a los entes del desorden y la anarquía sino se cubre este requisito indispensable en todo proceso democrático.
En un ambiente que no estuviera enturbiado, los políticos podrían operar desde las alturas sin mallas de protección y sin temor a que algún diablillo jale de la cuerda para que se precipiten al vacío para crear un clima de mayor intranquilidad y hasta de enfrentamiento. No debemos dejar que las sombras se apoderen del ambiente nacional; el poder enferma de soberbia a muchos de los que poseen la suficiente influencia, tanto en la esfera pública como la privada, pero desconocen o se niegan a observar los delicados intríngulis de la política a la mexicana pensando que la nueva realidad no admite recetas trasnochadas.
La siembra del consenso a través del diálogo permanente y las actitudes concordantes con el interés nacional, son la vía correcta para que caminen los procesos democráticos, alentados por acuerdos abiertos o discretos encaminados a garantizar la tranquilidad social antes y después de las elecciones.
El intercambio de impresiones se daría conforme lo exijan las circunstancias, especialmente después que finalice el proceso electoral. Cualquier célula “inquietante” del signo que sea, deberá ser desactiva por los que tuvieran la influencia directa sobre ellos, en aras del supremo interés del México del siglo XXI, donde quiera que se encuentren. La comunión para la paz social debe llegar hasta los “vecinos más distantes” como un ejemplo de pluralidad con la consigna cívica que México es primero.
Exorcizar a los “malosos” que perviven en todo el cuerpo político nacional, partidarios de la violencia o de la supresión o poseído por el rencor desmedido generador de las vendettas políticas, es tarea de primer orden. La política se observa con una profunda lectura a la realidad y hay gentes que carecen de la suficiente visión para observar que podríamos estar a la orilla del precipicio o de una nueva oportunidad para la nación gane quien gane con limpieza electoral, por ausencia de sensibilidad y de serenidad republicana.
Desde Quintana Roo hasta Baja California, debemos conjurar a los demonios para que no anden sueltos otra vez y no vuelvan a poner en jaque, de cualquier forma, a las instituciones instituidas por mexicanos visionarios. México necesita de hombres y mujeres libres que sean leales al interés nacional, aportadores de luces y no de sombras en estos tiempos que son especiales para la unidad y la reflexión.