La estrategia productiva de los mayas ha sido, desde tiempos ancestrales, una estrategia diversificada de aprovechamiento de recursos naturales. En el solar, los campesinos mayas producen hortalizas, frutales, plantas de olor y medicinales; además crían gallinas, pavos y cerdos. En la milpa producen maíz, frijol, calabaza y otros alimentos como jícama, cacahuate y camote. Hasta hace unas décadas atrás, en el solar también se cultivaban las abejas meliponas, una práctica que está regresando después de estar en peligro de extinguirse.
En la selva alrededor de los poblados, un cinturón de vegetación virgen sirve para que las abejas tengan alimento y para otros muchos usos. Allí se obtiene leña para cocinar, horcones y bajareques para las viviendas. También es el hábitat de pequeños y medianos mamíferos como el tepescuincle y el jabalí, que sirven de alimento ocasional para las familias campesinas.
Por otra parte, el aprovechamiento de los recursos forestales (principalmente madera de ciertas especies y chicle) ha sido una práctica introducida en tiempos de la dominación española. El palo de tinte y luego la caoba y el cedro fueron (y siguen siendo) productos de gran valor en Europa. A la fecha, muchos ejidos cuentan con planes de manejo forestal y hacen un aprovechamiento de maderas blandas, maderas duras y maderas preciosas, lo que implica el uso de alrededor de 30 especies conocidas en el mercado, de las más de 300 especies maderables que se han identificado en las selvas peninsulares.
En contraste con este uso diversificado de los recursos, base de la sostenibilidad maya, la estrategia de desarrollo para el estado de Quintana Roo se ha limitado, desde su nacimiento como entidad en 1974, a una sola actividad: el turismo. Pero no sólo se ha restringido a un sector de servicios muy específico, sino que, además, se ha centrado en el aprovechamiento de un solo mercado: el turismo de sol y playa, dominado por agencias de Estados Unidos.
Lejos de la sostenibilidad, esta estrategia ya ha probado sus inconvenientes de manera fehaciente. Grandes huracanes han espantado al turismo, las guerras de Estados Unidos en medio oriente han causado paranoia que ha disminuido el flujo de turistas, lo mismo con el atentado de las torres gemelas y luego con la crisis de la influenza. Y ahora, la nueva amenaza para este modelo que sólo considera la franja costera, es la invasión progresiva del sargazo.
Pero no sólo el sargazo por sí mismo se ha convertido en una amenaza. La ausencia de estrategias preventivas y el desprecio por la investigación científica, paradas ambas en una perspectiva inmediatista del desarrollo, han sido causales de la situación actual. De tal forma, las soluciones que se han propuesto resultan prácticas experimentales que no están funcionando, mientras las opiniones de los científicos empiezan a cobrar relevancia, aunque han generado mucha especulación por la ausencia de investigaciones consistentes, las cuales requieren años de observación y trabajo. Esto ha realzado la necesidad de investigaciones y la implementación de técnicas de manejo que requieren fuertes inversiones, cosas que los científicos han manifestado desde la primera vez que se presentó el fenómeno, hace 6 o 7 años.
Y ahora los empresarios quieren varitas mágicas para retener sus índices de ocupación sin merma. Pero la afectación ya está aquí, las cancelaciones llueven por doquier y no se vislumbra una pronta solución.
Es claro que el fenómeno es muy complejo. El sargazo proviene de las costas de Brasil y su crecimiento se favorece por el desbalance de nutrientes que se presenta en el mar debido a los contaminantes de origen antropogénico que arrastran los ríos en el subcontinente.
Atacar las causas es indispensable, pero desde luego, esto será una tarea muy complicada y de largo plazo. No sólo necesitamos que el sargazo no se acerque a las playas, necesitamos que no se reproduzca en el mar.
Hasta ahora, todas las técnicas propuestas se limitan a tratar de evitar que el sargazo alcance las playas o a retirarlo de las playas cuando ya las ha invadido.
Se ha visto también que puede haber soluciones locales y manejo del sargazo a pequeña escala. Una tecnología que se está probando ahora en la Bahía de la Media Luna en Akumal es el uso de micro-organismos, los cuales se rocían sobre el sargazo para quitarle el mal olor y hacerlo susceptible de uso como abono o como alimento para pollos. Parece que está resultando exitosa.
Esta no es una solución para la problemática, pero es una medida a pequeña escala que puede funcionar eliminando un factor importante: el mal olor. Y puede incorporarse a los planes de manejo de residuos sólidos de los hoteles.
Esperemos que esta nueva lección sobre la insostenibilidad del modelo de desarrollo dominante en Quintan Roo detone otras estrategias productivas, inspiradas en la tradición maya, esa tradición que muchos empresarios y funcionarios dicen venerar y respetar mientras la atropellan con inversiones agresivas e insostenibles.