El 1 de diciembre pasado sucedió lo que tenía que suceder, el ritual del cambio de poderes de un Ejecutivo saliente a uno entrante: el “Caudillo” de Tepetitán se ciñó la banda presidencial (y el bastón de mando), símbolo ganado desde que cinco meses atrás, Andrés Manuel López Obrador obtuviera un triunfo inobjetable, y con 30 millones de votos, su partido ocupara la mayoría en San Lázaro y en el Senado de la República. Para The Economist, AMLO se convirtió en el presidente más poderoso en décadas. Además, Morena, en cuatro años de haber obtenido su registro, se llevó las gubernaturas de CDMX, Morelos, Tabasco, Veracruz y Chiapas, y a un tanto estuvo de obtener la de Puebla, aunque el triunfo del panismo está en veremos en ese estado.
De inmediato, en el lapso de cinco meses, todos los analistas escorados a la derecha –los letralibrescos, pero también algunos columnistas pagados del Milenio y El Universal – no han cesado en tirar metralla contra las propuestas de “Liopitos”, de “SAS” (Su alteza serenísima), como el de llevar a consulta lo del aeropuerto y lo del Tren Maya, así como el caso de los “superdelegados” y la reforma del 13 de noviembre pasado a la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal, que posibilita jurídicamente esta figura administrativa que ha sido vista como de un caso de centralización política y que pone en dudas el “pacto federal”. Esta metralla es normal, pues en una democracia la unanimidad es una estupidez, y el disenso un enriquecimiento. Las voces de la reacción y del conservadurismo son bienvenidas.
Enrique Krauze, que obtuvo jugosas ganancias en tiempos de EPN, esta vez no solo escribió un ensayo contra “El Mesías tropical”, sino que reactualizó dicho dicterio racista, al hacer una coda al mismo y regresar a lo de siempre en un libro completo: a la defensa del liberalismo decimonónico, a la anatomía del poder en América Latina siguiendo el códice Morse (la América Española vista como un Estado tomista seducido por sucesivos caudillos maquiavélicos), a romper lanzas contra el populismo y el trumpismo. Pero al analizar el enquistamiento del poder corrupto en los estados parapetados en un federalismo infame o canalla desde el año 2000, Krauze prefiere traducirlo a un simple “advenimiento de la democracia” y que la institución presidencial dejó su “aura tradicional y monárquica”, poniéndose fin a la “presidencia imperial”. Pero con la sombra del “populismo” revoloteando desde 2006 en México con “El Caudillo López Obrador”, esta supuesta democracia corría peligro, en el entendido de que este nuevo Caudillo podría afirmarse “personalmente con el ‘pueblo’, por encima de las leyes y las frágiles instituciones”. ¿Frágiles instituciones?, ¿qué significaron entonces los 18 años del advenimiento de la supuesta democracia como para no recomponer, democratizar, sanear o modificar las “frágiles instituciones” del antiguo régimen? Una lectura simple comprueba que ese “dispersamiento del poder” significó, a la par de gobiernos nacionales corruptos y militaristas en los primeros doce años del siglo XXI, la llegada de los “gobernadores virreyes”, la fuerza creciente de la delincuencia organizada y su facilidad para corromper a castas políticas regionales fáciles de corromper. Tenemos los casos macabros de Veracruz en tiempos de Fidel Herrera y Javier Duarte, o de los gobiernos de la oncena trágica en Quintana Roo, el Felixismo-Borgismo, cosa reciente y cuyas prácticas y cultura política que dieron pábulo a un culto insufrible a la personalidad aún no están erradicadas del todo en los hechos y hasta en el discurso; gobernadores virreyes que reprodujeron a escala el antiguo presidencialismo discrecional, y que gozando de una gran autonomía y capacidad de operación, así como el nulo contrapeso político dentro de sus feudos (la oposición fue domesticada por medio del garrote o la zanahoria), manejaron crecientes recursos públicos a discreción para beneficios personales y control político: viajes a Dubái, castillos franceses, carros completos, leyes mordazas y leyes anti marchas, los gobernadores virreyes fueron el cáncer de la irrupción de la supuesta democracia que, a veces, tuvo tintes de narcocracia si hacemos caso de las revelaciones del Rey Zambada.
Se ha hablado de la restauración autoritaria a partir del 1 de diciembre. Se ha dicho que el reloj político, con Obrador, puede retrasarse casi un siglo y regresar a la época de la sombra del caudillo, de un Maximato en la era del internet, o bien, de un regreso al Santanismo centralista. Frente a esta fuerza telúrica de un presidencialismo “tlatoanezco”, la respuesta de 12 gobernadores emanados del PAN, fue el rechazo a la imposición de los “superdelegados” en materia de seguridad. Los gobernadores del PAN apelaron al sentimiento regionalista que acuna desde el principio la idea federalista: “El país se construye de abajo hacia arriba, desde el espacio local”, y que resolver los problemas requiere el “conocimiento del territorio, cercanía con la población y atención a las peculiaridades de cada región”. La pregunta, entonces, es saber cúales son en realidad las funciones de los “superdelegados” para acotar los márgenes de crítica al discurso de la defensa de un federalismo mexicano. No podemos decir que se traten de unos “procónsules romanos”, ni de unos “virreyes u obispos coadjutores” como Agustín Basave los definió, pero tampoco podemos establecer sus antecedentes en la figura de los “jefes políticos”. Su función principal es el de ser enlace entre los gobiernos locales y el gobierno nacional. Según la reforma a la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal, los “Delegados de Programas para el Desarrollo”, se encargarán de coordinar e implementar las obras de desarrollo, tendrán funciones de atención ciudadana, supervisarán los servicios y programas a cargo de las dependencias y entidades nacionales.
Sin embargo, esta idea de “supervisar”, de ser “enlaces” y de entenderse de tú a tú con los gobiernos locales, no deja de hacer eco en las clases políticas regionales. ¿Habrá una súper oreja y un ojo avizor del nuevo inquilino del Palacio Nacional? La respuesta oficial es que para nada, que no existe ni se está imponiendo una política de centralización con los “delegados” (muchos de ellos, fueron candidatos perdedores de las elecciones pasadas, como es el caso de Yucatán, y de ahí una de las críticas que se les hace a su existencia), que simplemente se trata de una política de austeridad que contempla solo tener a un delegado en vez de a varios, reduciendo la nómina de altos sueldos.
Entonces, ¿cuál sería el objetivo principal de los superdelegados?, ¿acaso serán los garantes de la Cuarta transformación? Siguiendo a un ensayo esclarecedor de Merino, habría que recordar que el federalismo, ese problema no resuelto en la conformación del Estado mexicano a lo largo del siglo XX; se trató de un federalismo “manso”, pues fue en realidad “el eufemismo de una república presidencialista y centralizadora en todo lo fundamental”. De 1940 y hasta el año 2000, este “federalismo manso” se trató en realidad de una república unitaria, y que la contrapartida de la expansión del gobierno federal, tuvo como consecuencia la debilidad creciente de las instituciones locales (parquedad democrática, deficiencia administrativa, nula profesionalización burocrática). Pero a partir del 2000, con la alternancia del gobierno federal, la Presidencia imperial priísta se traspasó a los estados, y el federalismo manso devino a un “federalismo infame” donde hicieron su aparición los gobernadores superpoderosos, y que con mayor presupuesto e instituciones débiles y poco contrapeso, a la larga posibilitarían el regreso del priato en el 2012 mientras hacian de sus estados sus feudos locales, sin equilibrio de poder interno y externo en las dos presidencias panistas. De 2000 hasta el 2018, siguiendo a Merino, hay que apuntar que los gobiernos estatales “vinieron a ocupar el sitio que ahora tienen sin haber mudado casi nada de las viejas formas de ejercer la autoridad y sin poner al día la distribución de las funciones entre la federación y los estados. De modo que si en algún lugar ha sido obvia la desarticulación entre la pluralidad política y la vigencia de las prácticas autoritarias del pasado ha sido, justamente, en los gobiernos estatales del país”.
¿Serán acaso los superdelegados la respuesta para ese vicio del federalismo infame que fueron los gobernadores otrora superpoderosos? Las ínfulas centralizadoras de AMLO no son para nada desconocidas. Al respecto, hay que recordar algunas palabras del mismo Agustín Basave que hoy mismo critica esa supuesta vena centralizadora: hace cinco años, para el 2013, Basave, un convencido federalista, era de la idea de que se debía “tomar medidas para impedir que la rendición de cuentas y el contrapeso de los gobernadores sea limitada”. Sin embargo, considero que la respuesta no es centralizar las medidas, sino generar un verdadero sistema de competencias (de derechos, de obligaciones), mejorar la gestión de los gobiernos locales y municipales, y perfeccionar el federalismo, excluyendo su parte autoritaria y pugnando por un talante democrático. Las instituciones federales, estatales y municipales se tienen que democratizar y la sociedad debe contribuir a ello: “En lugar de repetir la historia centralista habría que pugnar por la consolidación local de nuestra democracia y reconocer el desfase que hay entre la distribución pluralista del poder y la gestión autoritaria del gobierno”.
Sin embargo, la cuestión no queda solamente en el ámbito de la arquitectura administrativa y política del poder, ni en reconocer que el federalismo se trata de un sistema de reglas para la división de responsabilidades de políticas públicas entre un número de agencias gubernamentales autónomas. Se trata de una real responsabilidad en los ámbitos federales, estatales y municipales que no quede en el simple discurso, pues como ya lo había señalado Alexis de Tocqueville, el federalismo, que fue un gran descubrimiento de la ciencia política estadounidense, sólo tiene plena vigencia con ciudadanos ilustrados. ¿Cómo hacer factible el buen gobierno en un país de ciudadanía precaria, maniatada todavía por sus caciques ignaros, sus fuerzas reaccionarias, su capitalismo de cuates, sus oligarquías que se han enriquecido bajo la sombra de un Estado mexicano neoliberal? Sumar, no restar, ha dicho recientemente el ex rector de la UNAM, Juan Ramón de la Fuente. Entre los escombros que ha dejado el neoliberalismo mexicano y su democracia liberal vuelta disfuncional, entre la crisis de gobernanza, la dislocación social, el federalismo mendaz e infame, el cambio de gobierno debe leerse como un cambio de régimen.
NOTAS
3 El concepto de “trópico”, desde luego, no es inocente y cuenta con una larga historia colonial. Era la forma eurocéntrica como la vieja Europa veía a América con su flora,fauna y sociedad: como algo aún inacabado.
4 Enrique Krauze. El Pueblo soy yo. México. Debate, 2018, p. 206.
5 “Gobernadores: el cártel de los virreyes”, por Alejandro Sánchez. Sin embargo, 6 de agosto de 2013., en https://www.sinembargo.mx/06-08-2013/710638
7 Los jefes políticos de AMLO, por Eloy Garza. SDP, 18 de julio de 2018.
8 Un sexenio que simplemente buscó componendas políticas, sin democratización de la praxis política; y otro sexenio mermado por unas elecciones difíciles de 2006 y por la sombra del “Caudillo”.
9 Mauricio Merino. “Los desafíos del federalismo infame”, en José Ramón Cossío Díaz y Enrique Florescano (coordinadores). La perspectiva mexicana en el siglo XXI. México, FCE-CONACULTA. 2012.
10 “Gobernadores: el cártel de los virreyes…”
11 Mauricio Merino, p. 112.
12 Alberto J. Olvera, “Ciudadanía precaria y crisis de la estatalidad democrática en América Latina: lecciones para México”, en José Ramón Cossío Díaz y Enrique Florescano (coordinadores). La perspectiva mexicana en el siglo XXI. México, FCE-CONACULTA. 2012, pp. 118-154.
13 “El deber es sumar, no restar”. Juan Ramón de la Fuente. El Universal. 3 de diciembre de 2018, en: https://www.eluniversal.com.mx/columna/juan-ramon-de-la-fuente/nacion/el-deber-es-sumar-no-restar?fbclid=IwAR0ahQoCde9slsQmzQEc8JgGrfE_QxUMNXx5KKz2yRTAfEOrul9ylEZxpBA