CHIAPAS, MX.- ¡Viva México!, se escucha a lo largo de la caravana migrante que busca llegar a Estados Unidos cada vez que centenares de mexicanos reparten, de forma altruista desde vehículos o a pie, comida, agua, medicamentos o ropa, publicó Crónica.
“Me duele el corazón de ver a los niños y ahí sentimos nosotros la humanidad de ellos, y como el Gobierno no hace nada”, cuenta emocionada Reina Lucía Ochoa, una habitante de Chiapas que a pie de carretera repartía tortas.
Bajo un sol abrasador, miles de migrantes avanzan en una dura travesía por uno de los estados más pobres del país, con población predominantemente indígena.
Como un atenuante a las inclemencias, a su camino reciben el aliento de centenares de mexicanos, que distribuyen desde medicamentos a comida o ropa.
O los invitan a subir a camiones y furgonetas para facilitarles un viaje que, en el mejor de los casos, los acercará a la frontera con Estados Unidos, a más de 2 mil kilómetros de distancia.
La lluvia los recibió a su llegada a la localidad de Huixtla, pero también el cobijo de sus habitantes.
También de las autoridades municipales, que les ofrecieron dos centros deportivos parcialmente cubiertos, como de organizaciones como la Cruz Roja ─que no ha dejado de repartir litros y litros de agua durante la caminata─ hasta las congregaciones religiosas.
En la única iglesia católica del pueblo, varios centenares de migrantes, la mayoría hondureños, pero también nicaragüenses, salvadoreños y guatemaltecos, se protegen de la lluvia mientras reciben agua y, sobre todo, atención médica proporcionada por monjas.
“Todos llegan deshidratados, traen dolor muscular y es lógico. Y son lo que más tienen junto a la micosis (infección en la piel) en pies, ingles o axilas” por rozaduras, explicó sor Beatriz Salinas de la Cruz.
La monja y enfermera ofrecía a quienes lo necesitaban breves consejos y medicinas aportadas por la congregación.
Los migrantes, acurrucados en la iglesia o en un espacio aledaño, decidieron permanecer hoy en Huixtla para recuperarse de su caminata de más de 35 kilómetros emprendida la víspera, antes de reanudar la marcha que los ha de acercar a Arriaga, donde deberían subirse al tren de carga que atraviesa el país y se conoce como la Bestia.
Pese a advertencias en radios locales sobre cadenas de mensajes que alentaban al odio hacia los migrantes, la mayoría de participantes en este masivo movimiento, que ya califican de éxodo sin precedentes, dan las gracias a los mexicanos.
“Excelente, me han ayudado con comida, agua y algunos aventones en carro”, dice Sergio Cáceres, un hondureño que va en silla de ruedas.
“Se están portando bien. Nos ayudan bastante, en alimentación, en aventones y en comida”, agrega Norma Montalván, que con 23 años viaja con su esposo y dos hijos.
Con estos gestos, como el de un joven en bicicleta que tras hablar con un hombre de unos 60 años le da unas monedas, esta ola de migrantes que anhelan el sueño americano recobra el espíritu en una travesía llena de peligros.
Ayer, al menos un joven murió al caer del camión que lo transportaba y decenas de ellos lo recordaron con un minuto de silencio, calificándolo de “guerrero”.
Ello en el centro deportivo donde pasaron la noche y en medio de fuertes rumores sobre si, al tratarse de un espacio municipal, de noche llegaría el Instituto Nacional de Migración (INM).
Pero uno de los líderes ocasionales de este movimiento, que se gestó aparentemente por redes sociales y por el boca a boca y convocó a los ahí presentes, pidió calma y serenidad. Y todos se encomendaron a Dios. (Fuente: Crónica)