Confieso que, de un tiempo a esta parte, he estado lejos del teclado, de esa activa soledad que te da la duda de no saber cómo empezar a escribir porque el silencio no da para más con tanta matraca y voladores pueblerinos boceando candidatos desangelados y sin atributos, con tantos mítines que se pudren de aburridos, con tanta dieta a base de friolín y torta de cochinita, y demasiadas caminatas que hacen sudar la gota gorda al grillo tropical vestido con todos los colores del arcoíris de nuestra tragedia nacional. Tengo en mi libreta de apuntes y mi disco duro externo, entrevistas y fichas de investigaciones culturales, antropológicas, históricas y literarias, que no he podido poner en limpio, en teclado arial doce, por tanto pinche comercial grillero que ya tengo hasta la sopa y hasta en los filtros de mis cigarros, y eso me ha generado un sentimiento de culpa que deseo remediar, cuestionando al respetable: ¿qué se creen estos señores y señoras de verborrea hueca e indiscriminada?, ¿acaso han sido lamidos por los dioses del presupuesto y por una falsa democracia crecida entre el partidismo y mis cuotas tribales de poder?
Hoy todos nos hemos convertido, más que mal que para bien, en fanáticos de las causas y los dichos del Caudillo, en apologistas de la maquinaria y la “estructura” del otrora súper partido y su candidato ciudadano, en fundamentalistas de las entelequias del neoliberal, en catador de los tacos de suadero del independiente, y hemos combatido a los que no forman parte de nuestras interpretaciones infantilizadas de nuestra grilla de albarradas municipal. A cada post del truhán defendiendo lo indefendible, van mis obuses de epítetos cargados de conciencia enrabiada de clase.
Sin embargo, como siempre he pugnado por la entereza de carácter, por la discusión de ideas donde solo existe el ulular de las entumecidas ideologías, no me he metido a diseccionar, en estas hojas en blanco del Word, asuntos frugales como las encuestitis, las prospectivas personales de quién ganará la albarrada municipal, no he dicho la frase de guerra “este arroz ya se coció”, ni he profundizado en las trapisondas de la grilla nacional y regional, trópicos y mar turquesas incluido. Esos saraos no me competen, me aburren, solo merecen mis gastados epítetos ahítos de denuestos, en muros facebooqueros, y hasta ahí. En cuestiones de política, sigo la máxima quijotil: los que gobiernan ínsulas, o penínsulas, han de saber gramática. Hay monos sin gramática que no saben ni siquiera hablar con correcta pronunciación y ya se quieren subir a la albarrada del poder. Nos falta, sin duda alguna, demasiados ciudadanos, y la flacura de éstos corre pareja con la engordada kakistocracia nacional y municipal.
Sin embargo, en días recientes hubo dos acontecimientos que acallaron por breves momentos las monsergas de los grillos cantores encaramados en las albarradas de mi pueblo: el arranque del mundial Rusia 2018, y el triunfo de la selección mexicana de fútbol frente al tetra campeón Alemania. El triunfo de México sin duda fue inesperado: los pronósticos (que no las encuestas), daban por segura goleada a los ratoncitos verdes, a los chihuahuas frente a los pastores alemanes. En una genialidad futbolera, de esas que sólo se dan cuando el azar y la pasión son propicias, México, por conducto de Hirving Lozano, metió el solitario gol y defendió hasta morir su arco. El resto fue un aguante sostenido, con un par de señores paradas que hizo el portero Memo Ochoa a los teutones.
Lo que vino después, cuando el árbitro pitó el final del partido, fue la efervescencia de un país guadalupano y pambolero. Y por las redes, los “memes” comenzaron a brotar como hongos después de una prolongada lluvia de noviembre, recordando el caso de las “escorts en una fiesta de los futbolistas mexicanos: un meme con la fotografía del seleccionador nacional de Alemania y con la leyenda de “traigan 30 putas a mis muchachos, parece que sí funciona”, o “¡putas para todos, y que las pague Peña!”, salieron en los muros del face de mis contactos. La “arremetida falocrática y misógina” (según las feministas de armas tomar) se dio hasta con un reconocido académico conservador: el tuit de Raúl Trejo Delarbre -quien escribió que los de la selección ganaron con su triunfo sobre Alemania “todas las escorts rusas con las que puedan soñar”-, fue subido al muro de Nacho Progre. Trejo Delarbre respondió con una captura de pantalla de otros tuits donde trató de explicar su “exabrupto machista” (otra vez, la hipotética feminista de armas tomar). En una de las glosas a su tuit, señaló: “Mi comentario fue formulado en el contexto de la persecución moralista, quizá sí misógina, que se esparció ante la fiesta de los seleccionados mexicanos. Aquel festejo era parte de la vida privada de esos ciudadanos y fue indebidamente comentado y cuestionado en público”.
Pero estas respuestas rápidas en redes al triunfo de la selección mexicana, no se compara con otras escenas más crujientes en su rotunda estupidez: a la misoginia patriarcal de los mexicanos (el país manchado por las muertas de Juárez y los feminicidios que nos avergüenzan), se aúna la homofobia de los hinchas de este país en la Rusia de Putin con su execrable “eh, puto” (y la anuencia tácita de la Femexfut ante este cántico infame, habría que subrayarlo); los desmanes de los “mirreyes” con poder adquisitivo para ir a Rusia y pretender tirarse a tantas eslavas, y quienes han pintado, a ojos del mundo, su atraso y desespero político por un posible triunfo de la izquierda mexicana a pocos días de iniciado el mundial.
No soy anti futbolista, le soy fiel a los Toros Neza del gran Antonio Mohamed y el Pony Ruiz, y pienso que el futbol es “el juego del hombre” y que Dios es redondo. Desde tiempos de Shakespeare, el fútbol era considerado un deporte para plebeyos: esa fue la esencia misma del soccer, un deporte de las clases bajas que en el siglo XX se convirtió en un deporte global de multitudes, de pasarela y televisión. Hasta 2010, los mundiales todavía me interesaban. De ese tiempo a esta parte, el fútbol se fue diluyendo de mi lista de prioridades. Pero quedan unas imágenes, unos nombres que provocan en mí, sentimientos de tribu: Stoichkov, Zidane, Romario o Pobórsky, son nombres talismanes, nombres de guerra en canchas llaneras, similar al ¡Gerónimo!, y “por Santiago”. Pero esto no es óbice para criticar, con enjundia, a los hinchas que han hecho de una victoria de la selección mexicana, motivos del bárbaro para mostrar al mundo nuestras pobrezas en educación y respeto al otro. Quemas de banderas bajo el ángel de la independencia, o bailes exóticos de borrachos y tropicalosas mujeres en el bulevar de Chetumal, son la misma cara de nuestra estúpida condición patriotera y nuestro nacionalismo de primates que se restringe a once monos corriendo detrás de un balón. Borges, el gran Borges, decía que el fútbol es popular porque la estupidez es popular. Viendo las imágenes de los hinchas del bulevar de Chetumal, no dudo ni por un momento de la célebre frase del argentino.