Iba con el Sesán del pasado por calles de arriba abajo, trataba de memorizar ruta y nombre, urgía poder moverme por mi cuenta con claridad, precisión. Ja já.

Un par de veces me perdí y vaya vueltones… me enseñé a amar esa empedrada alfombra roja para mis pies expatriados de la arena, en busca de cualquier jale y ni siquiera 5 pesos para subir la cuesta en camión; luego, extraviado como un niño autista pedir a un señor, a la vendedora de gorditas, a quien fuera: Por caridad ¿cómo le hago para llegar a mi casa? Todo a pulmón: sin tabaco y horas y horas a pie. En eso sí salí a los parientes mayos.

Iba con el Sesán del presente, abriendo la brecha iba él: …aquí se come dos tres …allá sales a una tienda de música …ahorita vamos hacia canal y tomamos rumbo a la estación ¿ahí está tu maleta perdida no? Sí sí… dije con los ojos puestos en un anuncio pintado a mano, madera con toda la onda de haberse hecho en Playa o Tulúm hace siglos:

 

       Don Lupe Grill

Live Music Every Night!!!

 

Iba con el Sesán del futuro por Pila Seca al mediodía cuando dije Aguanta, ¿ya viste? Él se sorprendió, revisó su computadora ¡y no lo tenía en su agenda de antros y espacios para sonar! Nos asomamos; se veía bien, unas mesas al aire libre para fumar, más mesas adentro de un local pequeño, techado pero muy abierto, de unos ocho por cinco m, ahí la cocina, allá los baños, una barrita, y un escenario de tres metros² a 30 cm del piso, con equipo de amplificación onda años 80. Y este negro sabe del modo para sonar con equipos análogos.

Don Lupe Grill… Javier se llama el gerente, un michoacano cuarentón bonachón que hace años se halló bien en San Miguel; tiene un socio muy joven, dándole a todo lo de alimentos y bebidas. Ese 13 de septiembre ya con frío, en la nochecita tenían un evento y el guitarrero (o una cantante) no podían ir. Entonces cayó de la palma el coco, que diga: cayó el maya con sus miles de canas y fracasos, lira negra a la mano, por lo que se ofrezca.

A esas buenas personas les dio piedad; o no les quedó otra que arriesgarse con un ruco de 100 años enumerándoles un extraño repertorio: soka… dub-según-yo… smooth-lovin’-vibes… rock muerto… y las originales. Javier sólo decía Ah… y creyó en la suerte; cerramos el trato, llegar antes de las 7 pm. ¡Oinc!

Para el negro en medio del mar de la nada –la suya no la del pueblo– ese lugarcito fue otra boya. Estaba en partes decorado con cortinillas de carrizo, con bambú por allá, buena cantidad de matas y macetas, y con un marcado gusto por música en vivo y grabada. Te digo… hasta creí que era el Santa Fe del Bob. Y las mejores fajitas del Bajío.

Esa noche, terminada la tocada inició el karaoke y palomazos. Javier aprovechó para echarse unas rolas de su ronco pecho, vernáculas y sentidas tipo José José y el Buki, más noche le entró a José Alfredo. Me sentí como antes y tanto empresario que nos contrataba, al poco rato, por euforia o nomás de gusto, les brotaba su idea de música e interpretación. Algun@s para bien (el Marcel Somba haciéndola de Morrison con pantas de piel a 42°). Otr@s pues… sonaban recio. Javier era afinado y discreto, punto a favor del negro.  

Esa primera noche de jale bien pagado en San Mike fue fantástica, ¡además cayeron Ofelia y Bruno, Andrés Morales, cuatro fans del Sesán, Liz y su porra…!, hacían acto de presencia ante el maya laab, el recién llegado en busca del tiempo perdido… y de trabajo.

Iba con el Sesán de todos los tiempos. Esa nochecita tocamos un molox negro/maya/drogo/místico, y sonamos a toda madre. Por negocios clave entre la empresa y él (¿quién controla la consola? ¿la música de las pausas quién la decide?), esa noche fue su debut y despedida. Lo lamenté, siempre es mejor tocar en manada. En cambio a mí me dieron varias noches más, cena y tragos incluidos además de honorarios. Lo mejor: sentí gratificada el alma, de pronto ya no era un ruco obsoleto, grotesco con su madera eléctrica pateando calles… “a su edad se ve tan mal… lo que pasa es que ése nunca se compuso…”

En las primeras semanas de exilio en San Miguel, Don Lupe Grill tendió la mano a una piedra rodante migrante (y escritor refugiado para acabarla de amolar), dándole trabajo y tratándolo con respeto, una mar calma para recomenzar una vez más. ¿Quién lo diría?… en esta vejez por un breve tiempo Ella, la gentil música, me tomó de la mano y amorosamente me llevó a buen puerto. Ahí me dejó por otro.

 

Casa del árbol SMA

octubre 2018         

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