Por su ubicación geográfica, por su historia y por el nuevo entorno socioeconómico que en tiempos recientes la ha invadido, la ciudad de Tulum encarna hoy una triple frontera. 1) Representa el límite Norte de la bio-región maya máasewal, un área social y culturalmente conformada por los descendientes de los mayas orientales, 2) Desde la perspectiva del desarrollo turístico representa, también, el límite Sur de la costa Norte de Quintana Roo, costa hoy conocida por la marca Riviera Maya. 3) Representa, finalmente, a nivel global, uno de los destinos obligatorios para los jóvenes universitarios (principalmente europeos), quienes crearon la Ruta Maya, recorrido que incluye, de manera preponderante: Palenque, San Cristóbal de las Casas, Atitlán, Tikal, Chichén Itza y Tulum.
Como frontera cultural, Tulum significa el avasallamiento de un territorio con cinco siglos en resistencia, arrasado ahora por la fuerza casi invisible del capital en su modalidad de industria turística: una nueva vertiente de colonización salvaje, disfrazada de “civilizado” programa de desarrollo.
La invasión de Tulum anuncia el preocupante futuro de la bio-región. Son sólo 100 Km. los que separan a Tulum de Felipe Carrillo Puerto, la antigua Chan Santa Cruz, capital de los mayas rebeldes. Si hasta el momento la invasión no ha llegado allí es porque ese poblado no tiene una playa cercana. Pero no falta mucho para que los inversionistas se lancen en tropel a la conquista de las selvas, las lagunas y los cenotes, que son atractivos que pueden desarrollarse, sobre todo cuando en la costa el espacio ya está saturado y el agua ya no es segura para el bañista. Algunos están llegando tarde a este mercado en remate. ¡Que conveniente encontrar comunidades paupérrimas y desesperadas! Miguel Quintana, el socio mayoritario del grupo Xcaret, ya ha comprado más de 50 terrenos con cenotes y cavernas, tanto en Quintana Roo como en Yucatán.
En otra de las fronteras, el proceso de integración de Tulum a la marca Riviera Maya plantea una confrontación entre la pequeña hotelería (que se desarrolló para un turismo joven mayoritariamente europeo) y las grandes cadenas que ya han entrado al escenario: Bahía Príncipe, un todo incluido español con 3 mil habitaciones, el Oasis Akumal, con 400 habitaciones, bajo la misma modalidad y el hotel Dreams, también en la modalidad all inclusive, en este caso incluyendo un monumental acto de corrupción al estar asentado dentro del Parque Nacional Tulum, por lo cual se encuentra bajo un proceso judicial impulsado por el Centro Mexicano de Derecho Ambiental, que está exigiendo su demolición.
Una buena parte de la pequeña hotelería también está asentada en el Parque Nacional y aunque todos estos negocios se ostentan como “ecológicos”, la verdad es que casi ninguno tiene una gestión ambiental aceptable, ni siquiera en el manejo de aguas residuales que, en este caso, es crítico. A estos hoteles se les ha ofrecido, en varias ocasiones, entrar en el proceso de certificación como empresas sustentables pero la respuesta ha sido muy pobre. De un universo de 120 hoteles, a penas 4 o 5 han mostrado un interés genuino y han iniciado el proceso. El resto ha preferido seguir engañando a sus huéspedes vendiéndose como ecológicos sin serlo. La autoridad competente para vigilar que las normas ambientales se cumplan tampoco ha querido o ha podido hacer lo que le corresponde.
En la frontera donde Tulum asoma al mundo globalizado, es preocupante que el flujo de viajeros de calidad (jóvenes universitarios y parejas de clase media alta) que se acercaban al Caribe Maya con responsabilidad, avidez y cariño, ahora descubren, con alarma, que el paraíso tropical está invadido por cadenas y franquicias, que los precios han subido mientras la calidad del servicio baja, que las zonas de manglares se rellenan, que el camino de acceso a la playa está congestionado y es imposible en las semanas pico, que los taxistas son abusivos, que andar en bicicleta es peligroso, que hay malos olores en la playa. Todo esto inhibe al mercado que podría sostener a Tulum como destino diferenciado. En cambio, el avance ya en curso del mercado de sol y playa, que satura la Riviera Maya, tendrá un efecto devastador que, si no se detiene pronto, cambiará para siempre la imagen del destino, aplastando el entorno natural y la cultura y masificando las playas, bajo la inercia de un modelo de desarrollo que orgullosamente apadrinó el desastre ambiental y la inequidad social de Cancún y Playa del Carmen, a los que con ceguera inaudita o cinismo descarnado abandera como proyectos de desarrollo exitosos.
Sobre el uso y abuso de la marca turística “maya”, hay que decir que nadie le pidió permiso a los mayas y que nadie aporta un peso a los mayas por servirse de una marca que vende y vende muy bien. Mundo Maya, Riviera Maya, Costa Maya, Villas Mayas, Jungla Maya y mil etcéteras. Son miles las empresas que se favorecen del gran prestigio que la cultura Maya tiene en el mundo, cultura de la cual los mayas actuales son herederos directos. ¿No debería haber un porcentaje de las ganancias de las empresas que utilizan la marca para que las comunidades inviertan en lo que ellas mismas decidan? Este es un justo reclamo que las propias comunidades, con todo derecho, están enarbolando.