El afán de tener la razón es una de las perdiciones de quien se mete a la política. Se entienden tales ganas por la naturaleza de “su oficio”: dirigir, organizar, guiar, ser los mejores, todo revestido con artificios, discursos, oratoria, argucias. Algunos, en el fondo son exhibicionistas que persisten en tener la razón aun si la realidad muestra lo contrario.

No se necesita ser político de tiempo completo para ir con esa tendencia, hay necias y necios hasta debajo de las piedras, o refinados que nunca se equivocan porque cuentan con reflectores y micrófonos. Entre estos se encuentran Trump y el escritor M. Vargas Llosa, más conocido por sus poses mediáticas que por su obra, y al ser premio Nobel más aún. Vaya circo ese premio…

El circo político dejó de interesarme desde 1988, cuando el poder se me mostró como otra área de negocios y para nada como misión ética. Pero me desconcierta otra descomunal fantochada de Vargas Llosa sobre México (no votar por populismos), publicitada y difundida como una verdad absoluta ante las elecciones que se avecinan. Desde este momento aviso que mi candidata quedó fuera de la contienda, precisamente por ser de l@s que no gustan a la gente decente como Vargas Llosa. Cualquiera puede equivocarse; lo trascendente es ser capaz de reconocer el error, cuando no se tiene la razón. Uno que ya tiene 82 y sólo ve con miedo a indios, negros y mestizos haciendo su democracia, encarna ese rancio espíritu criollo en América Latina que cuando pierde arrebata, no quiere que se releve a esos pocos llamados a “dirigir, organizar, guiar, ser los mejores”, aun si desde las independencias su único plan es que millones sigan en la miseria. 

Leer a Vargas Llosa como vocero de élites; oírlo presumir como caballerango liberal Hechura de Primer Mundo; poco le falta para invocar pintas modelo ’73 “Yakarta viene”… Ya es otro caso de senilidad elevada a cátedra, como en su momento afectó a Pound, Borges, Paz, la momia sabionda que se apunte a señalar el único rumbo. Si ese paladín demócrata Made in Europe viviese en México, ¿cuánto aguantaría al Nerón de Washington jode y jode? ¿Qué haría Vargas Llosa santón de las buenas conciencias en Ciudad Juárez, en Guerrero, en Ecatepec, en Tamaulipas, Honduras o Haití? Haría las mismas metidas de pata que hizo en Perú; y no las reconocería. Lo seguro es que cobraría muy bien sus “informes”.

El pasaje a continuación (limitado ante lo extenso del suceso), muestra la faceta insulsa, senil, de una persona alguna vez coherente con su realidad y raíces.

En 1983 se perpetró un homicidio de siete periodistas y su guía en Uchuraccay, poblado de Ayacucho; la región sufría un asedio en dos frentes, por un lado la guerrilla extremista Sendero Luminoso, por el otro la fuerza militar del régimen. El poblado estaba en manos de policías y militares, los periodistas investigaban el previo asesinato de varios campesinos, se ignoraba si habían caído a manos de senderistas o del ejército.

Poco después los reporteros desaparecieron; luego vino el macabro hallazgo de sus restos (victimados a golpes de hacha y metidos por partes en cuatro ataúdes); el hecho desató protestas en Perú y América Latina. El presidente Belaúnde nombró una Comisión Investigadora, tres personas, entre ellos Vargas Llosa, quien actuó como presidente y encargado de redactar el reporte del grave suceso. Como método infalible, aceptó como única y válida la versión dada por los mandos militares; el “Informe Vargas Llosa” dictaminó que los reporteros fueron muertos por comuneros locales al confundirlos con “terroristas”, y listo. De paso aprovechó para vender a la prensa estadounidense y europea tal reporte como artículo in situ, que lo situó como todo un redentor de la democracia; inteligente el escritor, inteligente. 

Pero la vida real es distinta. Las afirmaciones en tal “informe” fueron cuestionadas por familiares de las víctimas, y después desechadas por la justicia peruana, cuando al fin pudo actuar tras retirar el cerco impuesto por los militares. El circo se vino abajo al darse a conocer fotografías captadas por W. Retto, uno de los asesinados, encontradas meses después de la masacre; mostraban a los periodistas en convivio con los comuneros. Quienes los mataron eran otros. En noviembre de 1984, el juez Ventura Huyhua tomó el caso, decidió enjuiciar a Vargas Llosa, lo desmintió y encarceló en la ciudad de Ayacucho; el presidente Belaúnde y algunos parlamentarios entraron en su defensa cuando abogados y familiares de los caídos, pedían que se le enjuiciara también por haber iniciado una campaña de desprestigio contra los jueces, y pretender intimidar al tribunal que investigaba el crimen en Uchuraccay.

Vargas Llosa refirió la razón del crimen con un recurso entre literario y antropológico: un Perú moderno y un Perú profundo. Nunca ha aceptado haberse equivocado en su papel de esclarecedor: “Todos somos culpables”; y menos admite haber hecho negocio con semejante suceso en su tierra natal; está en su derecho, en especial por vivir en España desde 1992. El mismo derecho tienen deudos de víctimas y decenas de organizaciones civiles, para señalarlo como protector de castas militares e iniciador de la estrategia que aplicaría Fujimori, al instaurar “aldeas estratégicas contra la subversión” –a su vez antes probadas en Vietnam o en América Latina desde el siglo XVI.

Para la mayor parte del continente, hoy más aún en México, Vargas Llosa tiene dos facetas: El demócrata por fuera y que todo lo sabe… Y el criollo como esfinge que reza por dentro y casi fuera de sí: “¡Tengan miedo… prepárense para lo peor… miren cómo están en…!!” Bien podría exponer que si eso pasa en países que han querido librarse de criollos y colonialistas, es por pagar un precio de siglos, una eterna deuda externa que es buena para los elegidos; los demás a soplarse planes maestros y contubernios anquilosados de bancos, élites y castas políticas. Bien me quieres bien te quiero, nomás no me toques el dinero.

¿Dónde habrá quedado quien hizo posible “La tía Julia y el escribidor” como gran retrato de su tiempo? Porque ese que presume de demócrata y que nunca se equivoca, que escribe para cubrir apariencias y celebrar las glorias de países decentes, parece querer ser recordado más como albacea de la tía Élite, su encubridor.

La Guadalupe SMA

mayo 2018

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