La selva del sureste mexicano: el gran jardín de los mayas | Por Carlos Meade

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Decir que la selva maya es un jardín no es una metáfora. Desde hace más de 8 mil años, los pobladores de lo que hoy son las tierras bajas de Chiapas, Guatemala, Belice y la península de Yucatán han manejado su entorno, con cada vez mejores conocimientos y prácticas, de tal manera que la selva que conocemos hoy es el resultado no sólo de la evolución natural sino de la forma en que los mayas y las poblaciones que les precedieron modelaron el medio ambiente para hacerlo más adecuado a sus necesidades, pero sin romper los equilibrios naturales. Es por eso que, hoy día, muchos mayistas concuerdan en que el modelo agrícola maya de la milpa itinerante y diversas prácticas de silvicultura, convirtieron a la selva en un verdadero jardín.

Cuando alguien se pasea por su huerto, reconoce cada una de las especies presentes y sabe cuándo es bueno sembrar y cosechar cada una de ellas, qué cualidades tienen, etc. Cuando un campesino maya camina por la selva, identifica cada una de las especies, sabe para qué sirven, cómo aprovecharlas mejor y cómo favorecer su permanencia.

Entre muchas de las polémicas que se han suscitado en torno a las técnicas agroforestales de los mayas, sobresale el debate sobre la milpa itinerante, un sistema agrícola que, a gran escala, se ha dicho, es destructor de la selva. Las últimas investigaciones, sin embargo, han terminado por darle la razón a quienes han defendido la idea de la milpa como un sistema de conservación y renovación de la selva. 

En un trabajo reciente, los reconocidos investigadores Anabel Ford y Ronald Nigh (“El jardín forestal maya: ocho milenios de agricultura sustentable en las selvas tropicales bajas.”) concluyen que: La milpa maya como mecanismo de conservación era y es un generador de biodiversidad y de renovación endógena de la fertilidad del suelo, estrategia todavía útil y necesaria para el futuro de la humanidad en los procesos de restauración ecológica.

Los autores llegan a otra conclusión que debería preocupar a quienes diseñan las políticas públicas de desarrollo rural: la mayor amenaza a la conservación de la selva es la pérdida de conocimientos tradicionales, que se derivan de transferencias tecnológicas inducidas desde un modelo cultural dominante que ignora y desprecia una sabiduría milenaria.

Aunque está ampliamente reconocido por los mayistas que la milpa es una ciencia, por los conocimientos que implica y también una técnica agrícola compleja y sofisticada, por el manejo de suelo, especies y ciclos naturales, parece que las autoridades mexicanas responsables del desarrollo agrícola y forestal no se han enterado. Para el manejo del fuego, por ejemplo, aún existen los “cuidadores del viento”, campesinos expertos que saben hacer una quema de forma que ésta acelere el retoño de algunas especies. Pero este tipo de sutilezas no han sido detectadas por los ingenieros forestales y los agrónomos que diseñan y operan los programas de gobierno.

Tampoco se han detectado exitosas técnicas de aprovechamiento y conservación como el jáal paach kaaj, que consiste en un cinturón verde alrededor de los poblados y cuyas funciones son múltiples: proveer de leña y palizadas para uso doméstico, evitar que la fauna doméstica invada las milpas, Impedir que la zona de milpas se compacte empobreciendo la diversidad de los mosaicos de vegetación, proteger al poblado de incendios forestales y huracanes, crear un micro-clima, atraer y conservar el agua, conservar la biodiversidad, proveer de carne de monte, plantas medicinales, frutas, semillas silvestres y también de néctar para las abejas. En los informes de ordenamientos territoriales comunitarios, financiados por la Conafor, hemos podido constatar, con preocupación, que estas áreas están reclasificadas como `reservas de crecimiento urbano´. ¡Qué disparate!

A pesar del apabullante conjunto de evidencias sobre las técnicas exitosas de manejo de los mayas, las instituciones mexicanas siguen ignorándolas y promoviendo, con arrogancia, proyectos ajenos a la tradición cultural de este pueblo, proyectos que, por ello, no tienen ningún resultado y, que las más de las veces, resultan contraproducentes. Ejemplo extremo son los programas promovidos por la Conafor para la península de Yucatán, en los que se financian estudios forestales, planes de manejo forestal, áreas de reforestación y de agro-forestería, todos bajo esquemas y metodologías de ingeniería forestal que no tienen ningún sentido para los campesinos. Y es que, mientras para los ingenieros egresados de Chapingo la forestería y la milpa son prácticas opuestas, en el sistema integral de los mayas, la milpa es parte del manejo del bosque tropical y no un elemento contrario a la conservación.

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