Después de 12 años de sequía, hace unas semanas los Leones de Yucatán obtuvieron su cuarta corona en su historia, en la Liga Mexicana de Béisbol. Un 27 de agosto de 2006 fue la última vez que lograron el título, precisamente con el equipo que el miércoles 28 de junio vencieron después de siete largos encuentros para proclamarse campeones: los Sultanes de Monterrey. Sin duda, para Yucatán y la Península, en esos días finales de junio se respiró una triple efervescencia que recorrió la mayor parte de sus pueblos: el mundial de fútbol y los primeros triunfos de México y su estrepitosa derrota con Suecia y su derrota en el cuarto partido con Brasil, la final de la Serie del Rey de la LMB, y una campaña electoral que llegó a su fin el domingo 1 de julio, en donde se disputó la continuidad de un régimen neoliberal, o vía un presidencialismo fuerte, el cambio de timón hacia un mayor control del Estado en áreas neurálgicas para el país.
Resulta que el lunes 2 de julio de 2018 amanecimos con la novedad de que ya teníamos nuevo gobierno de izquierda, que arrasó como tsunami todos los 300 distritos del país y que la votación fue masiva, histórica, total: AMLO, macaneando por arriba de 53% (30 millones de mexicanos votaron por él), al fin había ganado las elecciones presidenciales, inaugurando una etapa inédita para el país. ¿Y ahora, qué canciones escucho?, ¿Seguirá estando vigente Óscar Chávez? De pronto amanecimos con la novedad de que todos nuestros repertorios musicales que iban dirigidos contra el mal gobierno (desde el corrido del agrarista, pasando por “Salario Mínimo” y “Dame el power”), ya no tenían razón de ser, ya habían pasado de moda; resulta que los huarachudos que forman “el pueblo”, nunca habíamos estado en esta situación inédita, inexplorada, ignota, irreal, el mare incognitum desde 1934: la afinidad con el nuevo gobierno, un gobierno de izquierda, desde luego. Tendremos que rebobinar el casset y creernos la idea de que el cambio y la justicia vendrá para tantos movimientos sociales y tantas luchas, anhelos y exigencias de los “humildes y olvidados”.
Esto era lo que pasó por mi cabeza mientras redactaba este artículo que, en realidad, versaría sobre el béisbol y las actitudes regionalistas de la Península. Ya habrá tiempo para hablar más a fondo de lo que sucedió en las urnas el pasado domingo. Vuelvo a mi discurso.
Ese lunes inédito después del 1 de julio perdimos con Brasil, los ratones verdes fueron eliminados y a nadie dolió eso. Ricardo Tatto, escritor meridano, posteó una verdad producida por la resaca de todo un pueblo por el triunfo obradorista: “Por primera vez en décadas la felicidad de millones de mexicanos no depende de un partido de fútbol. Primer milagro de AMLO…” ¿Sólo tres décadas? Póngale 8 más.
El futbol y la política es un tema de nunca acabar, suscita respuestas vitriólicas y discursos que no admiten discrepancias entre los fanáticos. No indagaré en los meandros irracionales de esas dos facetas de la condición humana que nos regresan a tiempos de las cavernas (soy un hombre feliz y no quepo en mi moldura de felicidad por el triunfo de AMLO). Me interesa, más bien, hablar de una casaca y una bandera regional de la segunda mitad del siglo XIX que ha vuelto a ver la luz en pleno siglo XXI; y del inveterado regionalismo yucateco y las “pulsiones” separatistas que en algún momento han salido a flote a lo largo de casi 200 años de historia peninsular. Así, con ese tono neutro y vulgar en su indiferencia, había dejado este texto inacabado las vísperas de las elecciones del domingo. Prosigo.
Sabemos que el béisbol, el deporte favorito de “Amlovsky”, hace menos de 50 años era considerado el deporte por antonomasia en la Península, antes de que el fútbol se convirtiera, vía la televisión, en hegemónico. Gilbert Joseph, en un lejano ensayo de la década de 1980, estudió cómo el Partido Socialista del Sureste, con Carrillo Puerto y después de Carrillo (década de 1920-1930), usó al béisbol para movilizar a las masas y “forjar patria” en Yucatán. Joseph señala que uno de los legados revolucionarios más duraderos entre el campesinado yucateco, fue la pelota caliente: “El estado tuvo tanto éxito en su campaña, que el béisbol se ha convertido en un pasatiempo regional, una anomalía en una nación que proclama en todas partes al fútbol como el juego del pueblo”. El béisbol fue y es tan presente en casi todos los pueblos de la Península como Oxkutzcab, Tekax, Ticul o en José María Morelos, Quintana Roo. Existen estampas de la pelota caliente, en la década de 1940, en pueblos de reciente repoblación del Territorio de Quintana Roo, como Dziuché. El béisbol es un deporte que solo es posible de entender y entusiasmarse en la infancia. Todavía recuerdo al gran “Johny Bench”, el maestro Pepe Esquivel, entusiasta del rey de los deportes en el sur del Yucatán.
El béisbol yucateco también tiene a sus cronistas, historiadores y curadores. A los trabajos pioneros como el de Joaquín Lara y Luis Ramírez Aznar, existe un personaje desaforado que tiene como objetivo hacer la historia total del béisbol en Yucatán: es el caso de don Emmanuel Azcorra, una especie de Funes el memorioso para todo lo que se trate del béisbol (lleva el registro estadístico de los Leones desde su primer año, 1954). Azcorra es un periodista e historiador de los leones de Yucatán nacido en Oxkutzcab hace más de 70 años. De él es el dicho de que en cada “mata de china” que crece en Oxkutzcab, hay un beisbolista encaramado: “Es cierto que en Oxkutzcab lo que abundan son las matas de naranjas. Exportamos los cítricos a todo México, a Estados Unidos y a Europa. Pero también es cierto que, en cada mata de naranja, hay un beisbolista colgado, bajando naranjas”. Con los datos que ha ido recabando a lo largo de su trabajo periodístico y de archivo de más de medio siglo, Azcorra, sin sombra de duda, afirma que está capacitado para escribir una “enciclopedia de los Leones de Yucatán”, en varios tomos. Pero Azcorra, un yucateco de la vieja guardia (nunca sale a la calle sin su grisácea guayabera), tiene el regionalismo cuasi separatista incardinado en sus afanes investigativos: “Es una pena y una vergüenza que a los actuales directivos, que no son yucatecos, no les guste la historia de los Leones de Yucatán, pues no se han preocupado por sacar un libro histórico que recopile tantos juegos, tantos récords y tantas efemérides”.
No necesito decir que el triunfo de los leones movilizó mis irracionales sentimientos regionalistas, rondando hacia el separatismo peninsular (para, acto después, con el triunfo de Obrador, volver a mi hermosa patria más allá de la Península), y más cuando me percaté de los uniformes que esta temporada de 2018 portaron los melenudos: en todas las casacas estaba estampada la bandera yucateca, un símbolo preciso, dicen, del separatismo yucateco. Y aquí deseo recalcar estos tópicos para llegar a una idea ya obvia: la tremenda actitud regionalista de Yucatán que, arguyo, conforme pase el tiempo, y las migraciones del centro hacia la Península sigan en aumento, se irá diluyendo, al igual que el conocimiento y la utilización del “uayeísmo”, es decir, de la forma tan característica del hablar del yucateco.
“El país que no se parece a otro, “el mundo aparte”, el “nacionalismo yucateco frente al Estado mexicano”, que tantas veces ha sido analizado por sociólogos, antropólogos, politólogos, historiadores y literatos, con la marejada de las culturas híbridas, las migraciones internas, la presencia de chilangos y otros “huaches” en Mérida, tiene como fin insalvable su dilución histórica. Si bien hemos hecho la crítica de un nacionalismo postrevolucionario “inventado”, y hemos asegurado su origen entre las élites letradas del siglo XIX y su correlato del XX; en Yucatán el desarraigo de lo regional no rindió sus frutos, al contrario, desde la década de 1840 (en 1841 se “tremoló” por un momento la bandera yucateca; de esa década se dieron las separaciones momentáneas de Yucatán, apelando al federalismo y en contra del centralismo mexicano) se comenzó a gestar un sentimiento regionalista que tuvo sus orígenes en la colonia, y que apelaba a la geografía, la historia y las miradas promisorias a futuro. Pero tal vez este regionalismo tuvo un periodo de fuerte resistencia hasta la década de 1970, y cuyo último correlato fue “el desacato yucateco” a las exigencias de la federación, en el último año del segundo periodo de Víctor Cervera Pacheco.
Ahora bien, me atrevo a decir que este regionalismo, como todos los ismos de corte nacionalista, solo es posible de concebir entre literatos e investigadores de lo “yucateco”, que van desde los trabajos de Rubio Mañé y su exégesis del separatismo yucateco, como las consideraciones bucólicas del poeta Fernando Espejo y otros “yucatecos profesionales”. Aunque, desde luego, llama la atención dos trabajos recientes, desde las ciencias sociales y las humanidades, que han tocado el tema del regionalismo yucateco. Uno es el ensayo de Jorge Figueroa Magaña, quien mediante estudios cuantitativos, y tomando como base cuatro variables (regionalismo, etnocentrismo, internacionalismo y conservadurismo), apuntó que los yucatecos “se identifican más con la comunidad local o regional”, y que “esta preferencia por lo local sobre lo nacional podría ser mayor en Yucatán que en otras regiones”. A su vez, Vizcaíno Guerra, en una nota a un libro suyo que trata sobre el nacionalismo de Estado, indicaba que el de Yucatán es un nacionalismo regionalista de alto significado para el debate en México en el siglo XXI, pues pone a la mesa de discusión los sentimientos regionalistas que el Estado postrevolucionario no pudo clausurar:
“Pienso que la cuestión de Yucatán será uno de los grandes temas de México en el siglo XXI. El singular diccionario de naciones sin Estado de Minaham (1996), que examina 200 culturas que han buscado el reconocimiento internacional de su independencia y se identifican a sí mismas como una nación aparte, incluye a Yucatán. Aunque los criterios siempre son imprecisos, el autor, como una parte de los yucatecos, piensa en Yucatán como una comunidad que aspira a una mayor autonomía. En los últimos años se ha hablado mucho de la autodeterminación de los indios, por el asunto de Chiapas. Pero muchos habíamos olvidado a Yucatán: durante largo tiempo, los líderes yucatecos consideraron que ésa era una región aparte de México. Aunque en 1843 las tropas federales acabaron con un movimiento de secesión, las tensiones persistieron a lo largo del siglo XIX y hasta la Revolución de 1910. Tanto las guerras de castas como las luchas entre las cúpulas provinciales y el centro de México dieron lugar en Yucatán a una historia en la que la inestabilidad y la voluntad natural secesionista tanto de indios como de mestizos y criollos nunca se atenuó hasta el primer tercio del siglo XX. En 1916, Carrillo Puerto llamó a Yucatán “República Socialista”, y en 1924 un movimiento de mayas y mestizos volvió a declarar la independencia y estableció “la maya” como el idioma oficial. En respuesta, el gobierno federal envió tropas y recreó el territorio de Quintana Roo; la separación de Campeche no había sido suficiente para fragmentar la región. Luego se construyeron múltiples vías de comunicación y muchas escuelas, con lo cual pareció lograrse definitivamente su integración al pacto federal. Ése fue otro de los grandes proyectos nacionalistas de Lázaro Cárdenas: aun así, creo que el asunto no está del todo resuelto, como fue evidente en la crisis política del año 2001, cuando el Congreso local desacató las decisiones de las instituciones federales”.
A propósito de las fiebres nacionalistas, regionalistas o del separatismo yucateco, mención aparte tiene esa larga historia de “nativismo” quintanarroense que fue engendrado en tiempos del Territorio de Quintana Roo en busca de un gobernador nativo, y que fue revivido en las campañas por la gubernatura en 2016, bajo el rublo del “quintanarroísmo”. Este “nativismo” -que no tiene razón de ser en un estado donde el 52.6 por ciento del número total de residentes en Quintana Roo, tiene orígenes “fuereños”-, surgió nuevamente en el frenesí político de 2018, en un municipio quintanarroense donde la mayoría de sus ciudadanos tiene orígenes yucatecos. En páginas de Facebook del municipio de José María Morelos como “Que todo José María Morelos se entere”, en estas elecciones de 2018 pudimos comprobar cómo a una candidata se le atacaba con el sambenito de “ser yucateca”: no se cuestionaba su capacidad política o administrativa, sino su lugar de origen, un simple accidente geográfico. Una frase que recogí en las “benditas redes”, decía lo siguiente: “En Sabán no permitiremos que gente ajena al municipio dirija nuestros destinos, nuestros abuelos nos defendieron y nosotros también lo haremos con nuestro voto”. Por el contrario, los grupos contrarios a esta candidata “yucateca”, subrayaban que la de ellos sí era “originaria” de José María Morelos, aunque tampoco se le pedía capacidad política o administrativa.
Sin duda, podemos argüir la hipótesis de que los trabajos de Figueroa y Vizcaíno, se entienden por ser escritos en inmediatos años al diferendo que se presentó entre el gobierno yucateco encabezado por Víctor Cervera Pacheco, y el recién gobierno foxista. Una resolución de un tribunal judicial no acatada por un viejo cacique regional en declive, hizo que desde el Estado yucateco se trataran de exacerbar los dudosos sentimientos regionalistas: la bandera yucateca que fue tremolada una sola vez en 1841 y que fue quemada por el general revolucionario Salvador Alvarado, en 1915, fue motivo del “orgullo yucateco” festinado por un estado regional que no sé si apelaba a una larga y rica historia regionalista, o se movía únicamente en las coordenadas del utilitarismo más ramplón y maquiavélico. Una crónica de Martín Morita y José Palacios, explicaba ese clima de nacionalismo impostado, no “inventado” pero sí avivado por un cacique con amplios poderes regionales: “El Himno de Yucatán” que se escuchaba antes del nacional en todos los eventos oficiales y en las escuelas, la bandera yucateca en gorras, playeras, calcomanías, que llegaron hasta Cancún con los yucatecos residentes en ese polo turístico.
Una bandera yucateca que, como han estudiado algunos costumbristas de la historia de Yucatán, solo sirvió una vez y nunca tuvo más relevancia en los afanes políticos y administrativos del Yucatán decimonónico y del siglo XX, este 2018 volvió por sus fueros para convertirse en parte de la vestimenta beisbolera de los Leones de Yucatán. Y las preguntas que me han rondado este día, son las mismas que se ha hecho don Manuel Azcorra: ¿conocen no solamente la historia de los Leones los dueños actuales de ese equipo, sino lo que significa la bandera yucateca? Al fin y al cabo, el lábaro no ha dicho mucho de un supuesto afán “independentista” de la Península.
1 O impulsos o tendencias instintivas, según el DRAE.
2 En el entendido de que la independencia formal se dio, no en 1810, sino en 1821.
3 No cabe duda que mucha gente del centro del país radica en Mérida, y se prevé una mayor inmigración posterior a los sismos de 2017. En 2015, Yucatán, junto con Hidalgo, Nayarit y Nuevo León, fue de las entidades con una Tasa Neta de Migración (TNM) ascendente. El 8.6 por ciento de los yucatecos, en 2015 tenían su origen fuera del estado. Cfr. Prontuario de migración y movilidad interna 2015. CONAPO, 2017. Sobre la pérdida progresiva del “dialecto yucateco”, véase mi texto “Nativo de una patria imaginada: de los estereotipos y ‘dialectos yucatecos’”, en https://gilbertoavilezblog.wordpress.com/2016/07/24/nativo-de-una-patria-imaginada-de-los-estereotipos-y-dialectos-yucatecos/
4 Es incuestionable el amor que Espejo sentía por su tierra primera. Véase esa soberbia declaración yucatenista del poeta, en “El orgullo de ser yucateco”, http://www.mayas.uady.mx/yucatan/yuc15.html
5 Jorge Figueroa Magaña. “El país como ningún otro. Un análisis empírico del regionalismo yucateco”. Estudios Sociológicos XXXI: 92, 2013.
6 Fernando Vizcaíno Guerra. El Nacionalismo mexicano en los tiempos de la globalización y el multiculturalismo. UNAM, México, 2004.
7 Véase mi texto “Polvo de aquellos lodos…o del fantasmagórico ‘quintanarroísmo’”. Noticaribe, 13 de octubre de 2016.
8 Prontuario de migración y movilidad interna 2015. CONAPO, 2017.
9 “En medio de la tormenta política, ondea de nuevo la ‘Bandera de Yucatán’”. Por Martín Morita y José Palacios. Proceso, 13 de enero de 2001.